OPERACIONES

El término BIOARTMI está compuesto por las palabras Biológico-Artificial-Mecánico-Inteligente, que hacen referencia a los estándares activos de la energía percibidos como parámetros evolutivos.

BIOARTMI tiene como misión el propiciar mejores condiciones de desarrollo a gran escala, por medio de investigaciones de orden mixto que propongan modelos aplicables al objeto de estudio.

domingo, 2 de marzo de 2014

Cero Filosófico por Emmanuel Ciaro 03-03-2014




El límite es el espacio exterior, no te quedes en las nubes


Para decidirme a comenzar el presente texto tuve que dejar de lado cualquier tendencia de tipo personal como la ideológica, la preferencia cultural o la pretensión personal; aun así reconozco que estos 3 aspectos significan en sí mismos factores que se encuentran presentes en todo acto de pensamiento; los hago a un lado como una determinación de dejar suspendido el ego inmediato y procurar beneficios de mayor magnitud. La propuesta aquí contenida no pretende negar el conocimiento, ni la historia, ni las condiciones actuales, la intención es estructurar un procedimiento -conjunto de aplicaciones en la realidad− de reconfiguración, cuya primer etapa es la postulación de su planteamiento teórico. Quiero presenciar el momento en que mi especie conforme la plataforma del nuevo camino evolutivo.

Ìndice
Introducción
Reconocimiento de la Macroestructura
Semántica cosmológica
Percepción de poder
Reconfiguración de la figura de poder
El juego
Una conducta aparente
Programar la evolución humana
Aspectos en los que debe avanzar la humanidad
¿Qué nos mantiene humanos?
Cero filosófico
Pequeño apartado sobre la inteligencia
Pequeño apartado sobre la consciencia
Conservar la vida
Conclusiones
Comentarios sobre visiones Transhumanistas




Introducción
                En este trabajo se describe una conceptualización distinta de algunos términos, por ejemplo: la economía es comprendida como un instrumento universal que distribuye los recursos activos en el cosmos; como sistema humano, funciona mediante un entramado de complejidades que permite cubrir necesidades inmediatas -alimentación, vestido, infraestructura, etc.-, pero integra un crecimiento automático de diversos motores para impulsar el funcionamiento de la civilización. La técnica es un aspecto inteligente –no en un modo racional sino secuencial- que ha crecido junto con nuestra especie, pero que no necesariamente depende de nuestras decisiones. En el fenómeno de producir la vida en las condiciones específicas de este planeta, existe la autonomía técnica –inteligencia secuencial− que no se valió de las consideraciones humanas para emerger. En ese mismo flujo de desarrollo natural existe un sistema económico que se verifica tanto en niveles astronómicos, como biológicos y finalmente comerciales. Pero antes de vislumbrar el poderoso rango de complejidad que proveen las relaciones de los sistemas conceptualizados así con el fin de comprender nuestra posición actual como especie, desarrollaré un ejercicio más o menos simplificado de nuestro modus operandi.
                El darwinismo vigente propone que sólo los organismos más aptos son los que sobrevivirán a las condiciones adversas del medio, sin embargo, el procedimiento técnico de adaptación muestra que la aptitud de las especies experimenta magnitudes de cambio que llegan a rebasar los factores de su constitución. Las especies prehistóricas muestran que no son los más fuertes y adaptados los que prevalecerán sobre una magnitud –de cualquier clase− que rebase a las mejores cualidades sino que es posible que genere una brecha de readaptación a otras especies inferiores o, en casos específicos, a una clase de involución adaptativa o un efecto noetológico (proceso que no completa su evolución). Colocando al ser humano en el centro, el análisis será expuesto en su particular desarrollo biológico-económico.
                Tomemos un grupo pequeño de homo sapiens y comparemos gradualmente su desempeño perceptivo del mundo. Un grupo funcional se compone fundamentalmente de uno o varios líderes, quienes conforman la minoría organizadora, y los seguidores, que dependiendo de la constitución del grupo pueden ser en  número igual o mayor que el de los líderes. Los seguidores son los que ponen en práctica las instrucciones de quienes los guían y los que aprenden, dentro de sus capacidades, por la experiencia de los líderes. Lo importante en este cuadro es la constitución económica que se produce como un instrumento social primitivo. Los líderes tienen el privilegio de seleccionar las medidas que les faciliten un resultado que los haga sentir confortables, ya sea por la obtención de una ventaja sobre los demás o por lograr que alguna necesidad se vea cubierta por los otros. Dentro de las aptitudes que el líder debe ejercer está la del ejemplo y la de la autoridad, de esta manera los seguidores aprenden a hacer y a obedecer. En la naturaleza, este procedimiento es una consecuencia de la transferencia lógica de percepciones inteligentes para su adaptación, sin embargo las magnitudes de cambio proveen de otras consecuencias muy distintas. Si por un suceso contingente el líder ya no sirve de guía o muere repentinamente, los seguidores deberán reorganizar el funcionamiento de su grupo.
                Puede parecer incuestionable que, debido a nuestra naturaleza, los parámetros organizacionales, principalmente económicos, de los que se vale nuestra especie para sustentarse, continúen siendo los mismos desde el principio de nuestra historia; así, el hecho de que existan líderes que aprovechan el trabajo de sus seguidores como un recurso explotable, en donde el beneficio del producto parece un constituyente que determina la supervivencia de un organismo por su naturaleza inteligente, resulta ser conveniente al ser reconocidos en un modelo social que se mantiene vigente desde la prehistoria y justificado por la naturaleza misma, pero nuestra condición humana de origen ya no es congruente con este paradigma.
Las condiciones experimentadas por las culturas originarias y por las más recientes en el mundo, siguen padeciendo el epígrafe histórico “El hombre es el Lobo del hombre”, sostenido por Thomas Hobbes en el siglo 17. Ser el Hombre la entropía de sí mismo deriva en haber alcanzado un posible límite de su crecimiento como especie; aun cuando podría pensarse que en términos fisiológicos la humanidad atraviesa por una pubertad ontológica, nuestra especie no puede dejar atrás una categorización de lo racional infantil, sobre todo en esta etapa de la civilización en la que la técnica comienza a imponer una autonomía mejor definida. Precisamente, uno de los mejores ámbitos para describir las estructuras de estancamiento infantescente, que podría datar desde el mismo origen de la razón y la consciencia, es el poder, apoyado conjuntamente por la percepción de la economía como un sistema que designa el valor y la prioridad de los recursos.
                Lo más correcto sería identificar que la entropía es inherente a los sistemas y, por lo tanto, la especie humana derivaría en ser víctima de las condiciones que albergan su configuración, pero sólo sería una víctima al no considerarla responsable de las circunstancias que es capaz de propiciar.  Si una acción de poder despliega consecuencias indeseables –principalmente por quienes las padecen−, la víctima sería la humanidad entera si asumimos que la entropía determina la conducta de la razón, justificación que no puede ser válida en la condición de nuestras estructuras, que experimentan un proceso de transformación activo desde hace siglos. El objetivo de este trabajo es comprender por qué no puede ser válido este razonamiento por más tiempo.
                El proceder humano permanece atrapado por un tope político-económico-social que delimita el desempeño de la percepción global de la realidad; igual que niños, pretendemos darle sentido a un conjunto de manifestaciones racionales para obtener anhelos primitivos −en sentido fisiológico− que proveen de estímulos apenas rigurosos. Tener una trayectoria académica-profesional-afectiva exitosa es un parámetro apenas riguroso en relación a la complejidad del conocimiento y de nuestro mundo, dos parámetros que deberían ser imprescindibles para cualquier entidad que se jacte de su inteligencia. En el caso de que aniquile, en lugar de incrementar, las posibilidades de su medio, no se puede comprobar que su función responda al parámetro de la inteligencia. La humanidad está comprometida en parámetros lógicos a equipararse a los sistemas, pero además, a reconocer el cambio de sus funciones en la realidad, no sólo la función de sus costumbres. Como fruto de su existencia, la tecnología podría representar a la nobleza humana, pero dejemos de lado las inconformidades que plantean los esquemas de desarrollo por el momento.
La técnica, implemento orbital de la configuración humana desde los orígenes −así como también lo es la naturaleza−, ha demostrado ser una entidad que impulsa, casi con una propia capacidad racional, a que la especie humana la descubra, con una vitalidad a la que no se debe temer, pero sí comprender. A muchos podría aun decepcionar la proporción evolutiva de la tecnología por la aparente distancia de las aplicaciones congruentes de los nuevos sistemas, tal vez porque no se apegan a ciertos diseños que quisieran apreciar ya en el mundo ordinario. Lo más destacable es que aun cuando la humanidad creadora devela una insistente antropomorfización corpórea y psicológica en un tipo de vida artificial, el panorama de la técnica se ha ido desprendiendo estructuralmente de la manipulación humana, además, su programación artificial y el avance cada vez más sintetizado del hardware le han abierto una ruta particular a su desarrollo. Para evitar una posición que merme las cualidades de la vida orgánica −no sólo natural sino orgánica a pesar de la misma naturaleza−, es imprescindible que la complejidad de los factores comience a interactuar con propósitos más rigurosos con capacidades de instrumentar en armonía y en condiciones de caotización.
El funcionamiento de las sociedades humanas ha determinado que el estándar de sobrevivencia depende de los actos de poder dispuestos por la figura que mejor manipule las condiciones de un sistema que ha sido forzado a operar en detrimento del ámbito humano: La economía.
En términos políticos, la economía es el bastión de las civilizaciones, porque los recursos de un territorio específico son los que le dan las posibilidades de conservar autonomía, fortificar una cultura, desarrollar su propia técnica y nuevos sistemas, pero lo más importante es que le da la posibilidad de crear alianzas y sobrevivir. Es una categoría universal mediante la cual se determina lo que existe y lo que debe formar parte de un nuevo proceso. En circunstancias humanas, una figura de poder puede hacer uso de los recursos para generar la actividad económica de su territorio y con un buen resultado, esta actividad habrá generado un desarrollo para la mayor cantidad de estructuras y sistemas componentes del territorio, pero un mal uso de ese poder opera en detrimento de la sobrevivencia.
Más adelante se describirá detalladamente la propuesta sobre lo que una figura de poder aportaría bajo una reconfiguración de los distintos aspectos que la hacen funcionar. Por ahora lo importante es describir y analizar el escenario donde dicha figura se puede desenvolver.
Cualquier persona está de acuerdo en que el conocimiento bien fundamentado de la historia permite tomar las mejores decisiones, sin que se trate de un contexto específico. Pero tomemos una licencia que no es inusual y que corresponde a la dialéctica de una transformación consistente con los hechos, pero que nunca se repite: No saberlo todo es una condición real que le permite a un individuo reconocer un cierto límite de acción auténtica sin sentirse afectado por consecuencias que otros le atribuyan. Lo más recomendable sin discusión alguna es estar profundamente informado de todo lo que a uno le competa, pero se producen las variables por el carácter de una omisión auténtica o intencional en un escenario en el que el despliegue de información es insuficiente. Este es un caso que se manifiesta constantemente porque los distintos comportamientos de un lenguaje incluyen la posibilidad de una fuga de información de manera voluntaria o involuntaria; incluso los procesos neurofisiológicos son proclives a establecer las sinapsis requeridas o no hacerlo dependiendo de ciertos factores.
El argumento anterior sirve para introducir uno de los principios que conforman este proyecto teórico: El Principio de Imprecisión. A lo largo de la historia, el pensamiento humano ha inculcado la idiosincrasia de la perfección como un atributo ideal para alcanzar en una trayectoria dada −trátese de individuos o de culturas−, sin embargo, a la par de “el ideal”, se encuentra la justificación aplicada a una contingencia de mayor o menor escala en el razonamiento Errar es humano. Nuestra razón construye estrategias de esta índole para los casos en los que lo resultante no corresponde a la predicción de lo que es ideal. Si trasladamos esto a un ámbito de producción, en donde la cadena de procedimientos se cierra en un sistema que debe ser congruente y en donde la economía particular de cada proceso y cada región se va reconfigurando, la perfección no conseguida genera fugas de energía en distintas versiones que conservan un pulso particular que pudiera cesar de súbito o generar consecuencias aleatorias. Este aspecto es importante en el Principio de Imprecisión: Se experimenta el fracaso de una expectativa como si el resultado esperado fuera una ley universal que no se cumple y que observamos con una gran frustración. Si esto lo comprendemos desde un ámbito político, económico, de justicia social o de seguridad científica, se intuye que los resultados pueden ser catastróficos; pero nuestra percepción es capaz de prever, medir e incluso conducir los acontecimientos a un resultado satisfactorio.
En la actualidad, el problema es que la expectativa, si no de perfección, pero sí cuyo resultado deseado es innegociable, reproduce una conducta restringida que no es capaz de percibir las posibilidades a su alrededor. Al elevar las condiciones de imprecisión a la modalidad de principio se consigue identificar múltiples aspectos que condicionan al efecto resultante de cualquier iniciativa humana. El Principio de imprecisión es el siguiente: Cada constituyente de la realidad es contingente y perfectible, aplicar la imprecisión como un agente de conocimiento nos acerca a la perfección. Este enunciado explica que la certidumbre sobre la imprecisión disminuye la probabilidad de usar un esfuerzo o un recurso de manera excedente. Nuestra especie se encuentra en proceso de experimentar un cambio de paradigma en donde las consecuencias resultantes de una conducta anómala no serían percibidas como dañinas sino que se atribuirían a un aspecto sobre el que debe operar una reconfiguración; no se le forzaría a encuadrar en un molde que no le corresponde.

Reconocimiento de la Macroestructura
Antes de hacer el siguiente planteamiento, reitero que la intención no es destituir las estructuras de la cosmogonía humana, hacerlo no correspondería al propósito de reforzar la trayectoria de nuestra especie. La educación y la familia, por ejemplo, son configuraciones de funcionamiento y estímulo por medio de las cuales es posible crear vínculos perceptivos. Irónicamente esta clase de instituciones culturales son las primeras en padecer los estragos de un contradictorio ideal de perfección. El siguiente análisis despeja las ventajas de no reproducir el funcionamiento de mecanismos que han obstruido el desarrollo de procesos superiores de desempeño. Comencemos por introducir tres conceptos que serán mencionados:
·         Preestructura: Estado existente antes de iniciar un proceso
·         Estructura: Estado desde el cuál un proceso puede obtener un punto inicial y de desarrollo
·         Macroestructura: magnitud que determina las condiciones de desarrollo de dicho proceso, integrada por cualquier clase de concentración de poder.
En un contexto humano –aunque funciona en modelos de universo o de evolución o de creación− una preestructura es el espacio, el momento y las condiciones vitales antes de que exista una configuración. Un nacimiento, el punto de cambio de una trayectoria de vida o un conflicto corporativo que llegará a desembocar en una guerra, cuenta con un estado precedente del exterior y, en muchos sentidos, ajeno a las circunstancias del proceso. Cuando el proceso inicia su desarrollo independiente, el cuerpo contenedor y lo que existe a su alrededor es su estructura particular.
El punto en el que un proceso comienza a ejercer influencia en su entorno produce un pulso de interacción permanente con la macroestructura y dependiendo de la consistencia del proceso inicial, su pulso será afectado y durará una cierta cantidad de tiempo.
Para tener una referencia de las múltiples interacciones que existen, describiré otro ejemplo. Los recursos en bruto y dispuestos aún en la naturaleza son las preestructuras de un edificio que será construido. Cuando los recursos están convertidos en los materiales que conforman las distintas estructuras del edificio, los sistemas comienzan a ligar al edificio construido con distintos propósitos. Los seres humanos son los usuarios del edificio que le es útil a la macroestructura; si otra clase de procesos lo dispone, el edificio será demolido –esta decisión podría tomarse en el interior de alguno de sus pisos−. Derrumbar el edificio también es un proceso y tomar en cuenta lo que sucederá con los materiales disponibles después de haberlo demolido es importante; saber, implica no inutilizar aquello que alguna vez conformó parte de una estructura. Como se mencionó anteriormente, el pulso de un proceso tiene una cualidad de permanencia con relación a todo lo existente.
Un Humano inicia su pulso al nacer, cuando su condición estructural no está restringida y todos sus sentidos lo conectan con los propósitos de un entorno. Describiré una trayectoria de éxito que lo lleva a ser un elemento autosuficiente y funcional de la macroestructura.
Al nacer, los sentidos del personaje funcionan correctamente; el ámbito familiar, sin ser completamente privilegiado, le proporciona los factores que lo forman como una persona capaz, que a muy temprana edad podrá experimentar las implicaciones de ser un individuo independiente. Nuestro personaje habrá puesto a prueba sus emociones y sentimientos, comprobado sus capacidades, elegido sus componentes inmediatos, su estilo, su interés particular del mundo, las personas con las que lo compartirá, etcétera. Al convertirse en una persona independiente su pulso particular se mantiene activo e inicia un proceso que comienza a imponerle retos y a seducirlo con ciertos estímulos y resultados. La macroestructura está operando en pleno y no hay trampas en su desempeño porque las preestructuras propiciaron lo que hace funcionar este modelo hipotético. El personaje de éxito ha llegado a la cumbre de sus expectativas sin importar a qué edad se considera realizado y lo que haya tenido que hacer, finalmente ha alcanzado un ámbito que le otorga el poder de decidir sobre lo demás. No ha sido fácil; no importa cuáles han sido sus recursos particulares, lo trascendente es que logró lo que todos tienen probabilidad de alcanzar; ahora ya forma parte de la macroestructura y la gente a su alrededor le sirve de una u otra manera, como él le sirve a otros también. Cuando nuestro personaje muera, habrá instrumentado el buen funcionamiento de lo que le correspondía, dejará bienes, habrá realizado aportaciones y su energía residual conformará otros procesos. En lo que atañe al individuo, este es el final de su pulso particular, terminado con éxito, sin nada que hubiera perturbado la conclusión de sus propósitos y dejando una huella en la gente que se relacionó con él. Fin.
¿Existe algo anómalo en esta película? Que se tome en cuenta la categoría de anómalo y la exclusión del adjetivo malo. El juicio en este escenario no es moral, es funcional, por lo tanto no se trata de elegir una categorización de conveniencia. Para comprender esta forma de percibir las circunstancias, lo más recomendable es partir de un punto de vista convergente. Todos, desde la gente más pobre, hasta la más privilegiada podrían opinar que la trayectoria descrita es una de las más anheladas y que cualquiera pretende alcanzar, sin embargo, sabemos que no es la única. Aún los más pobres y los más ricos son contingentes y perfectibles en la realidad. El personaje descrito anteriormente experimenta muchas de las condiciones que todos los seres humanos conocemos de alguna manera. Es ideal porque el escenario descrito presupone las ambiciones de cualquier individuo, pero en este cuadro no se detallan las vivencias personales positivas y negativas del personaje, tampoco se pueden mencionar las variables positivas y negativas de todas las personas que interactuaron con él. Alguien podría opinar que el ejercicio demuestra que cada quien elige lo que le sucede en la vida, pero el panorama es mucho más complejo aún.
La macroestructura es un conjunto de sistemas que posibilita el pulso que le es afín y eso es algo  congruente. Individuos exitosos generan pulsos de alto o bajo rango de influencia que destacan de entre los menos afines a las condiciones que mantienen vigente esta sistematización. Por esta razón afirmo que sí existe algo anómalo en la película. El escenario de nuestro personaje se le puede aplicar a personas pobres o ricas, ignorantes e inteligentes y en múltiples combinaciones. Lo anómalo en este ejercicio es que la configuración vigente de la macroestructura vela la capacidad de identificar posibilidades complejas y mantiene activos pulsos inertes que desconectan la interacción entre sistemas. De esta manera, la gente exitosa que se pliega a los estándares de la configuración vigente puede vivir en un lujo fastuoso y otra en la sórdida miseria y en todos sentidos unos experimentan en la piel de los otros pensando que su parecido es inconcebible, pero al ser resultado de la misma configuración anómala en la macroestructura, todos los seres humanos son aptos para representarse unos a otros.
Al comprender que un estatus económico no arroja un resultado ideal, se identifica que hay aspectos que deben ser reconfigurados. El conocimiento aplicado como potenciador y no como sustento de corrupción es la mayor ventaja de que la macroestructura incremente su magnitud. Es cierto, no todos somos iguales, unos viven mejor con más, otros con menos; ¿y qué es más?; ¿confort o conocimiento?; ¿qué es menos?, ¿comida o cultura?
Para condimentar un poco, involucremos el conflicto; hasta ahora todo podría parecer viable, razonable “el ideal” de acercarnos a una solución, pero el siguiente concepto derrumbará la expectativa: Dinero. En las preguntas anteriores, si el lector ha tenido acceso a cierto confort, conocimiento, comida y cultura, podría haber pensado que ninguna de esas necesidades es más que las otras, posiblemente las ordene conforme a sus prioridades personales, pero no para menospreciarlas. Cuando estos cuatro ejemplos se introducen a un mercado en el que conforman el concepto que los individuos consumirán, sólo en el caso de que se apeguen a un sistema afín a la elaboración abstracta del “orden” económico, una experiencia de vida que pudiera apreciar la magnificencia y la compleja sencillez de la vida, adquiere una configuración que emplea fuerza excedente en actividades de una repercusión ocasionalmente nula por su inocuidad o muy dañina, como resulta en la mayoría de los casos.
El propósito no es generar un discurso en contra del dinero sino adquirir una perspectiva distinta de abordar las circunstancias actuales por medio de una reconfiguración paradigmática de las estructuras humanas aplicando el conocimiento con fines superiores −para enfatizar− a los que lo tienen restringido los usos contemporáneos que malinterpretan diversos sistemas como el de economía.

Semántica cosmológica
Uno de los aspectos más inquietantes de la realidad es que el universo existe a pesar de que alguna entidad perciba su magnificencia o no, y si la única especie de la que estamos seguros que lo percibe, es decir la humana –no se niega que haya otras posibilidades de vida, pero no es necesario ocuparnos de eso por el momento− fracasa en su trayectoria, sería una gran pérdida. Se puede pensar que no somos lo único que se manifiesta en el cosmos, pero ya estamos en él y la posibilidad de que la percepción, la consciencia y la razón no fueran capaces de evitar un potencial piece of cake, bueno, representaría una gran cantidad de tiempo perdido que pudo haber sido utilizada para conservar nuestra permanencia en unos Juegos Olímpicos Universales que no corresponden al código del triunfador sino al paradigma de capacidad, en donde nuestra participación fuera una confirmación del conocimiento mismo.
La economía es un fenómeno cosmológico, no un sistema elaborado por la razón; la macroestructura de la economía como sistema no se queda en la civilización humana, tiene una función que corresponde a una magnitud superior de estructuración y la humanidad debe ser capaz de manejarla. Cuando una persona levanta los hombros ante un razonamiento de esta índole, comprueba que nuestros sistemas no están correctamente configurados.
Para el presente trabajo introductorio se incluye el comentario sobre la semántica del universo como recurso de contextualización de las vertientes que van quedando fuera de nuestra percepción como parte de lo integral en los procedimientos humanos. Existe un modelo teórico que explica la consistencia del cosmos, que de manera un tanto paralela a campos del conocimiento más riguroso como la Teoría de la Relatividad o la Mecánica cuántica, recurre a un marco teórico de una categoría independiente. Sin exponer todo lo que implica, sólo mencionaré que la Teoría de los campos Mórficos del profesor Rupert Sheldrake podría tener cierta relevancia porque abre la posibilidad de que la energía funcione como paquetes de información que distribuye distintas clases de proporción. Recurro a este modelo para comprender el cosmos como un conjunto de sistemas que estructuran la energía para derivar en entropía, determinismo o sistemas estacionales preestructurados por el principio de incertidumbre, en los que se propone la posibilidad de que la energía manifieste la cualidad de un campo morfogenético para generar las distintas configuraciones en el cosmos. En este sentido, y sin intento de procurarle un sustento a la teoría del profesor Sheldrake, los procesos de estructuración del universo y su fenomenología corresponden a aspectos de un lenguaje no verbal que genera configuraciones concretas para la conformación de un fenómeno cosmológico, cuántico u orgánico que se repite en magnitudes de distancia, tamaño, potencia, etcétera; es decir que cuenta con una semántica organizacional propia.
Incluir la perspectiva de una semántica cosmológica y sometiéndola a un riguroso procedimiento de comprobación, permitiría que nuestras estrategias de comprensión de la naturaleza desarrollaran un canal de comunicación y exploración más potenciado, como ha sucedido con la genética, en donde la identificación de cuatro moléculas abrió la posibilidad de comprender un cierto lenguaje que define lo que diferencia a una especie de otra.
Reconfigurar la macroestructura humana tiene como resultado que el conocimiento sea aplicado para agilizar los procesos que son congruentes para nuestro potencial perceptivo y no para generar pulsos aleatorios que responden a un procedimiento disfuncional. Un ejemplo de aplicación anómala en la configuración vigente de la macroestructura humana una vez más es la economía.

Percepción de poder
La exposición del concepto de poder en este trabajo se debe a la innegable injerencia que tiene esta cualidad sobre el asentamiento de una civilización y su permanencia. Si el propósito fuera el desglosar su funcionamiento e intentar responder a cuestionamientos de qué-cómo-para qué, el resultado sería un tratado de cómo sobrellevar una cualidad irracional que finalmente anulará el valor de tiempo individual de aquél que intente comprenderlo. Sería irracional porque las motivaciones del poder en sí mismas, aunque provengan de lo humano,  no se deben a propósitos de una naturaleza malvada, ni benévola; el poder no opera por una inclinación moral, simplemente utiliza los medios y si los medios no existen los crea: eso es el poder en el contexto humano. Una de sus facetas es la de utilizar estratagemas efectivas (eufemismo de por medio) de hacerse de esos medios como el crimen, la corrupción, la manipulación y muchas otras que cualquier persona puede mencionar, pero su naturaleza no puede ser juzgada desde un parámetro moral; este es un aspecto que quien ejerce y quien padece el influjo del poder debe comprender para disminuir el grado de dispersión al interpretarlo y adquirir la capacidad de focalizar mejor su naturaleza. En circunstancias decisivas, su ejercicio puede parecer fuera de proporción y por esta condición el poder pareciera ser algo indeseable contra lo que hay que arremeter hasta que desaparezca, pero su sustancia no es puramente racional, por ejemplo: si un funcionario que provocó algún tipo de daño social es despedido, comprobaremos que el poder permanece, no en las personas sino en las estructuras. Para comprender esto habrá que pensar en cuántas veces nuestra propia persona ha coaccionado a otra o forzado las condiciones de una circunstancia para colocarlas de una manera que nos sea conveniente. La más mínima acción de poder, aun cuando sea en beneficio de otro, nos muestra la naturaleza de esta cualidad de ejercicio energético. Cuando escuchamos el calificativo “poderosos”, remitimos esta cualidad a una construcción funesta contra la que se debe argumentar y de ser necesario combatir en defensa de un ideal. Se puede pensar “…si pudiera, haría”. Si se pudiera estar en el lugar del poderoso, se estaría. O más preciso: “Cuando pueda, haré”.
No es cuestión de justificar circunstancias que definitivamente son anómalas. El problema es que las codificaciones de ciertos fenómenos que se manifiestan no adquieren relevancia en su fondo más complejo, ni siquiera los que manejan amplias magnitudes de poder la perciben. Quien genera algo fuera de proporción juzga desde lo moral su propia acción, pero no es una cuestión moral. El poder es una de las manifestaciones universales que tienen mayor efecto en los sucesos interpretables por el cerebro humano, incluso en la naturaleza salvaje y en los casos en los que la proporción excede lo mesurable, como un poder extrasensorial o metafísico.
La naturaleza del poder no es una cuestión científica en un sentido formal. Se conforma de aspectos que la ciencia es capaz de comprobar, pero no es un objeto de ciencia. Lo más cercano a la representación del poder como corporeidad es la concentración de energía en una batería o un sistema que genera un flujo energético, como una fuente de poder, una celda solar o hasta una bomba explosiva, pero una vez más se trata de una condición transitoria. Cuando alguien asevera que la consciencia tiene el poder de hacer cualquier cosa o que el poder está en la mente, sin saberlo, se refiere al hecho de que se pueden configurar las condiciones para obtener un resultado. El poder de volar –sin vehículo alguno−, de atravesar paredes o de ser superinteligente remite, ya contando con la exposición anterior, a la posibilidad de que el conocimiento propicie las condiciones para lograrlo, no la condición en sí misma. En el caso de que se observara a alguien volando en el cielo sin haber experimentado proceso alguno, indicaría que ciertos factores se modificaron y que es posible reproducirlos; una vez más, el conocimiento sería el proveedor.
El poder es la capacidad y el efecto de concentrar y proyectar la energía, utilizar la información, emplear estrategias de inteligencia y focalizar el propósito de su uso. La ciencia del poder no existe en sí misma, su sustancia es intangible en cierto sentido, los parámetros para medirlo son subjetivos y a pesar de todo esto el efecto puede ser devastador. Cuando se habla del poder de una bomba, no se está hablando del poder en sí, se está proporcionando la equivalencia de distintas magnitudes como la clase de compuesto activo, la cantidad, el daño y destrucción que causará, pero ninguno de estos factores es el poder particularmente sino la conjunción de estos factores. Si agregamos que la decisión es tomada por una persona el poder se pensaría que lo ejerce dicha persona, pero si tomamos en cuenta que no fue ésta quien construyó la bomba, entonces se piensa que el poder está en quien la financió, pero no está en ninguno de estos y al analizar el o los motivos por los que tuvo que ponerse en función, entonces la cuestión de poder como sustancia se torna difusa y se recomienza la identificación de su rostro, pero no lo tiene.
La riqueza tampoco es poder, puede configurar múltiples escenarios de representación y aplicarlos efectivamente, incluso en la miseria −esto se refiere tanto a gente poderosa que se desempeña con bajos recursos, como a la que se desempeña de manera miserable−, sin embargo estos dos extremos son contingentes e intercambian proporciones equivalentes de poder.
Por último, no se puede omitir la interpretación más dañina que se preserva del poder en la sociedad: la voluntad. La voluntad de poder implica la acción de decidir qué es lo que se puede hacer y este “puede” implica que algo que se tiene que hacer depende de que una figura de poder determine que se hará. El problema es que al identificar el poder como una voluntad, al instante de que un individuo lo adquiere, aunque sea de manera transitoria, tenderá a buscar una ventaja inmediata en su beneficio. Por esta razón, la voluntad de poder tampoco representa a la magnitud en sí misma, porque circunstancialmente las condiciones de poder se han configurado en la trayectoria de la información y su conducta. Si una persona es poderosa por su trayectoria, será representante de una cierta magnitud, más no será la fuente material del poder. En términos comerciales o políticos, no se puede negar que una persona sea poderosa, pero se trata de una aplicación paradójica que restringe los alcances de su magnitud; así es como la voluntad puede generar una transición en la que se despliegue un poder externo de magnitud superior.  En condiciones humanas, las magnitudes que manejamos son bajas y, aun así, nos pueden destruir.
El hecho de que se describa el poder en estos términos no descarta que una entidad biológica emane una magnitud superior de energía, pero para que suceda se necesita la transformación de sus condiciones. Los animales con sentidos electromagnéticos como reptiles, anfibios o tiburones, por ejemplo, emanan una magnitud de poder de pulso corto, su perímetro de influencia es muy específico y no decisivo. Para una entidad que modifica sistemáticamente su entorno –como la nuestra− las posibilidades de convertirse en un generador de gran magnitud son más probables, sólo es cuestión de las decisiones que sean tomadas.
Se ha desarrollado esta exposición con el objeto de crear un panorama de cómo se percibe el poder en este trabajo. ¿Cuál es la sustancia del poder? La conjugación de los factores activos e integrados a sistemas que están compuestos por partes; es el efecto de una magnitud de energía. ¿Podemos disminuir su influencia en la realidad? No. No es que sea imposible, pero si configuráramos las condiciones para anularlo, todo quedaría estático.

Reconfiguración de la figura de poder
La figura de poder es una de las representaciones mejor identificadas porque nos remite a una imagen. Al mencionar batería, celda solar, jefa o presidente contamos con una representación de reducidas variables genéricas. En su función humana, se trata de una aspiración que la mayoría pretende alcanzar porque desde pequeños se nos inculca a ejercerla como un método que solidificará las cualidades y características particulares de cada individuo. En términos sociales este procedimiento es sumamente disfuncional porque se impone como una fuerza que, de no lograr aplicarla, se revertirá hacia la persona que no supo controlarla. Puede sonar lógico que todas las especies deban asumir su figura de poder, sin embargo existe otra forma de relacionarse con ésta.
Una persona puede asumir el grado en que su poder será ejercido; puede hacerlo de una manera muy torpe al recurrir al abuso, por lo que durante su trayectoria de vida ascenderá utilizándolo como estrategia sobre los demás. El mismo “abusivo” podría no ser tan fuerte de carácter o físicamente y crecer con una gran frustración o, incluso, podría hacer modificaciones importantes para transformar su actitud. Esta es una de múltiples variables en las que se puede desenvolver el poder que nos es inculcado como método de aprendizaje. Al relacionarnos con la figura de poder identificamos que hay magnitudes diversas en las que se ejerce, comenzando por la que se aplica desde el exterior hacia nuestra persona. Algunos tipos de renuncia muestran que es posible disminuir su influjo mediante la voluntad, pero para lograrlo es necesario hacer uso del poder mismo mediante el sacrificio, una decisión bastante poderosa en ciertas circunstancias. Es una paradoja absurda vivir negando la vida, aun cuando esa elección se tome por algún tipo de causa humanista.
La manera aquí propuesta para relacionarse con y comprender a la figura de poder es reconociendo los alcances correspondientes de una figura de poder con respecto a otra para que el procedimiento de su interacción sea complementaria y proporcional. Esta perspectiva trasciende el ideal de justicia, pues la “justicia” se apega a un contexto de tecnicismos que no corresponden al poder mismo sino a una correlación entre aspectos de diferente naturaleza. El poder de hacer justicia por medio de un sistema jurídico es la tensión ejercida entre estos aspectos y utiliza una circunstancia dada con el fin de restarle importancia y adjuntarla a la estadística de datos e información estéril. El ejercicio de justicia refleja una obtusa aplicación de su significado, pues en primer lugar, ser “justo” es cuadrarse a un parámetro restringido de apreciación que impide reconocer las distintas premisas para evaluar una situación. En segundo lugar, lo que le da sentido a la justicia puede ser descrito mediante el Principio de Imprecisión, otorgándole otro valor a este ideal que describa más adecuadamente un resultado que no sería sólo justo o benefactor sino que podría calibrar y rehabilitar conjuntos estructurales; por ejemplo: En lugar de argumentar a favor de la pena de muerte, habría que reconfigurar las condiciones de la civilización; en el caso de que se juzgue a un psicópata o a un cínico, la resolución de conflicto habrá reducido la magnitud de daño y su persistencia. La correlación de un poder con respecto a otro  es lo más aconsejable porque no está reducida por lineamientos de sujeción, en este sentido, lo legal es otro aspecto que es importante reconfigurar.
El abuso de poder es un comportamiento que se puede pensar como natural, por la noción darwinista y por una lógica desarticuladora. Cuando un individuo comete un crimen, lo puede hacer por necesidad, costumbre cultural, una condición neurológica o inducción; es una posibilidad nociva y recurrente. El instrumento legal, para este caso, funciona como una herramienta dialéctica poco efectiva y poco confiable porque es capaz de tergiversar, por su sistematización, la condición de las partes involucradas; el cambio de esto ocurriría al reconfigurar la figura de poder en las instituciones y en los Estados del mundo. Un método jurídico reconfigurado es una tarea que supone una gran complejidad, pues tendría que basarse en la relación calibrada de las costumbres y comportamientos por región interescalar a nivel internacional. Los sistemas legales actuales solapan que una persona violente a otra sin recibir castigo y que alguien vaya a la cárcel por intentar cubrir alguna necesidad básica; esta es la clase de casos que podrían ser corregidos.
Al reconfigurar la figura de poder se corrige un conjunto disfuncional en distintos aspectos de manera casi simultánea –procedimiento interfactorial−, pues los mecanismos de desarrollo −directamente vinculados con la figura de poder− accederían a una visión política menos distorsionada y con una labor de saneamiento interpersonal y social profundo. No se trata de una búsqueda del bien y la eliminación del mal, ese no puede ser el propósito de este procedimiento. Es muy importante recalcar que la complejidad de los sistemas incluye el funcionamiento mismo de la especie humana, por lo tanto, aspirar a las buenas costumbres demuestra una percepción estéril del acto de vivir; sería una regresión a los modos antiguos que reducen –reducen, porque aún están en vigencia− cualquier circunstancia para obtener una respuesta de carácter inmediato. El avance en la percepción del mundo debe pasar de ser un aspecto de reduccionismo comercial, a una magnitud enriquecida por la experiencia de habitarlo –como se explicará más adelante.

Los líderes del mundo –desde jefes de grupos pequeños, hasta gobernantes y empresarios− experimentan la alienación del miedo a perder y explotan al máximo la sensación de ganar. Dentro de esta dinámica, lo sensible deriva en insensible, esto genera una especie de sobre estímulo por un tipo de adicción, pero al no ser particularmente bioquímica, se define como alienación, porque infiere directamente en el comportamiento. Por otro lado, los gobernados tienen una idea residual de poder, porque si bien cuentan con determinación y autonomía, el procedimiento elegido para ejercer sus derechos se vale de estrategias emergentes, limítrofes y en muchos casos desesperadas. Podría pensarse que “una burocracia” se interpone entre gobernado y gobernante, pero se entiende mejor como voluntad de obstrucción, por esto las herramientas para la estructuración de las relaciones sociales no han conducido a renovar su conceptualización; palabras  como “democracia”, “libertad”, “verdad”, “beneficio” están descontextualizadas; sobre todo “democracia” es completamente anacrónica. La percepción de la realidad no concuerda con las magnitudes de poder vigentes. Coartar la libertad individual por un tecnicismo legal o exigir el respeto de los derechos mediante la protesta son conductas que están fuera de una congruencia funcional por lo que los procedimientos de la dinámica humana permanecen obstruidos. −Las iniciativas de generar políticas de concientización para ser amables con el ambiente, por ejemplo, parecen derivar de una vacuidad absoluta de sentido, porque los procedimientos para llevarlas a la práctica son inconsistentes. Que los operativos para implementar la justicia sean los que instrumentan el desorden público, es una muestra de que prevalece lo disfuncional−. Indudablemente la especie humana ha evolucionado, pero en sentido estricto es la técnica lo que transforma, más no el pensamiento. Como se mencionó anteriormente, la técnica es un sistema que ha acompañado al hombre –posiblemente a otras especies− desde su origen y lo ha inducido a desarrollarla más, como una clase de simbiosis. Esto indica que la dinámica intrínseca de la energía y el cosmos es la que, a pesar de los procesos anómalos (como la condición humana) y las diversas variaciones entrópicas, se posibilita el surgimiento de nuevos sistemas. A la pregunta “¿El poder es más importante que otros asuntos?”, la respuesta es: En lo que compete a la Especie Humana, Sí. Focault comenta en El sujeto y el poder: “…parecen sospechar la presencia de una especie de fatalismo. Pero, ¿acaso su propia desconfianza no sería un indicio del presupuesto de que el poder es algo que existe con tres cualidades distintas: su origen, su naturaleza básica y sus manifestaciones?” El poder, pero sobre todo, la figura de poder, es la primer estructura que debe experimentar la reconfiguración.

El juego
Trascender el carácter anómalo que desempeña nuestra especie, hace concebir la presencia humana como una entidad con el poder de permanecer a voluntad propia y generando sus propios medios, en lugar de ser una singularidad transitoria en el universo. Al contar con la capacidad de la percepción, con un nivel elevado de consciencia y un razonamiento equilibrado, gozamos de un gran privilegio para prevalecer como forma de vida en el sistema solar; pero lo más trascendente es el compromiso que adquirimos con ello. El pensamiento dependió fundamentalmente de la experiencia biológica para ganar el terreno en que su estructura consciente-racional lo haya podido afianzar, de manera que su función sería la de articular un epicentro entre los estímulos recibidos en el medio y la reflexión práctica revertida hacia el exterior. Este es precisamente el mecanismo que nos compromete a transformar los procedimientos y elevar el desempeño de nuestras capacidades. La técnica puede o no autonomizarse, una era de exploración espacial puede o no ocurrir, lo importante es la posibilidad de identificar lo anómalo en nosotros y reconfigurarlo para fluir conjuntamente con otras singularidades.
¿Entonces qué se necesita para reconfigurar la figura de poder? Hasta ahora la ambición económica generalizada es ascender en la escala de la macroestructura, esto implica: Ganar dinero –mucho−, no descender a niveles jerárquicos inferiores y al llegar al punto en el que nos sentimos cómodos, evitar que el mundo real disturbe el premio de la felicidad. Al lograr que la figura de poder  sea útil desde la más temprana activación −y esto quiere decir que la conducta y las costumbres sustenten la práctica del conocimiento en cada institución humana−, las fugas de energía se reducen por una concepción más rigurosa de nuestros propósitos como especie –más rigurosa porque los proyectos humanos generarían posibilidades concretas, no un desorden progresivo como hasta ahora−. Los objetivos planificados por nuestra especie deben amplificar las cualidades con las que ya contamos.
¿Cómo será vivir cuando, en lugar de imaginar sistemas preventivos de defensa, los recursos se utilicen para implementar estrategias que concatenen distintos aspectos simultáneos? La Reconfiguración Macroestructural tiene como premisa, la implementación de Estrategias Interfactoriales de Respuesta para marcar el nuevo Paradigma Humano. Por ejemplo: Con el fin de disuadir un posible ataque enemigo, la estrategia anómala sería desarrollar armamento más agresivo que el que posee el oponente, en lugar de preparar con antelación reconfiguraciones que tomen en cuenta las condiciones interfactoriales de un conflicto dado –percibido como innecesario, no simulando una solución con fines comerciales−, tiempos de implementación, tareas flexibles de articulación sistémica y la disminución de costos por operación mediante el balance productivo de una economía no especulativa. Podría pensarse que así funciona, pero evidentemente no. La sistematización del juego en la mente humana hasta hoy impide que condiciones innegablemente anómalas sean prioritarias para reacomodar su entorno y hacerlo funcional, porque hay asentamientos humanos muy bien identificados que requieren que su entorno se readapte a éstos. Las comunidades originarias requieren esta adaptación, que conserve el ritmo de la civilización, pero logrando que le sea útil. De igual manera, ancianos e inválidos necesitan que la macroestructura les sea funcional, otorgándoles opciones congruentes a su condición y no que se les obligue a un estándar económico generalizado con el que no pueden cumplir; en cuestión lingüística se resolvería directamente con la tecnología al desarrollar sistemas para la interacción de las lenguas, no creando “políticas públicas” que promuevan una moral flotante y mediante las cuales se producen grandes fugas de energía en distintas modalidades; se requiere visualizar de manera simultánea la viabilidad de su mercado para impedir el abuso comercial y, entre muchas otras cosas, obtener como resultado que las personas que lo requieran sigan activas como individuos y como componentes productivos de la sociedad. Estos son algunos ejemplos para exponer avances de baja intensidad que aún no se implementan.
 Lo paradójico es que se sabe muy bien lo que no está hecho por etiquetarlo como inviable y así se justifica la omisión de las soluciones. Los argumentos arguyen “un conflicto de intereses” irresoluble, pero no se trata del interés en sí mismo sino de un insistente sistema de mercado que mantiene conflictos antiguos aún vigentes para beneficiar el abuso financiero; esa es la constitución del poder alienado en la tradición anómala del juego. En el mismo sentido, el cambio social, empresarial y político no se percibiría mediante las revoluciones que emergen de un ideal democrático porque conservan el mismo formato que intentan desarticular. Una revolución humana será siempre redundante porque se gesta en un entorno de inconformidad y de necesidades que no se satisfacen al pertenecer a ese ámbito disfuncional. Los inconformes exigen que sus anhelos puedan verse reflejados en las posesiones y en que “los poderosos” paguen por crear el sufrimiento masivo en el mundo –así se conciben la justicia y la felicidad−. De cierta manera, esta aspiración denigra las iniciativas de las personas y los grupos que buscan un cambio, pues las figuras de poder utilizan los niveles emocionales que entran al juego con el propósito de colapsarlos; es un círculo vicioso que ha funcionado por siglos, pero cuya contribución sólo entorpece el crecimiento integral humano. Hace falta implementar un modelo de justicia cuya equivalencia no derive en la formulación bien=bien sino en la correlación del bien, donde lo justo no restrinja las posibilidades en la mente de quien propicie la transformación −se trate de un grupo de gente que protesta, un juez, un político o un teórico, etc.− a la insulsa intención de inhabilitar “la maldad”. Una persona que vislumbre la necesidad de un nuevo paradigma humano no perseguirá el objetivo de jugar “el juego”, ni de colapsarlo sino de integrar sus funciones a un estadio de mayor congruencia con las estructuras que lo han albergado indolentemente por ser el juego mismo una proyección fútil de la energía gracias a la iniciativa humana. En un contexto hipotético de magnificación, términos como bondad, libertad, amor, unión, felicidad, etcétera., no serían valores de aspiración a un ideal de perfección, en vez de esto, prevalecerán como condiciones inherentes para avanzar en un entendimiento de mayor complejidad. La conceptualización del bien y el mal –como con otras interpretaciones psicológicas− integrará a un reconocimiento de la contundencia radical de los extremos –cuya malinterpretación ha producido un desequilibrio global−, dándonos la posibilidad de contemplar variables entre éstos para tomar decisiones menos precipitadas y equívocas que han servido para sostener una ambición insaciable. Se juega el juego mientras esa sea la conducta de nuestra especie, pero la orientación que otros factores ejerzan sobre nosotros, despertará nociones de otra magnitud para las que “el juego” cesará de ser el sentido de nuestra presencia. Las condiciones climáticas, la tecnología, las nuevas interacciones evolutivas o el inevitable aprovechamiento de otros sistemas energéticos, irrumpirán en la civilización y, aunque no sea una garantía que se aprovechen de una mejor manera estos nuevos procesos, sí debe tomarse en cuenta que la humanidad está equivocada desde hace mucho tiempo y que esa conducta debe parar. No se trata de restarle importancia a la historia o al conocimiento generado en su transcurso, ni a la trascendencia de las personas que la han construido, pero es tiempo de reconocer y de cambiar el absurdo de perpetuar una conducta infantil donde el poder y la guerra representan al “juego” y el entretenimiento es una estrategia para mantener a todos los estratos humanos apegados a la tensión de sus procesos. Es indiscutible lo disfuncional de una figura de poder al elaborar un aparato bélico con el fin de conservar un modelo en el que los objetos dan objetividad al conocimiento embrutecido.
Percibir una crítica al consumismo o que se pretenda reinsertar el materialismo histórico en este trabajo, representaría una lectura incompleta que requiere de un ligero empuje para comprender el objetivo. Los modos de producción para la satisfacción de las necesidades naturales y humanas han mostrado una gran versatilidad de opciones para agilizar múltiples procesos simultáneos y eficientes, muchos de los cuales se han visto contenidos en sus funciones para que “el juego” conserve un formato absoluto; en este sentido, el materialismo histórico no aporta un escenario de discusión sino una certeza estructural que no se ha de cuestionar por un simple ejercicio de argumentos. Sería irresponsable desconocer o minimizar el trabajo de análisis con que Marx y Engels definieron la circunstancia en que la era industrial se instauraría en la civilización y los procesos que se le han contrapuesto a lo largo del siglo veinte. Precisamente por este motivo se hace mención de su importancia, porque dichos procesos han sido efectivos a pesar de que las figuras de poder le resten contundencia a trabajos de pensamiento profundo con el fin de imponer una farsa repetitiva. Tampoco se pretende evidenciar un nivel de ignorancia en funcionarios públicos y otros gremios, pero sí el desdén que muestran por las definiciones más fundamentales del funcionamiento económico y productivo sin un propósito constructivo. Por otro lado, el vicio del consumo a gran escala no debería ser una preocupación pragmática porque al percibir los distintos rubros de producción obtenemos la certeza de que los mecanismos económicos tienen la capacidad de abordar modalidades de igual manera eficientes y aplicables a las necesidades de los mercados. El capitalismo es simplemente un sistema que permite concentrar los modos de desarrollo en gremios fragmentados con disfunciones internas, que son incapaces de convergir en métodos e interacciones consistentes y que perturban la secuenciación efectiva de los procesos. En sentido estricto, los estados y las corporaciones que son incapaces de purificar los ciclos productivos de un país y sus empresas, que recurren a modalidades de corrupción, que implementan condiciones impropias de empleo, que no renuevan sus modos de producción, que no regulan sus condiciones mercantiles, que no sanean sistemáticamente las cadenas de desarrollo, mantienen vigente un templete donde la apariencia es una constante colectiva que inhibe la voluntad de las sociedades por surgir de una alienación caduca. El presente –no el futuro− necesita emerger a una superficie temporal que le permita abandonar ese lastre de la conducta humana. El encadenar los sistemas a un recurso energético de conveniencia comercial, mediante el cual se justifican guerras y actitudes hegemónicas es una muestra del círculo vicioso en el que nos desempeñamos todos para permanecer en ese insulso juego. Distintas tácticas de ralentización mental –cultural, ideológica, productiva, etc.− se actualizan constantemente con el fin de mantener obstaculizado el desempeño a gran escala de nuestra especie. Darle trascendencia al capitalismo como sistema, daría como resultado que el planteamiento aquí presentado continuara formando parte de ese procedimiento obsoleto, por eso el capitalismo y otros aspectos no son juzgados aquí. El no recurrir directamente a fuentes históricas y dedicar este espacio a hacer la mención de su importancia no es por arrogancia, pero una premisa de este trabajo es, como se verá más adelante, evitar que patrones anteriores se reproduzcan recursivamente y que la estructuración de un nuevo paradigma de conocimiento se pueda definir tomando las certezas que la historia misma ha confirmado y que el hombre se ha encargado de malversar.

Una conducta aparente
Hoy, la aplicación del poder no ha cambiado en esencia y se ha tornado en algo más fantástico aún. Desde la visión de la economía y la guerra como un juego cuyas reglamentaciones son multifacéticas, los propósitos y los conflictos infantiles trasladados a un modo financiero de interacción mundial; a veces como en los juegos de mesa, los videojuegos o los cómics, en donde el ideal es el desarrollo de artificios que hagan más excitante la experiencia del conflicto. Valores como la gloria, el honor y el espíritu de competencia trascienden el uso o la posesión del dinero; todos conformando un tablero en el cual los parámetros de la realidad son apenas percibidos como segmentos que desaparecen gradualmente para quedar concentrados en un escenario construido por la imaginación alterada que se desplaza en nuevos retos y niveles a los que se accede si se usa un dispositivo o una personalidad más sofisticada. Nada de esto debería de estar fuera de lugar, pero el choque de la noción y el deseo, de la razón y el ensueño, de la consciencia y la posibilidad, complican las condiciones de una especie que experimenta sus propias capacidades y limitaciones rezagadas por la incomprensión de los procedimientos que exigen ir cada vez más rápido. La solución para lograrlo es: Equiparar nuestra propia magnitud ­–física e intelectual− al desarrollo autónomo de la técnica y así evitar que el potencial se reduzca a ser una transición entre la configuración caótica del cosmos y la prisión efectiva de una consciencia dormida en un mar intangible de ondas-partícula.
La creatividad del cerebro humano ha elaborado los estratos reconocibles de una realidad más o menos congruente para discernir entre la fenomenología apabullante de la naturaleza y la interpretación que tenemos de ésta para nuestro aprovechamiento. Hemos avanzado en un entorno que no deja de ser sorprendente, porque la naturaleza es un sistema que no cesa de develar detalles a cualquier escala y con distintos factores de complejidad, cuya macroestructura readapta funciones y modifica los ciclos como respuesta a la dinámica de los procesos; es como un tornado que produce un orden mecánico macro-micro –y viceversa− y traducido en constantes de las que deriva el fenómeno de la evolución. Nosotros surgimos en este sistema y lo habitamos con la capacidad de percibirlo e interpretarlo; somos privilegiados por apreciar la experiencia de la vida. Al paso del tiempo nuestra especie se ha mantenido firme y aunque ciertos periodos históricos parecieran surgir de la imaginación de un loco, lo más absurdo dentro de lo absurdo, es que la humanidad no sea una entidad demente, por lo contrario ha demostrado ser muy versátil y estable como para mantener la cordura en los procesos que ha experimentado; aunque no lo parezca, su componente conjunto no tiende a la demencia. Nuestra civilización le resta importancia a la conservación de las funciones que concatenan unos sistemas con otros, anulando las posibilidades de potenciar en proporción lo que ya conforma el mundo. Nuestra inteligencia ha sido insuficiente hasta ahora para conservar un modo armónico de coexistencia. Pareciera que la inestabilidad de nuestro temperamento es una elección, la decisión por imponer los parámetros de una presencia que muestra rasgos más nocivos que la locura, percibidos en la implantación de procesos germinales anómalos. Este procedimiento omite no sólo nuestra adaptación a condiciones de una función esencial sino el reconocimiento de que estamos irrumpiendo como una entidad que se ha convertido en indeseable para nuestro propio entorno. No hace falta que otra entidad consciente lo confirme, la humanidad misma lo hace y eso es lo que durante siglos no ha podido aceptar; algo tan sencillo. Desde antes de la era industrial, cuando la nocividad no tenía un impacto global, ya se notaba esta cualidad; ahora que nos estamos volcando sobre nuestro propio hábitat, es momento de hacer lo que siempre se ha evitado por desdén.
Nuestro cerebro ha diseñado un panorama de reconocimiento que extrae y desequilibra como un procedimiento habitual; visto de esta manera, la solución está en coordinar la percepción y el ritmo de diseño que modifica nuestras preestructuras. El avance progresivo de una civilización que no restituye y únicamente absorbe los recursos, es una modalidad de desarrollo que requiere de un nuevo planteamiento estructural. Hasta ahora, el hombre ha servido a la civilización por ser ésta su creación, su plataforma de desplazamiento y lo que certifica la existencia de una entidad pensante en un cosmos vasto −que no manifiesta una constitución de vida orgánica de alto porcentaje por planeta y bajo un régimen poco riguroso de condiciones físicas y orgánicas a simple vista−. Quiero decir que, aun cuando la diversidad de vida en nuestro planeta es un cosmos en sí misma, su evolución en el universo no es una constante evidente, aunque existan indicios y similitudes ya identificadas en la actualidad. La civilización, como sistema, tiene que servirnos también y en cierto sentido lo hace, pero no cuenta con un método de transferencia por medio del cual lo invertido en ella se valga de un circuito que reintegre de manera funcional lo que la sustenta; los desechos son sólo un aspecto de muchos otros que se pueden reincorporar a este circuito. Las políticas de reciclaje e interés por el ambiente no son auténticas estrategias de saneamiento ambiental. Las poblaciones desarrolladas no pueden identificar la magnitud de un tipo de aniquilación –aunque haya cierta intención por contaminar menos−, porque están sumamente integradas a la cadena de circunstancias que conforman la plataforma en la que su vida se desempeña; los esfuerzos por frenar el súper consumo por el modus vivendi seguirán siendo infructuosos hasta que la coordinación entre el planeamiento y la ambición humana se implemente como modus operandi. La calibración de la necesidades, el avance y el crecimiento poblacional –con todo y los problemas que ya conforman una estadística importante, mas no prioritaria para los intereses mundiales de nuestro presente−, son aspectos que no representan escenarios irreversibles; aunque un ecosistema desaparezca o una especie se extinga –algo que de estar en nuestras manos debe evitarse−, no debemos recurrir al desarrollo de un aparato mercantil que magnifique la problematización y aplique una variante económica para obtener un beneficio financiero. Por ejemplo: Si los polos del planeta se deshielan, la táctica a aplicar sería modificar el diseño y el método de construcción, porque las emigraciones son una reacción natural, pero hasta ahora la civilización no corresponde a este efecto. Para poner en marcha esta estrategia se debe recurrir a un nuevo sistema energético, implementar un nuevo paradigma económico internacional y promover la colaboración colectiva en las regiones para conservar las estructuras funcionales. Pero la reacción de las figuras de poder es de pánico, con lo que intensifican los efectos de la devastación, sofistican los conflictos y señalan a quienes responsabilizan de los males en el mundo, con propósitos ocultos en argumentos falaces y de poca importancia –son de baja categoría porque su finalidad no representa aporte alguno a los modelos obsoletos que pretenden defender−. Avanzar en el estatus organizacional implicaría identificar nuevas funciones sistémicas y corregir los trastornos existentes para preservar la especie humana como un sistema digno de Programar su evolución. El esfuerzo de desarrollo no debe usarse en diseñar un panorama bélico −la imitación mecánica del estomatópodo marino no debería formar parte de las estrategias de combate militar, por ejemplo−. La antropomorfización de la Inteligencia Artificial, por otro lado, implica la ejecución de valores implantados en la programación de sus preestructuras conscientes. En este sentido seguridad, libertad, verdad, amor y odio, etcétera, son valores que harían funcionar la psique de una entidad que posiblemente desarrolle sus propios mecanismos de percepción. Si comprobáramos que nuestro propósito fuera la aniquilación del planeta tierra, en términos macroestructurales, no importa, la naturaleza siempre tendrá una magnitud superior a la nuestra, y si definiéramos que nuestra finalidad fuera retar su resistencia, hay una probabilidad de que ganáramos, pero seguramente sería mediante un procedimiento de sintetización –como el goo nanotecnológico− que desarticulara o consumiera sistemas complejos infinitamente más trascendentes que lo que nuestra especie habría alcanzado en este supuesto
La visión de los gobiernos en el presente asemeja a la estética del cómic, en donde los problemas alcanzan una proporción alucinante por el grado de factores robustecidos para el juego inerte contemporáneo. Pongo principal atención en los problemas, porque lo que podemos interpretar como positivo está integrado a un contexto de anomalías. Por supuesto que podríamos estar hablando de balance, pero lo que tiene que ver con la razón humana, trasciende en desorden. La metáfora del niño que llevamos dentro es el parámetro del adulto que rige el mundo originando guerras para la construcción de efectos económicos o viceversa. Los efectos económicos generan guerras para que el adulto que rige el mundo pueda satisfacer al nene. Es inadmisible la naturaleza de los conflictos internacionales: La lucha por conservar un estatus insípido de vida; que configura un escenario falaz de buenos y malos; que obstruye la educación y el desarrollo interfactorial; que pretende preservar la figura del gobernado; que manipula, interviene y construye la rebelión del inconforme; que simula reconocer el aporte de quien hace una contribución desinteresada y sapiente; que alimenta los valores de honorabilidad, heroísmo, amor a la patria y otros a los que termina violando, sacrificando y venerando –en cualquier orden−; cuando el juego aparenta modificarse: Siempre es el mismo.
La ficción emerge a la realidad mediante personas que suelen ser gente de espectáculo; ellos extraen argumentos de sus producciones para volverlos una realidad. A todos les parece muy excitante ser un personaje de ficción, no importa si representa al bien o al mal; hacen uso de la tecnología y la economía para enriquecer la estética del combate militar. La humanidad está reproduciendo un parámetro falso que recrea este modo imaginario en lugar de integrar el conocimiento a una reconfiguración sistemática de nuestra naturaleza. Obviamente la imaginación no es el único factor que lo torna todo absurdo, pero el ideal de poder persiste para sustentar la coexistencia humana en un ambiente de conflicto aparentemente irresoluble. Contamos con una amplia noción de las anomalías y los síntomas político-económico-sociales son perfectamente identificables, pero la razón parece obnubilada y fascinada por estas circunstancias. Lo más extraño de todo es que ni los pensadores, ni los científicos, ni los poderosos han logrado definir la manera en que un resultado contundente o un avance pragmático tenga la consistencia que se haya en la naturaleza intrínseca del conflicto humano. Hasta ahora, todo tipo de desarrollo se integra sin dificultades a su disfunción derivada y se sincroniza a la función de un montaje barato. Pero aún, dentro de este contexto desolador, precisamente en éste, se puede cambiar a un procedimiento racional, emocional y cognitivo de una escala magnificada que reconfigure el pensamiento y la voluntad humanos. No se trata de reconstituir el ideal del bien, porque  la preconcepción del mal pertenece a la percepción anómala que profiere el daño de la humanidad. El más aborrecible y doloroso de los crímenes es cometido por la articulación de una justicia que se encuentra en el limbo de los ideales humanos. Una revolución, el retroceso a los orígenes, la anulación de ciertas modalidades de producción, el uso de la tecnología para incrementar la productividad a bajo costo y la economía trascendental del dinero, son los arquetipos más constantes que se han sincronizado automáticamente al procedimiento del mismo montaje. Si se piensa en el éxito de alguno de estos ejemplos como un sintagma (un día brillante), ninguno ejerce influencia para la transformación de sus similares, por lo que existen otros factores en el proceso particular de cualquiera de éstos que no se habría podido reorganizar. No son los rasgos múltiples de la conducta humana lo que debe ser corregido sino su función en las estructuras con el objetivo de ennoblecer su potencial. Articular de manera congruente a quien tenga delirio de poder en la nueva civilización correspondería a ubicarlo en una posición de bajo perfil.

Programar la evolución humana
Hablando de exploración vivencial, la humanidad atraviesa por una condición evolutiva múltiple en la que conviven culturas muy avanzadas con otras que se han rezagado. Discernir cuáles son realmente las avanzadas es lo interesante del ejercicio. Un indicador evidente es el uso de la tecnología: quien aplica más tecnología avanza más rápido. Según el ritmo mental –esto quiere decir que el pensamiento acude a esbozar una percepción menos vaga de la realidad−, nuestra evolución tendría que ser posiblemente más lenta, pues los sentidos y la fisiología podrían experimentar incrementos proporcionales de magnificación que nos hicieran pensar diferente –más armónicamente−, pero a lo largo de las eras, la técnica mecánica e intelectual nos ha llevado a ascensiones que requieren de una adaptación abrupta, por lo que nuestra especie no ha logrado ser un sistema consolidado. Aun cuando los periodos históricos más críticos son muy cercanos −edad media,  renacimiento, ilustración, era industrial y era tecnológica− y a nivel biológico parece no haber ocurrido nada relevante, la instrumentación técnica e intelectual de esos periodos propició que nuestra adaptación tuviera un ritmo acelerado intensificando nuestra ya distorsionada concepción del mundo –distorsionada por los cuestionamientos que tuvieron que ser resueltos donde ya dominaba la manipulación, con el propósito de asegurar el poder, principalmente místico, a manera de ensayo para los tiempos que estaban por llegar−.
En términos prácticos, el prominente avance tecnológico compite con la naturaleza y está a punto de formar parte de un proceso tanto o más trascendente que el de la era industrial. La implicación de su surgimiento está ocurriendo en nuestras manos y es espectacular porque deriva en un sinnúmero de versiones. Por un lado está la tecnología a la que estamos acostumbrados, una sistematización que opera con el fin de facilitar la vida humana. Esta rama tecnológica deriva directamente de su prehistoria muy reciente ubicada en la era industrial a finales del siglo 19. Conocemos bastante bien sus características que se podrían resumir en:

1.       Haber evolucionado mediante la sintetización constitutiva –que ahora deriva en tiempo de vida funcional planificada para su aprovechamiento comercial.
2.       Ser usada de forma doméstica e industrial, con lo que se han probado modalidades específicas para su producción y para su ritmo de consumo.
3.       El desarrollo de vehículos de todo tipo de transporte, que se introdujo de manera cultural como una de las tradiciones mundiales más compartida y apreciada.
4.       Un nivel industrial bastante agresivo que, sin embargo, ha demostrado ser muy eficiente para la distribución y el intercambio de mercancías en todo el mundo.
5.       La oportunidad de hacer uso de la inventiva en todos los rubros de necesidades humanas.
6.       Una incalculable cantidad de desperdicios –algunos reciclables y otros que aún no se sabe cómo reincorporar a los ciclos de producción.
7.       Es un constituyente de la percepción económica contemporánea en todos niveles.
8.       Incide en los ecosistemas, el clima y el modo de vida de todas las especies del planeta.
9.       Pasó de facilitar actividades a seducir e inducir al consumo y ahora a controlar la forma de relacionarse entre los seres humanos.
10.    Ha generado nuevas variantes que son la punta de las posibilidades en la actualidad, una de ellas es la posibilidad de una era planetaria.

Seguramente hay más, pero con enumerar diez características relevantes es suficiente. Antes de que surgiera la tecnología como la conocemos ahora, en la era industrial, las expectativas de los humanos eran más o menos similares −en el sentido de las posibilidades vislumbradas en siglos anteriores que pronosticaron un avance probable−; las personas eran más costumbristas, poco abiertas a la novedad, se apegaban a los valores que les habían inculcado aunque no siempre los respetaran. Sólo hasta que las propuestas para llevar al hombre al vuelo o fotografiarlo y filmarlo comenzaron a hacer de la magia un aspecto de la realidad, la humanidad comenzó a comprender que ciertas condiciones fantásticas eran practicables y sin mucho interés por saber cómo funcionaba eso que le llamaba la atención; la era de los avances magnificados la comprendió sin una transición gradual. El desarrollo turbulento mostró muy rápidamente su capacidad de destrucción y los nuevos mecanismos financieros y las nuevas estrategias lingüísticas y de comunicación abrieron las cortinas de un mundo aterradoramente encantador cuyo influjo no se ha detenido hasta ahora.
En la actualidad la tecnología ha pasado por la era industrial, la era computacional, la era digital y a partir de aquí se ha bifurcado en muchas ramas como virtualidad, bioingeniería, inteligencia artificial, robótica,  nanotecnología, geoingeniería, medicina biónica, etcétera. Todas estas aplicaciones tienen su complejidad particular y se pueden interrelacionar. Además de la tecnología aplicada, existe un tipo de desarrollo teórico que usa el conocimiento para la elaboración de modelos y los más conocidos son la física relativista y la mecánica cuántica, cuyas posibilidades son igualmente trascendentales. Su importancia radica en que muestra el razonamiento inteligente para determinar la estabilidad de la mente humana. Otra modalidad teórica es la del Universo Holográfico, que ha derivado de la teoría de cuerdas y la membrana, pero que parece ser un modelo más sorprendente y consistente aún. La comprensión de estos modelos nos lleva a percibir la posibilidad de una cierta inteligencia que no tiene un desempeño antropocéntrico –como lo podría reflejar el concepto de Dios−, es decir, no parte de la existencia del hombre para operar sino que organiza el saber en relación al contexto formulado, de esta manera, el uso de la energía nuclear, por ejemplo, aunque ha excedido por mucho las infraestructuras de la civilización, no es una amenaza potencial por sí misma y sus desastres más críticos son medibles, por lo tanto controlables. Si ahora estuviéramos al borde de un génesis en donde la mecánica cuántica lograra la desarticulación-reconstitución molecular a nivel orgánico, estaría conviviendo con la robótica –no estamos tan lejos de la teletransportación,  pero la tecnología actual aún no está lista−; tal vez podríamos ser capaces de lograrlo, pero el espectro perceptivo humano parece no ser lo suficientemente coherente con su avance. La teletransportación, la aceleración en magnitud luz y la adaptabilidad fisiológica molecular requieren de un desempeño superior al que nuestra especie está acostumbrada.
Una de las peores consecuencias de este temperamento es que la tecnología sustituya a la vida biológica; lo incomprensible es que se elija la reiteración de un comportamiento no recomendable. Pareciera que no nos damos cuenta de que el panorama propuesto de aliarnos con la tecnología podría no ser necesario si nuestro potencial resultara ser prescindible como en nuestro formato presente. ¿Por qué asumir que somos lo suficientemente indeseables como para ser despreciados por la entidad que derivará de nuestra especie? Me parece más coherente reconfigurar los sistemas que hemos creado y sincronizarnos con el ritmo de desarrollo de la tecnología, pero con el conocimiento reflejado en nuestra fisiología; en nuestro aprovechamiento de los recursos; en la recolección y sistematización de la energía; en la instauración de un aparato económico que permita los distintos modos de vitalidad, en donde la programación evolutiva no esté restringida a la autodestrucción –aquí el término “extinción” no sería el correcto−.
Ahora se apuesta por la nanotecnología para reconstituir aspectos fisiológicos de nuestro cuerpo, desde microrobots para la destrucción de anomalías celulares y la refuncionalización completa de células y neuronas, hasta la programación molecular en gran formato que permite la modificación en tiempo real de un espacio, un estilo y, conforme vaya avanzando, el dinamismo podría hacer cualquier cosa –incluso algunos teorizan acerca de una especie de desentrelazamiento molecular masivo ocasionado por los nanobots denominado Goo –un fenómeno que no se puede prever con certeza que vaya a ocurrir o no−.
Además de todas las opciones que han ido emergiendo para la subsistencia humana, la más consistente es la evolución biológica que determina todas las facultades orgánicas de cualquier ser vivo; la degradación celular, la consistencia de los tejidos, la funcionalidad neurológica, la adversidad del entorno; son factores que determinan la longevidad de un proceso para nuestra especie, porque aún no surge la alternativa para evitar morir cuando la fisiología colapse −como sucede con las demás especies orgánicas−. Uno de los aportes menos aventurados es el de la programación genética, que  ha avanzado con mucho éxito en el desarrollo de investigaciones para inhibir el proceso de envejecimiento y el estímulo de reposición celular, la réplica de órganos y la reactivación neurológica. Lo interesante de esta opción es que la constitución humana podría permanecer íntegra, pero con la posibilidad de incrementar la resistencia evolutiva sin necesidad de alterar los mecanismos originales del cuerpo o manejarlo de una manera muy sutil que no elimine las funciones biológicas.
El anhelo de extender la longevidad por miedo a la muerte o por curiosidad sobre el futuro, es un intenso percutor que aparece en algún momento en la mente individual, que permite imaginar el no morir porque la voluptuosidad de la vida invita a la eternidad –claro que, en ciertas circunstancias se puede pensar lo contrario−; sí se pudiera acudir a alguna de las opciones antes mencionadas, significaría que la humanidad habría logrado ser capaz de planificar los escenarios evolutivos pertenecientes a la naturaleza; de alguna manera, eso mostraría también que en algo habríamos magnificado nuestra especie. En el caso de que las técnicas para extender la longevidad se activaran en el mismo contexto de constreñimiento político-económico-social que aún persiste, sería un fracaso equiparable a programar nuestra extinción a corto plazo, porque implicaría que ninguna reconfiguración habría sido implementada y los sistemas de la civilización tenderían a colapsar.

Aspectos en los que debe avanzar la humanidad
La intención de este trabajo es elaborar el aspecto teórico de una reconfiguración en la macroestructura de la civilización que propone dos premisas principales:
1.       El cambio individual es de pulso corto. No por esto quiere decir que sea más o menos efectivo sino que es el nivel de influencia descrito para una percepción lo más congruente posible. Un grupo de individuos que unen fuerza para suscitar alguna modalidad de transformación no podrá verla fructificar si no recibe indicios de que el receptor que analiza su propuesta reconoce un nivel de identificación correspondiente.
2.       Reconocer que el ámbito macroestructural –Gobierno, comunidad, corporaciones, intelectuales, banqueros, científicos, grupos de individuos, profesionistas− es conjuntamente un constituyente de la reconfiguración magnificada necesaria para nuestra especie.
A todos se nos ha instaurado la idea de que hacer cambiar la forma de pensar de los líderes estructurales de la sociedad podría ser imposible, pero no es así. Precisamente el reto Humano está en demostrar que es capaz de avanzar a una mejor situación por medio de sus cualidades. Como se expuso en los apartados anteriores, se están gestando manifestaciones evolutivas muy singulares con las que es probable que coexistamos en una temporalidad muy cercana –hablar de un “futuro” ya no tiene tanto impacto−, pero eso no asegura que la humanidad vaya a formar parte de dicho escenario. Quien opine que no es posible comprender en el cambio a la macroestructura, muy bien podría asegurar que los seres humanos están en el planeta Tierra para quedarse. Con estas dos aseveraciones, se pueden componer otros escenarios como: Aún con el cambio de gran magnitud, la humanidad no subsistiría. O el propuesto aquí: La integración de la macroestructura para transformar los procedimientos humanos también incrementaría sus facultades propias, así como una comprensión más precisa de sus valores, instituciones y propósitos en la Tierra y el interior del cosmos. Intervenir en el proceso de una transformación planificada es un paso que debemos dar como especie; hasta ahora existen muchos motivos por los cuáles la convergencia en los nombrados estratos sociales es improbable porque se ha inculcado un comportamiento de consumo y el desprecio por quien no se apega a este modo sin importar la causa. Son dos facetas de una misma moneda, pero no se correlacionan como dos extremos; su flujo de funcionamiento está disociado. En este sentido, la explotación de un pueblo no es una función porque ese es precisamente uno de los motivos por los cuales el tope político-económico-social humano nos retiene de crecer correspondientemente con la tecnología. Existen diversos efectos que crecen con relación a la escala económica; un ejemplo sencillo se explica en un nivel de riqueza de esta manera: Una persona con todos los recursos a su alcance, con educación y el mundo a su disposición, elegirá una o algunas de estas opciones –es decir, puede ser un empresario, hombre o mujer, que practique el esquí, que viaje por el mundo y le guste el buen vino y los autos, además de hacer muchos amigos; también se puede concentrar en una sola de estas opciones− y su experiencia de vida le impedirá interesarse por otros aspectos que no se relacionen con su modus vivendi. También en un escenario de pobreza, se ejemplifica de esta manera: La persona que carece de recursos, que no recibe educación y que no puede aspirar a otro modo de vida, piensa que con grandes cantidades de dinero la vida se le arreglaría; los mensajes de su entorno la llevan a desear ser el “jefe” en una compañía sin saber muy bien lo que esto implica. La cadena que se va construyendo entre estas dos condiciones muestra variaciones en donde los que tienen dinero desprecian a los que no lo tienen y al revés, pero cuando se interrelacionan en un contexto en el que la familiaridad les permite integrarse, llegan a reconocer las semejanzas y se desanudan efímeramente los impedimentos prefabricados para obstruir su coexistencia. Lo que sucede en este cuadro es que ingenuamente se aspira a que todos sean iguales, pero las diferencias son innumerables, sustancialmente necesarias. Se pretende que todos podrían ser gobernantes, obreros, intelectuales o fisicoculturistas, pero no todos tenemos las mismas cualidades o intereses; aunque este no es el problema. No se trata de cuestiones raciales o culturales, es un asunto económico –las variaciones de índole racial o cultural surgen con la figura de poder que es quien controla la economía− desde el cual se puede identificar lo anómalo. El comportamiento del poder como un control económico, obedece a un factor infantil: la indisposición a esa coexistencia. En la categorización de estatus alto-bajo, unos están dispuestos a hacer lo que los otros no, por esta razón existe la tendencia a hacer uso del servicio ajeno para que éste haga lo que quien contrata no está dispuesto a hacer. Esto ya funcionaba como costumbre en el comportamiento primitivo, si le sumamos el aspecto económico, la indisposición de “hacer” se transforma en un monstruo entorpecido que intenta coordinarse con aquello que sí le interesa, pero aquí ya podemos vislumbrar el conflicto que origina. Pareciera que hacer lo que cada quien quiere es una finalidad y, hasta cierto punto, un logro, pero no es así del todo. Desde un punto de vista psicológico, una persona arrogante e intransigente usaría su poder para un propósito, que, entre otros, podría ser el de ocasionar daño deliberadamente, pero lo que esta persona podría necesitar en realidad es un estímulo muy distinto, que si bien no corrigiera su personalidad, sí podría abrirle constantes opciones que intervinieran en la modificación de su comportamiento. En este ejemplo el factor dinero –no el de economía− podría desaparecer; es decir, para la corrección de esta clase de problemas el dinero es innecesario, aun cuando se trate de contemplar viajes u otros modos de consumo que en las economías arcaicas son imposibles de incluir.
Lo que se explica en este capítulo es que muchas de las necesidades personales que se pretende cubrir mediante la manutención de un sistema económico que se base en cantidades inconmensurables de un valor abstracto acumulado y sometido a la especulación son profundamente disfuncionales. Se piensa que el dinero es el estímulo para que las sociedades produzcan, pero no es así −esto ya se ha discutido bastante como para aportar más argumentación−. Las necesidades creadas para la satisfacción comercial de los mercados, puede emplear la iniciativa de profesionistas en desarrollar campos igualmente comerciales, pero no de categoría desechable. Por ejemplo, el uso del shampú es indispensable en el uso cotidiano y existe todo un mercado para eso, cuando lo que se necesita es un producto que mantenga limpio el cabello, su uso no requiere de ninguna campaña de comercialización, la gente simplemente usará el que le guste por cualquier motivo. De este producto, surgen cadenas de producción que trabajan conjuntamente para que la industria del shampoo pueda proveer al mundo. Si a la gente no se le pagara por realizar esta actividad, posiblemente muchos estarían desempeñando otra labor en su vida, lo cual también sería útil. La conveniencia de generar una mentalidad de consumo hace imaginar que sin el dinero las personas no harían nada, pero ese escenario se apega más a la cultura del poder, pues es ésta la que prefiere hacer el menor esfuerzo; y aunque hacer dinero requiere de trabajo, los fines son de una categoría inferior. No se trata de hacer un señalamiento, porque incluso esta condición debe ser percibida en la reconfiguración de la macroestructura. Posiblemente sea cierto que algunos aspectos se vayan a ver reducidos al mínimo, como el de la servidumbre, pero eso no debe representar ningún problema. En el escenario más fantástico, si se corrigieran las anomalías que producen los caprichos −a lo que se reduce la percepción del poder− de quienes no quieren hacer cierta actividad en específico, la gente que hace lo que debiera estar haciendo por una satisfacción particular, podría desarrollar un sistema que eliminara dichas actividades inconvenientes para la gente que no las quiere realizar –la nanotecnología, por ejemplo−.
En términos concretos, la macroestructura –que integra cualquier magnitud de fuerza grupal− es el factor principal de colaboración para el funcionamiento del paradigma integral humano. No es cuestión de esperanza o de pensamiento positivo, ni de recurrir a los eslogans prefabricados sobre la confianza y la unión de fuerzas sino de propiciar el inicio de un proceso que elimine los lastres para librar el tope político-económico-social que no nos deja cambiar. Los modos de producción clásicos desechan producto activo, promueven falsas expectativas, menosprecian la autenticidad, ensalzan valores vacuos y se valen de vicios de corrupción actualizados constantemente. Esto es inadmisible en comparación con el nivel de complejidad al que estamos integrados. Por supuesto hay aspectos humanos asombrosos, pero al formar parte de un sistema anómalo, son anomalías también. Millones de personas en la historia no han sido felices o lo han podido experimentar sólo cuando el ojo de su huracán les ha permitido contemplar y valorar alguno de los aspectos más sencillos de la realidad –esta gente puede ser rica o pobre−. Adagios como  “La vida es dura”, “Se debe ser feliz con lo que se tiene”, “Lo único que importa es la gente a tu alrededor”, “La patria es primero”, y muchos otros, son patrones funcionalizados en el subconsciente para activar un nivel de renuncia que se va amplificando conforme los estragos personales se vuelven más prominentes.
Otro aspecto importante es incentivar el espíritu de competencia en las prácticas humanas, pero no con la adición del instinto de supervivencia sino con el de empuje correlacionado. El propósito de sobrevivir en términos de competencia es ganar, engañar, derrotar, humillar, ser superior, la destrucción de un ego o de una capacidad; la correlación implica llegar más lejos, hacer uso de los recursos y estructurarlos para que un nuevo proceso muestre un reto desconocido que pueda ser integrado a la magnificación humana. El modo de sinergia necesario para lograrlo es la implementación interfactorial de procedimientos por medio de la cual los distintos aspectos que se correlacionan con una circunstancia acudirían a una reconfiguración para solucionarla. Un procedimiento interfactorial permite que sean puestos en marcha distintos niveles de articulación como se hace para introducir un tipo de producción en el cuadro de necesidades de una población. La diferencia es que funciona con un modelo económico menos restringido y que agiliza los demás procesos. Por ejemplo: Al proveer de una tecnología para la transcomunicación (traducción en tiempo real) de idiomas en el mundo, cuya implementación económica funcione sin parámetros comerciales, reduciría las políticas públicas que sólo retrasan el flujo de resultados, permitiría un avance sincrético y ecléctico para la integración funcional de las culturas primigenias en el mundo civilizado, ya no como una manera de preservación sino como participantes efectivos del mundo y las diferentes lenguas permanecerían por más tiempo con una autonomía de proyección. Esta clase de implementaciones deben de contemplar la accesibilidad de adquisición de dicha tecnología y la manera en que el usuario retribuiría a la sociedad al proveerle de un dispositivo que agiliza su integración a los mecanismos productivos y sociales. También se regularía de manera congruente la función del patrimonio ancestral como perteneciente a los grupos locales e interculturales interesados y no como un uso exclusivo para la explotación por parte de los gobiernos y las instituciones.
La diferencia entre un procedimiento interfactorial y la visión comercial es su finalidad, pues lo comercial busca el mayor beneficio corporativo y los factores que contempla están restringidos al índice de un costo que produce ganancias excesivas. El procedimiento interfactorial conecta los diferentes rubros que intervienen en una producción y la hace funcional, dinámica, identifica los problemas y adapta el rendimiento de su resultado a satisfacer los requerimientos identificados en cada nivel con el propósito de robustecer su rendimiento y su efectividad interfactorial; por lo tanto, cuando uno de los factores que se encuentran operando en modo conjunto con otros más, comienza a recalibrarse, probablemente ya esté formando parte de otro proceso que necesita de una intervención inerfactorial, no como se hace en el procedimiento actual, que genera un hueco para tapar otro. El propósito de buscar que la humanidad se magnifique es eliminar el abuso por su indiferencia para reconocer las soluciones más evidentes y que optan por desordenarlo todo cíclica y cínicamente.
Lograr que la figura de poder modifique los objetivos que la sustentan requiere de procesos paralelos que refuercen este propósito. Las poblaciones del mundo deben valerse de una inteligencia más exigente para que la protesta no sea su único mecanismo de transformación. La Democracia no puede permanecer como un discurso para promover falsas expectativas; se tiene que pensar en una modalidad auténtica de descripción política entre el estado y la población, que surja de un proceso de reconfiguración. Diversos métodos convencionales humanos son identificados como vicios o virtudes según sea la conveniencia, pero son categorizaciones correspondientes al sistema arcaico mercantil. Por ejemplo, los mecanismos de corrupción podrían ser incorporables o prescindibles, dependiendo de su refuncionalización. Por otro lado, la contribución pública y privada al estado no necesitaría recurrir a “trampas” −como la disminución de impuestos por donaciones o iniciativas de un altruismo cuestionable con el objetivo de reducir “obligaciones fiscales” y que es al mismo tiempo genera riqueza sin proveer beneficios efectivos−, ni de contribuir a la sociedad por los programas activados con resultados fantasma. Sin el factor del dinero, lo que se percibe como corrupto en la actualidad podría ser incorporado a la economía o ser prescindible según fuera la aplicación. Como el dinero, otros vicios y virtudes actuales experimentarían una reformulación conceptual como la falsificación, la calidad salarial, las transacciones financieras, la contribución fiscal, el narcotráfico, las constituciones legales de los países, la moral, la verdad y la violencia, etcétera.
Lo importante es evitar que los cambios ocurran al borde del precipicio, cuando la tecnología nos rebase, la contaminación sea imposible de eliminar y la violencia sea incontenible; cuando las medidas económicas lleguen a un rascacielos especulativo que ningún recurso financiero fuera capaz de reorientar o que un error científico propiciara un riesgo insalvable. Uno de los conflictos más trascendentes del mundo es la separación internacional, cuya tensión propende a la guerra de baja o mayor intensidad; eso es lo que hay que reconfigurar desde la visión macroestructural, para que la especie humana logre conservar su calidad de entidad consciente, racional-emocional e inteligente. Los economistas, encargados de una de las disciplinas más trascendentes de la humanidad, persiguen la consolidación de un sistema financiero que nadie pueda cuestionar o derrumbar, basándose en las columnas del poder y en los vicios de la civilización, pero pocos se aventuran a desarrollar un sistema de economía no monetaria, que es uno de los requerimientos para disminuir las tendencias autodestructivas debidas a una percepción abstracta aplicada a procesos reales. El hecho de imponerle un costo a un servicio o producto y de pagar por ley su precio es uno de los vicios más disfuncionales de la civilización. Si existe un proyecto de economía no monetaria, se ha quedado en la academia y visualizado como una utopía, cuando es precisamente lo que se necesita en el mundo. No se requiere pensar en el comunismo, el socialismo o una revolución, mucho menos en una variación capitalista para estructurar una reconfiguración de la economía internacional. Esta clase de medidas contundentes son necesarias para renovar la constitución humana y no requeriría de anular aspectos como la confortabilidad, ni los beneficios de la civilización potenciada o de plantear políticas de austeridad, porque el propósito es comenzar a generar un movimiento de avanzada a nivel mundial. Para lograrlo se debe incluir a todas las culturas con la visión de colocar el conocimiento que cada una puede aportar, en lugar de justificar la omisión de su pensamiento para después ser retomado por las instituciones en términos de incrementar la aplicación práctica de un “saber ancestral”. Me refiero a las culturas originarias porque es en las que más repercuten los efectos de la economía y las políticas disfuncionales, pero también ocurre en los modelos educativos, de desarrollo y de negociación internacional.
El consumismo en la modalidad capitalista –por no darle trascendencia al neoliberalismo− es otro vicio importante e incluirlo en el proceso de la reconfiguración tomaría en cuenta que los niveles de consumo son un efecto consecuente del desarrollo, así como disminuir la oferta en los mercados o como lo llamaría Alvin Toffler la Desmasificación de producción masiva. Lo indispensable es que los citados vicios encuentren su modulación como proceso en la nueva sistematización y que le abran paso a solidificar las virtudes humanas por medio de la cultura profunda de las distintas regiones del mundo, incentivando los hábitos que agilicen el flujo de la información por medio de la interacción física y virtual entre naciones.
Hay un índice que evalúa que el consumo de energía al año en el planeta equivale aproximadamente al flujo que recibe la exósfera desde el sol en tan sólo una hora; esto quiere decir que implementar un sistema de energía actualizado cubriría las necesidades más exigentes que aún no consiguen operar sin estar fundamentadas en las limitaciones del aparato económico disfuncional. La magnitud que influirá para cambiar nuestra naturaleza es la energía –en todo sentido−, por lo que es uno de los aspectos más importantes para reconfigurar la civilización.
Los distintos rubros de la macroestructura deben hacer uno de los movimientos más trascendentales para el paso que debe dar la humanidad, esto es: perder el miedo. Una fuerte limitante para alcanzar las metas potenciales de la humanidad, su civilización y las nuevas entidades que emergen en un ámbito no natural, es el miedo, el temor a que los demás y lo demás crezca y se desarrolle, porque es absurdo que ese sea el motor y al mismo tiempo el freno de los procesos que integran la humanidad al cosmos. Es muy bueno reconocer la función del miedo como un instinto de regulación para contener decisiones erróneas, pero la actitud de la humanidad ha exagerado la proporción de su utilidad, así que el miedo degenera en un velo orgánico que se apropia del cuerpo físico llevándolo torpemente hacia un mundo en el que aparenta integrarse, pero de manera insegura y generando anomalías a su paso. El poder seduce a los sabios, pero el miedo los denigra; esto implica que no es el valor de luchar lo que inhibe al miedo sino la integración consolidada para no ceder al instinto de destrucción.
Hay circunstancias muy simples que no deben suceder, como obligar a ganarse la vida a quien no puede seguir el juego corporativo. No se trata de eliminar clases sociales en principio, pero sí las restricciones que sustentan el abuso sistemático de la figura de poder. Se tiene que aplicar el conocimiento para reestructurar el mundo, no para seguir el juego de los mercados. Resolver la pobreza económica representa un objetivo inminente en esta era; lograr ese avance sería lo más grande en la historia de la humanidad; sólo es cuestión de voluntad y coordinación. Hasta ahora las personas interesadas en modificar las anomalías fracasan porque no se valen de la tecnología más que para consumirla, pero se necesita un tipo de coordinación más dinámico. Los hackers hacen uso de la tecnología en otro nivel, incluso con propósitos sociales, pero se requiere conjuntar más medios para estructurar un procedimiento interfactorial más efectivo.
Los movimientos sociales, se encuentran vulnerables a una obvia manipulación que requiere estrategias menos problematizadas –su complejidad es comprensible, pero el número de actores que la componen deriva en un problema de percepción− y para obtener un resultado de esta modalidad, las comunidades que trabajan por una transformación necesitan hacer uso profundo de la tecnología e involucrarse más en aspectos que trasciendan sus circunstancias particulares y organizarse a mayor escala. La protesta pública es un campo minado, controlado y de resultados casi nulos, si no se tiene la capacidad de hacer análisis modificatorios con métodos renovados. El recurrir a la protesta y la muestra de inconformidad no deben ser recursos vigentes en los estratos calificados como “inferiores”, ahora lo que deben propiciar es revelar el aspecto de su conocimiento superior. De igual manera, los estratos sociales que no tienden a la beligerancia como un modo de vida, están comprometidos a consolidar una inteligencia organizativa de una contundencia similar a la de la violencia, pero con fines superiores de comportamiento, no violentos.
Un ejemplo contemporáneo podría ser el Proyecto Venus, uno de los impulsores de desarrollo tecnológico más avanzados que existen en este siglo 21. Al mes de marzo del año 2014 define su tendencia de desarrollo como por fuera de una línea militar –se hace énfasis en la fecha porque se trata de una operación comercial que fluctúa inevitablemente de una especulación a otra dependiendo de múltiples factores−. El Proyecto Venus sería un ejemplo del grado de superioridad que se puede aportar a la humanidad desde una postura no beligerante que podría emular otro tipo de compañías y organizaciones. El conocimiento aplicado con el propósito de generar una modalidad introductoria de la reconfiguración macroestructural profunda es uno de los procedimientos imperantes que son necesarios para nuestra especie y que para algunos incluso sería un pretexto de guerra. Sólo si la fuerza de desarrollo se coordina mediante parámetros de reconfiguración −no hablemos de una filosofía o una ideología sino de procedimientos concretos de conocimiento no restringido; superemos el arcaísmo estructural que representa la economía del dinero−, las probabilidades de una guerra serían casi nulas. La inteligencia racional es ahora más necesaria que nunca, acompañada de las emociones y los sentimientos; es decir: de la complejidad inherente al cosmos, a la magnificencia del Ser.
Si una etnia aborigen formara parte de los ascensos graduales de la civilización, muy pronto podría estar aportando un conocimiento practicable y requerido desde su origen étnico. Las dos partes, tanto la que intenta gobernar, como la que padece su gobierno, tienen que perder el miedo a la transformación de dicho origen, porque más allá de la muerte, el cambio es perene y cualquier cultura está consciente de ello. Si una etnia lograra convertir en asimilable su lastre cosmogónico –no la anulación de su cosmogonía sino la pérdida del miedo a los cánones culturales y su diversidad− y material, otras modalidades organizativas también podrían ser candidatas a lograrlo. La realidad de este proyecto –soy consciente de ello, todos debemos serlo− se equipara a lograr que la morfología del “Futbol” –éste como representante de una gran cantidad de otros vicios fisiológicos e intelectuales− deje de ser esa manifestación insulsa del cerebro colectivo de lo real contemporáneo, algo que parece “imposible”, pero que permitiría que nuestra inteligencia –nos guste el futbol o no− pueda reconocer como esencial la macroreconfiguración de la especie. El propósito es exponer que las causas del desorden mundial se deben a la conducta infantil humana, que articula aspiraciones inalcanzables para la mayoría y que son de un orden inferior a nuestras capacidades biológicas y mentales, a pesar de tener a la técnica de nuestro lado.
Toda clase de comportamiento agresivo y bélico es una constante del procedimiento humano, pero por mucho que parezca un constituyente fijo de nuestra naturaleza, no es así; la tendencia a solucionar conflictos trascendentes mediante alguna magnitud de fuerza tiene una raíz circunstancial, incluso las escaladas violentas regionales o internacionales se contextualizan por los nodos interconectados que vinculan distintos aspectos de un conflicto aparentemente necesario e inevitable. Un conflicto internacional, antes de alcanzar un rango bélico está compuesto por diversos aspectos que podrían no formar parte argumental del conflicto mayor, es decir que cualquier motivo de guerra entra en juego al activarse un interés de poder. El problema es que el modelo económico con el que ha funcionado la civilización se ha valido de un alto nivel de tergiversación para poder justificar los múltiples intereses que satisfacen necesidades aparentes y simulan políticas de un escenario construido. El mismo desarrollo tecnológico juega un papel decisivo en este procedimiento, pues su participación en el comercio internacional es lo más influyente desde hace ya un siglo y uno de los principales rubros es el armamentismo. Por supuesto otros rubros de la industria reflejan una mayor influencia en el aspecto productivo, como el automovilístico, el doméstico y el de infraestructura, pero el desarrollo de armamento es uno de los móviles con otro tipo de actividad económica que vuelve aún más improbable la posibilidad de un modelo democrático para la humanidad, aun cuando su ideal aparenta ser vigente en una era que funciona de otra manera. Insistir en que la figura de poder represente al gobierno elegido por un pueblo –modelo Democrático−, es una apariencia que funge como la mayor causa del tope político-económico-social que mantiene operando de manera obsoleta y engañosa el flujo de recursos y sistemas activos. Un gobierno congruente con esta pre-era planetaria requiere de implementar la reconfiguración de alto rango para que se alcance a percibir el beneficio en todos los aspectos humanos existentes.
La reconfiguración de la industria armamentista es un ejemplo de cómo impactaría la macroestructura mediante una comprensión avanzada de los aspectos más sensibles de la civilización. Hasta ahora el uso de armas en las naciones representa el estatus de poder neto que puede ser desplegado por cada una, de ahí derivan las variables argumentales para poner en juego el contexto histórico. Todo esto puede ser transformado si la industria de armas comienza a generar una actividad de magnificación energética más consistente. El armamentismo representa uno de los rasgos más infantiles de la humanidad con el que se definen parámetros muy cuestionables como el de los valores heroicos que muestran el lado hipócrita de sus funciones. Las instituciones militares en el mundo podrían representar un auténtico ejercicio de sus ideales si en lugar de trabajar en estrategias de defensa e intervención, se avocaran a ejecutar procedimientos de desarrollo de mayor magnitud que propiciaran el ascenso de las aspiraciones humanas, pues los males de las sociedades son el resultado de necesitar (aspirar a) niveles superiores de competencia, sin embargo lo único superior, en este caso, implica soportar y ejercer mayor daño, por lo que la milicia permanece hasta hoy como un instrumento primitivista del estado.
El crimen es un substrato militar y político que inevitablemente sería comprehendido en la función endócrina del comportamiento instituido como militar; por esta razón el crimen no debería ser una preocupación, no es que se le reste trascendencia al problema de este fenómeno sociopolítico o que se califique como no perjudicial en sí mismo, pero su solución va integrada a los procedimientos que se logren instaurar a nivel macroestructural.
Varias de las propuestas desarrolladas en este trabajo pugnan por la transición de un comportamiento humano aún primitivo a una modalidad que supere la condición humana misma de nuestro procedimiento, por eso será necesario desarrollar el siguiente capítulo, en el que se explica el paradigma Orgint, que comprende los cambios que se han expuesto hasta ahora.

¿Qué nos mantiene humanos?
Esta fue la pregunta con la que cerré una publicación que hice en el año 2013 titulada Ser Más que Humanos, una revista autogestiva en la que di a conocer una introducción sobre el planteamiento que se elabora en el presente trabajo. Es una revista de pocas páginas en la que se esbozan algunas premisas sobre lo que implicaría y las aspiraciones de trascender la condición humana y por qué. El planteamiento pudo haber sido “¿Por qué sería necesario ser más que humanos?”, pero desde el título me pareció que la cuestión por mi parte ya había marcado un manifiesto, por lo que el cuestionamiento terminó siendo ¿Qué nos mantiene humanos? Ahora, después de un año, en el presente trabajo que sigue siendo una introducción, sólo que más elaborada, he llegado al mismo punto y para mí se vuelve cada vez más imperante, no sólo responder a esta pregunta sino pasar a un modelo práctico, diseñar el método que permita calibrar la función de las instituciones de la civilización, pero con procedimientos que ya no arrastren la conducta disfuncional de la humanidad. No se trata de elaborar el manifiesto de La Única Verdad, el valor de la verdad es relativo a la magnitud decisiva que requiera de su percepción, por esta razón la verdad no podría ser más el parámetro del pensamiento superior sino la perspectiva de los constituyentes circunstanciales.
Para formar parte de la siguiente era se requiere de un sistema que pueda interpretar la mayoría de los grupos culturales y que los introduzca a niveles graduales de complejidad con el propósito de lograr una reconfiguración lo más sólida posible del género humano global. El Transhumanismo, otra de las propuestas contemporáneas, opta por una adaptación fisiológica abrupta que interactúe con organismos e inteligencias artificiales, materiales sintéticos más eficientes, ciberconductas probablemente autónomas y un etcétera extenso que se vuelve cada vez más interesante; sin embargo es un clásico procedimiento de adaptación no recomendable si se busca estar a la altura de este desarrollo tecnológico, para lograrlo, se debe  tratar de una  condición integral y el Transhumanismo hasta ahora no lo es.
La conceptualización del mundo que se mantiene vigente se refiere a la rapidez de la productividad como respuesta a las exigencias de un ritmo concentrado de desarrollo. Al hablar de una centralización de la actividad productiva en regiones específicas del planeta, se piensa en términos de “ferocidad corporativa” o “diferencias abismales” entre las economías internacionales, algo innegable puesto que los sistemas de la civilización están saturados, pero los parámetros que trascienden las restricciones de los componentes más fundamentales del desarrollo, es decir, la naturaleza misma, el espacio, los recursos y su capacidad de autopreservación, tienen una eficiencia que nos supera. La conceptualización de “Los tiempos rápidos” es incongruente y no debería ser temida por una especie humana que tiene un gran potencial aún reservado para los tiempos por venir. La exageración de ciertos argumentos que se vuelven colectivos es conveniente para impedir que “las masas” (un concepto peyorativo para nombrar al conjunto de distintos grupos regionales en los que reside el ideal de “democracia”) logren una estabilidad que les permita tener su propia visión de mundo, civilización, desarrollo, derechos y cultura,  causa del tope político-económico-social. Todo esto inhibe múltiples opciones para diluir literalmente las sustancias de dicho tope, es decir, la amalgama de contaminantes, materiales desperdiciados y la hiperproducción, aunadas a las erróneas estrategias políticas que simulan tener objetivos, pero que ignoran su carencia real.
No es muy complicado entender este panorama, el mundo acelerado en el que vivimos es una exacerbación de comportamientos innecesarios. Por ejemplo: En las empresas se exige que el personal cheque sus tiempos de entrada y salida, pero el rendimiento productivo no depende de este parámetro, pues aunque hay periodos del día en los que la actividad es muy intensa, hay otros en los que ésta es prácticamente nula, además de los oficios y profesiones en los que el tipo de trabajo permite una gran cantidad de tiempo libre. Las políticas de productividad exigen que determinado personal esté siempre ocupado, aunque lo que haga en periodos de baja intensidad no tenga ninguna relevancia. Este tipo de conducta origina basura y desperdicios, errores, patologías laborales y otras disfunciones operativas por el fin de mantener activo a todo el personal de la empresa. Se podría pensar que hasta antes de la tecnología el disciplinar a los trabajadores de esta manera era un recurso incuestionable, y aunque no es así porque todo comportamiento coercitivo es un instrumento primitivista que deviene de acelerar los procesos y de ejercer un poder obtuso, los vicios de la tiranía laboral, familiar, educativa, etcétera, son factores que cada vez pierden vigencia por varias razones. Dos de estas razones son muy importantes por su evidente sentido común: la primera es que la tecnología ya está formando parte de los procesos sociales y productivos, donde genera un mayor dinamismo a un ritmo que estaba forzado –con pocos trabajadores haciendo labores arduas a nivel obrero y administrativo, avenidas saturadas con conductores estresados y formados con prepotencia o estudiantes encerrados que aspiran a ser los mejores en ese sistema disfuncional−. La expectativa de la tecnología integrada a las funciones de la civilización nos da una perspectiva muy diferente de cómo podría proyectarse la humanidad en este nuevo mundo.
La segunda razón, es que las personas están reconociendo con mayor apertura el hecho de que deben existir otros cánones de formación humana, en los que se valoren las capacidades de cada persona, por lo que el ritmo de proyección individual está a punto de experimentar una transformación gradual si se aprovecha el dinamismo que la tecnología provee. El problema es que persisten visiones corporativas que influyen a bajo y alto rango de desempeño, con directrices obsoletas por el temor de que la gente se desacostumbre a trabajar bajo un forzado nivel de productividad; por esta razón parecen incapaces de hacer modificaciones fundamentales cuyo efecto de merma residual es insignificante. A lo largo de este capítulo se propondrán distintos procedimientos que se pueden implementar para poner en práctica los estatutos de la Reconfiguración Macroestructural.

Las condiciones “conservadoras” –en el sentido de ser intolerantes al cambio− que estructuran el mundo, usan el odio como mecanismo perturbador y retrograda; sin embargo la pérdida del miedo por parte de cualquier condición humana, permite discernir la magnitud de cambio manifiesta entre dos órdenes distintos que van a coexistir y que deben prevalecer: el biológico y el artificial. De cualquier manera, la capacidad de reconocer los niveles en los que la tecnología se va a desempeñar –autómata, con uso de inteligencia, antropomorfizada, adaptable, integral o nanocelular, etcétera− incrementará las posibilidades de que la humanidad se trascienda a sí misma con el propósito de no “extinguirse” de manera abrupta a causa de su miedo, ambición u obsesión por un futuro fantástico.
Antes de proponer una respuesta a la pregunta clave de este capítulo, quiero agregar que la confianza en la humanidad que podría requerirse para un proyecto como este debería ser muy –muy− alta, pues el tipo de modificaciones que se proponen aquí para muchos son inconcebibles, sobre todo para quienes no se han dado cuenta del desarrollo que la ciencia ha alcanzado, junto con el pensamiento y los métodos comerciales. No es sólo confianza; el avance no se detiene, posiblemente ni con un desastre que arrasara con la civilización. La mayoría de los comportamientos anómalos de grupos e individuos sociales, corporativos o criminales, se deben a la omisión que tácticamente aplican del progreso mismo para que ciertos mecanismos continúen funcionando de la misma manera; lo que no toman en cuenta es que si han identificado la gran utilidad de esos mecanismos, al cambiar la modalidad económica, los beneficios incrementarían las expectativas de confortabilidad reduciendo las afecciones físicas, mentales y de satisfacción personal; además la percepción de los valores sería más consistente y dinámica. El surgimiento de estos valores ya está ejerciendo influencia en la actualidad (¿qué valores, cómo funciona esto?). La evolución humana aún no termina y los logros de la ciencia y la tecnología son parte de este procedimiento, sólo que sus parámetros son paradigmáticos. Así como la consciencia humana fue una singularidad en la naturaleza, ahora la Inteligencia artificial, principalmente, es la nueva singularidad en el paradigma de la vida.

Y ahora sí:
¿Qué nos mantiene humanos?
Al comenzar a plantear mi aportación a esta pregunta, cobré consciencia de que se trata de una cuestión muy antigua −lo sabía, pero no lo había tomado en cuenta hasta este momento−. Lo que puedo afirmar es que mi intención no es responder a lo que nos hace humanos sino lo que nos mantiene humanos. ¿Será más difícil o más sencillo? Veremos.
El primer aspecto son los rasgos biológicos (reino, especie, familia, orden, etapa, omnívoro), que compartimos con la mayoría de los primates y que son una versión más o menos refinada de las cualidades de otras especies. Hace poco se propuso la teoría (citar) de que los mamíferos habían sobrevivido al meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios, gracias a un diminuto roedor que escondido entre las grietas de las rocas más altas, logró soportar las temperaturas ardientes de la superficie. Pero independientemente de la conclusión final que pueda llegar a tener el árbol evolutivo de los distintos órdenes de especies biológicas, el ser humano comparte un alto porcentaje de las características de los demás seres vivos, por lo que este sería sólo un acercamiento contextual a la respuesta. Las manos, el cerebro y la consciencia son aspectos más específicos de la condición humana, que proporcionan la oportunidad de valerse de ellos para emprender una civilización homologando a otros sistemas organizacionales como las colonias de hormigas o las emigraciones por aire, tierra y mar o las relaciones simbióticas con otras especies. La cacería, la agricultura, la ganadería y la recolección agrícola son sistemas fundadores de un procedimiento civilizatorio de los recursos; aquí es donde empiezan a surgir las cualidades que mantenemos hasta ahora.
Cuando el hombre pertenecía a la categorización de comportamiento animal, el instinto era su recurso de percepción del mundo, por lo que la manera en que se relacionaba con su propia especie no puede juzgarse como buena o mala, no existían los parámetros racionales para hacer uso de juicio; eso es muy distinto ahora porque lo moral se encuentra activo en la mayoría de las interpretaciones del mundo, sin embargo, en lo concerniente al juicio bueno-malo, justo-injusto, etcétera, ha quedado establecido que la reconfiguración humana contempla la complejidad existente en sus parámetros en donde lo ético tendrá una mayor injerencia sobre cualquier circunstancia que lo simplemente moral.
 Otro aspecto destacable de nuestra evolución es la técnica. Desde la era prehistórica, la técnica ha formado parte importante de la experiencia del hombre, pero no sólo del hombre; podría decirse que los reinos de la vida surgen a partir de esta cualidad inteligente del cosmos, mediante la cual las combinaciones multifactoriales producen mecanismos concretos resultantes de esta técnica que no es primitiva sino primigenia. Incluso el lenguaje es una combinación de las propiedades que compartimos con los animales, los vegetales y las facultades aleatorias que modulan el caos. (Cómo se define a la técnica desde este parámetro)
Las adaptaciones espaciales que originan el surgimiento de la percepción cultural en la consciencia son el escenario en el que se manifiesta la utilidad del comportamiento de manera más sistemática, en donde los líderes de los grupos trascienden la intuición instintiva y comienzan a surgir los distintos roles y las jerarquías que hacen que un grupo sea funcional. Ese mismo modelo permanece vigente desde hace aproximadamente un millón de años y el amalgamamiento de acontecimientos en nuestro genoma ha estructurado ciertos patrones que se han ido fijando en la inmediatez cultural. El poder como mecanismo organizacional engloba funciones primitivas que gradualmente fueron desarrollando conceptos representacionales apreciados por la capacidad de transmitir acuerdos de comportamiento entre los grupos.
La ética y la moral son parámetros a los que la razón se refiere para evaluar condicionamientos de valor a las acciones humanas. Los valores son una función psico-lingüística ambigua que condiciona la interpretación de los sentidos a categorizaciones generalizadas por un hecho para cuyo juicio se excluye la complejidad que lo conforma −esto no implica que se les demerite o se aconseje su omisión, simplemente se describe una conceptualización para contextualizar los valores que más se apegan a la manifestación del poder−. En ese estadio primitivo a lo largo de las eras humanas formaron un cuadro reiterativo en quienes fueron consolidando este rasgo. La superioridad, el honor, el mérito, la lealtad de un grupo a un representante, son valores que describen al orden organizativo en vigencia; otros valores como la humildad, el sentido del deber, el sacrificio, el esfuerzo, la perseverancia y la fidelidad, son una especie de contraparte para quienes representan a los súbditos de ese orden. Otros valores que representan más a la razón y que se distancian de los propósitos de poder están más relacionados con la buena voluntad, pero no dejan de ser ambiguos; la bondad, la honestidad, la compasión, la sensatez,  etcétera, forman parte de este grupo. Un cuarto grupo está conformado por ideales universales como la verdad, la libertad, la concordia, el respeto, cuyas aspiraciones no pueden ser absolutistas y sin embargo se comprenden de esta manera.
Junto a la noción de valores, se encuentra otro rasgo racional que corresponde al carácter y la personalidad, a la psicología de elegir un grupo de valores u otro –o un uso determinado intergrupal−, lo que se comprende en este trabajo como sistema ético. La figura de poder utiliza por lo general una ética de control y dominio.
Hasta este punto, el estado primitivo del comportamiento y la razón humanos no alcanzan a definir cómo volver estas actitudes una herramienta de calibración entre la técnica y su desempeño como especie. Si hiciéramos un recorrido de los distintos periodos importantes de las culturas humanas y lo pusiéramos en una gráfica imaginaria, las crestas y valles irían en escala ascendente de distinta magnitud en el sentido de haber alcanzado un balance civilizado con una prominente caída en la edad media y una ascensión en los siglos posteriores; el pico más alto sería en la era industrial, en donde después de una década de movimientos sociopolíticos estructurales, los descensos podrían representar la mayor parte de la trayectoria de la gráfica imaginaria. Sería muy irónico que, de ser acertada esta suposición –tendría que ser evaluada con mucha minuciosidad por un modelo que no he trabajado, pero posiblemente ya exista−, los logros equiparables a saltos cuánticos que han producido la ciencia y el pensamiento contemporáneos formaran parte de un panorama brutalmente inestable e inoculado en las nuevas estructuras cuyo pico más alto puede deberse a los cambios de la especie que marcó la primera singularidad de la naturaleza en el planeta Tierra, es decir: La Humanidad. ¿En el universo? Sería muy antropocéntrico afirmarlo categóricamente, pero es una posibilidad.
Esta gráfica imaginaria podría medirse como el monte Everest situado junto al monte Olimpo del planeta Marte (cuánto miden). El propósito de imaginar esta representación es que La Era Tecnológica precedente de una Era Planetaria ha provocado un gran descenso en tan sólo un siglo desde la era industrial, que sería la cúspide donde se habría logrado una gráfica más regular, pero en lugar de eso los conflictos y las maniobras humanos han producido un gran declive, que con todo y la agresividad que hemos experimentado en la historia, al llevar tan sólo un siglo de haber alcanzado esa cúspide, junto a las desconocidas posibilidades representadas por el monte Olimpo, dicho declive podría percibirse como insignificante –en términos puramente estadísticos−.
Al mantenernos a la altura del desarrollo tecnológico estaríamos subsanando los distintos errores que integran la decadencia que nos mantiene humanos. Equipararnos a la tecnología implica más que comprenderla y utilizarla, porque el lastre  mencionado anteriormente se relaciona directamente con nuestra propia especie, no es cuestión de la tecnología. Probablemente sea necesario un proceso caótico de alta magnitud para conseguir una estabilidad que no dependa del conflicto perceptivo de los individuos y los grupos. Una variable más factible de este escenario es la autodestrucción como consecuencia del miedo persistente que suelen preservar las culturas primigenias y emergentes.
Como se puede identificar, algunos de los rasgos que nos mantienen humanos, aunque apenas nos vamos introduciendo, tienden a la contingencia. No se trata de evidenciar lo malo y a aspirar a lo bueno; aspirar a algo mejor tampoco sería una definición acertada, porque eso implicaría que nuestro procedimiento continúa replicando inconsistencias estructurales cuya vigencia ya no debe permanecer si la intención es experimentar el escenario hipertecnológico que promete ser el nuevo paradigma en la naturaleza, modificando la configuración de la producción biológica mediante el control de la energía en magnitudes cada vez más precisas.
En la actualidad, la humanidad está determinada a seguir funcionando con la instrumentación primitivista que ejecuta procedimientos desarticulandores. La sociedad, la economía, el progreso y la vida misma están amenazadas por este comportamiento que no tiene ninguna congruencia y con el que nos mantenemos a bordo en una entidad cosmológica, el planeta Tierra,  que en sí mismo es una singularidad al ser portador de vida y que a su vez forma parte de una fenomenología que supera todo intento de metasignificación de éste con respecto de la humanidad. Alguien mencionó (citar) que nuestro cerebro era más complejo que el universo; este tipo de pretensiones son las que provocan que la humanidad siga siendo lo que es: Errónea, insuficiente y vulnerable. En todo caso, nuestros cerebros son estructuras sistémicas, en proporción equiparables a la actividad cuántica cuya magnitud posiblemente aún no se vislumbra. El universo es una preestructura del cerebro y su magnitud superior en fuerza puede destruir a este órgano por cualquier eventualidad. De nosotros dependería que la complejidad del cerebro creciera de manera congruente como para demostrar que es más complejo que el cosmos. El cerebro está en el universo y como humanos aún no podríamos afirmar que conocemos el absoluto del cosmos.

La mejor manera de discernir lo que nos mantiene humanos es identificar lo que debiéramos conservar para continuar siéndolo. Es comprensible que las personas piensen que ser más humano es lo correcto o que hay que ser mejores humanos, pero precisamente el punto es que la humanidad no puede ser mejor porque su proceso ha constituido lo que ahora es; de aquí el paradigma de ser más que humanos, pues la humanidad como entidad primigenia no puede mantener el paso de su propia magnificación, porque se requiere la capacidad de aportar soluciones contundentes que devengan de un proceso congruente, más lento en ciertas circunstancias. Dicho proceso diseminaría una dinámica menos sofisticada, más consistente y con posible rigidez cultural en una estructura de membrana, es decir que se implementarían sistematizaciones casi idénticas en todo el mundo. En un escenario hipotético, la humanidad menos sofisticada se interesaría en evolucionar su fisiología orgánica, refinando sus sentidos y estandarizando su tecnología global; prescindiría de comportamientos excéntricos previniendo contingencias que excedieran la capacidad de la civilización; los procedimientos serían consensos internacionales que desarrollaran sistemas de una comunicación precisa que no recurriera a la semiología para manipular o cifrar las negociaciones o acuerdos mundiales. Este es un panorama hipotético, probable en el caso de que la humanidad pudiera superarse a sí misma, en sí misma y habiendo desarrollado mecanismos de una transformación gradual, más lenta.
Si la humanidad continuara como la conocemos, este sería su modelo de desempeño: Estaría persiguiendo sus propias quimeras, completamente alienada por los modelos que ha forjado en su concepción de cómo debiera ser el mundo; se sumergiría en sus preconcepciones de dominio como si de un determinismo cosmo-antropocéntrico se tratara; cualquier impulso de prevención sería saboteado y su trayectoria se dirigiría voluntariamente a confrontar los escenarios más absurdos, elaborados con la materia intangible del poder recreada para justificar lo anómalo de su proceder.
Si continuáramos siendo humanos permitiríamos que una dinámica insulsa como la del dinero prolongara indefinidamente su control sobre el cerebro –podría especificar que en la mente, pero es el cerebro el que se ve directamente afectado−, pues todos los estímulos productivos o de otra índole, aparte de que dependen de su flujo neurológico, inciden en la fisiología cerebral, que a su vez regula todos los sistemas biológicos. Lo más absurdo es que el dinero representa de manera tangible la influencia intangible del poder, es decir, el dinero no es nada en sí mismo, pero con su percepción se consigue medir la magnitud de un fenómeno que manifiesta la mente humana, el de categorizar niveles adquisitivos como estructuras de superioridad. En este cuadro, el tope político-económico-social estaría completamente arraigado a esa percepción, sin la cual las estructuras culturales tendrían la capacidad de interactuar sin ningún tipo de alienación cifrada de por medio. Si la humanidad continuara como la conocemos, todos los conflictos interculturales serían producidos en un contexto de alienación en donde el dinero jugaría un papel muy complejo sin ser el origen de la percepción anómala. La ambición por el dinero diseñaría la mentalidad de las sociedades y las orientaría torpemente a una confrontación sistemática que no cumpliría el propósito de sublimar la civilización.

La tecnología no es un reflejo de este procedimiento porque tiene su propio proceso evolutivo y el ejercicio del dinero no es una herramienta para producirla; el que la empresa humana recurra a esta modalidad económico-organizativa no quiere decir que ésta haya hecho crecer la civilización. Usando la configuración monetaria la humanidad se ha valido de la tecnología para exponenciar sus consecuencias; de hecho, el proceso evolutivo de este recurso ha generado un comportamiento de inconsistencias incapaz de  definir un rumbo futuro que no se apegue al de la tecnología; este es un punto importante, por eso la siguiente definición puede dar una idea de su insignificancia: La historia humana ha sido larga y muy trascendente; la historia del dinero es muy corta e insignificante –prefiero no asumir lo catastrófico de su efecto alienante; no es por minimizar dicho efecto, opto por abrir la posibilidad a otra perspectiva−; la historia de la tecnología está por empezar –ya lleva un siglo, pero apenas comienza− y ya está tomando el control futuro de la humanidad, por esta razón el dinero es el equivalente de una humanidad restringida.
Dejemos el ejercicio de la suposición para mencionar otro aspecto por el cual el dinero no es el pilar de la civilización y, a pesar de esto, forja la visión contemporánea de desarrollo: La gente piensa que el poder es una fuerza siniestra. Esta pretensión es un rasgo de primitivismo que incluye toda una mística sobre un tipo de personaje de perfil maligno. Sea real o ficticia la naturaleza de este fenómeno colectivo, tal pareciera que su presencia fuera necesaria para justificar los males sociales. No se puede negar que la cultura del poder en sus estratos más altos está presente en el mundo, pero no sería recomendable concebirla como una estructura del mal, puesto que en la reconfiguración, al contar con una ética de valores avanzados, el mal o el bien no formarían parte de una percepción rígida sino consistente. Además, en la actualidad la mayoría de los grupos económicamente activos aspiran a formar parte de ese alto rango del sistema capitalista y sostener una preconcepción del poder-maldad es incongruente con la función macroreconfigurativa. Los representantes de esta fuerza de poder son los multimillonarios, quienes pueden manipular la percepción de las masas con el propósito insulso de conservar su riqueza.
Este estrato social domina los conceptos más influyentes para construir la realidad de los individuos y, sin embargo, están coordinados por contradicciones. Su postura más definida es la del individualismo –un principio neoliberal−, pero en este modelo un millonario es una corporación, es decir que introduce la noción de una mentalidad individualista que constituye una colectividad y por lo tanto su individualidad no se representa a sí misma; ni siquiera la persona que de manera honoraria está al mando de una corporación es individual. Aquella persona que se encuentra alienada en su riqueza, que suspende su interacción con el mundo, que le es indiferente la persistente incongruencia del tope humano, es un reflejo de sus contradicciones; ocurre no sólo con un individuo sino con comunidades enteras. Esta mentalidad es otro rasgo primitivista de la civilización porque implica que el aislamiento, sea parcial o total, es la disfunción más contundente del dinero, cuya naturaleza sólo representa la carencia mental de la especie. Describir en estos términos a la dinámica “financiera” contemporánea puede dar una idea aproximada para comprender lo innecesario del dinero, pues los beneficios de su símbolo pueden ser adquiridos sin una representación material –dinero− y sin abuso –poder−. La cultura del miedo-odio inoculada en el dinero es uno de esos recursos funestos que impactan tangiblemente a la realidad; otorgarle trascendencia a los sucesos históricos y los procedimientos que elabora sería alimentar la expectativa errónea sobre una conducta que experimenta una transición paradigmática; el pasado no puede ser más una premisa si queremos evitar la reproducción de conductas que deben perder vigencia. La historia es importante para preservar el conocimiento más no para otorgarle tradición a las conductas de conflicto. Para lograr un avance en el pensamiento contemporáneo, la voluntad más que humana Orgint –Organismo integral−, categorizaría al neoliberalismo como un proceso noetológico –malogrado, mediocre− e implementaría condiciones de ascensión a nuestra especie con todo lo contenido en el planeta.
El individualismo, como preferencia cultural y filosófico-corporativa, también forma parte de la gama de disfunciones de la humanidad y, como especie, restringe nuestra capacidad. Es comprensible la consideración de que el logro individual es importante, pero no es absoluto pues un individualista se sirve de la labor de otros individuos o grupos y omite la complejidad que configura sus condiciones. Por ejemplo: No hay una ley universal que determine la equivalencia absoluta entre virtud y belleza, ni entre riqueza y conocimiento o fuerza y tamaño; la complejidad que se manifiesta al conjugar estos factores no tiene siempre el mismo resultado. Un individualista se encuentra en la posición ideal de mando en este panorama económico, usará estrategias que degradarán su supuesta autoridad. Un individualista, sea poderoso o no, disfraza de astucia al oportunismo y a la trampa, recurre al abuso con indiferencia, aparenta obrar con buena voluntad con el fin de sacar un provecho o una ventaja que ejercita en la menor circunstancia, además tiende a la corrupción y no considera la protección de ninguna persona o recurso que le haya sido útil. Ser individual es una actitud valiosa cuando se es consciente de los atributos existentes en otros individuos y de la interacción satisfactoria que se logra al crear vínculos congruentes con las personas –identificar las cualidades propias y reconocer las de otros para interactuar con ellos−; cuando el provecho personal es el objetivo prioritario, lo individual se comprende como individualismo.

Una cualidad persistente de nuestra especie es la de magnificar problemas, en pulsos de bajo impacto –como cuando existe un malentendido entre personas− o en pulsos de impacto máximo –cuando sus consecuencias tienen un alcance financiero o internacional−. La magnificación de problemas es la tendencia de crear un conflicto sin comprender la naturaleza de los factores o, aun conociéndolos en detalle, pugnar por ejercer una autoridad regulatoria que responde a un criterio institucional arbitrario. En una guerra −uno de los ejemplos decisivos de la voluntad humana que suele ocurrir hasta en el interior de una familia−, las motivaciones son un efecto de retroalimentación digresiva, en donde los argumentos no operan para resolver la circunstancia sino que se transportan a un procedimiento no sistemático que se enfoca en la  función cadena de sacar ventaja, derrotar al oponente y obtener un beneficio; además, intenta alinear un razonamiento determinista que deriva en irracional. En este contexto la figura de poder se vale de una actitud hipócrita para manipular a su interlocutor. Lo que se requiere para sustituir la magnificación de problemas es elaborar operaciones de negociación que solucionen contingencias. Implementar la reconfiguración macroestructural dinamizaría los aspectos que se encuentran estancados; proveería de escenarios reales que requerirían de un uso práctico de la inteligencia; también incidiría en la interacción humana logrando que las aplicaciones de los sistemas vertieran avances efectivos no afectados por la regulación de la mercadotecnia sirviente del capitalismo.

Hay otros rasgos muy importantes que nos mantienen humanos y derivan de las convenciones económicas, pero pueden y se deben percibir de manera independiente a la economía. Los sistemas legales y las constituciones de Estado servirán a la reconfiguración para obtener una conceptualización precisa (mediante el Principio de Imprecisión) de los estatutos que fundamentarían la transformación del nuevo carácter humano. Las leyes son trascendentes principalmente para identificar la significación irreductible del comportamiento como un fenómeno psicosocial que no opera de manera lineal, es decir que no es predictible o estandarizado. Los sistemas legales actuales constriñen este factor deliberadamente a un molde cuyos efectos sustentan anomalías funcionales que son rígidas y corruptibles según sea la conveniencia en ciertos casos. En la actualidad es permisible adaptar la función legal a condiciones políticas, negociaciones de intereses o proteccionismo, por lo que no sería congruente omitir que éstas son circunstancias reales que de igual manera deben de ser percibidas como comportamiento no lineal. Al proceder con la reconfiguración de estos sistemas jurídicos, las distintas modalidades de malversación legal reducirían las probabilidades de reincidencia, por lo que la corrupción no reflejaría las cifras masivas actuales, pero quedaría contemplado que un rango mínimo podría formar parte de una clase circunstancial de recurrencia que poco a poco se vería reducido.  Con un método más dinámico de percepción legal que actuara en un contexto de congruencias sociales, políticas y económicas, la tendencia a la corrupción disminuiría gradualmente hasta desaparecer como una herramienta despótica que simula corresponder a un compromiso moral.
El enunciado Errar es Humano debe conformar la transición hacia un estado en el que el error y la duda humanos sean condiciones de ascensión que configuren de manera gradual las posibilidades contingentes como causa del procedimiento; dicho estado trasladaría el término ideal de perfección a un estado de actualización permanente en el que los órdenes de configuración neurolingüística y bioártmica (uso preciso de la energía) respondieran a la interacción consensuada entre el Ser Humano y la Tecnología, esta modalidad operaría para definir a la categoría Orgint, que describe al Organismo Integral Más que Humano como un paso hacia un rango de ascensión-adaptación autocalibrada del Ser en el mundo, en la cosmología.
La cosmología humana y de toda la vida terrestre es comprendida en este trabajo como el conjunto de procesos de transformación ocurridos en el planeta que habitamos; está principalmente ligada a nuestra especie porque es la que influye en los sistemas naturales, pero no implica que nosotros o nuestros dioses seamos la cosmología –por lo menos no todavía−. No se sabe con certeza si el cambio climático es consecuencia de las acciones humanas, por ejemplo, pero a nuestra cosmología la conforman estos fenómenos sin que nuestra responsabilidad tenga implicaciones decisivas; en el caso de que las tenga –a causa de la geoingeniería o de la degradación atmosférica−, al ser nosotros parte de la cosmología del planeta Tierra, somos un factor de modificación pero nuestras afecciones morales sólo repercuten en un orden secuencial y desapegado de ésta. La Tierra tiene su propio proceso cosmológico y si la humanidad es buena o mala, en esa dimensión de factores, es intrascendente a los cambios que experimenta. Finalmente, si la Humanidad alcanza el paradigma Orgint, la mejoría de su adaptación correspondería a la calidad del conocimiento implementado para su propia subsistencia, más no para afectar ontológicamente a la cosmología universal. La podríamos afectar por formar parte de la cosmología, más no por ser la pieza más importante en el cosmos.   

Ser más que humanos implica trascender la condición humana primigenia que conserva la instrumentación primitivista y fundamenta el tope político-económico-social cosmogónico, que deriva en magnitudes de subdesarrollo cosmológico. Ascender al nivel Orgint implica tener la capacidad de mantenerse al frente de la evolución tecnológica, de conservar las condiciones biológicas propias y de la naturaleza y preparar la implementación de un proceso consistente para sustentar el albor de la era planetaria en condiciones de adaptabilidad avanzada. En esta era representativa de la historia tecnológica, haber sistematizado la prevención habría llevado a la civilización a un avance congruente –no necesariamente más lento− y evitado que los problemas se convirtieran en los grandes conflictos que ahora padecemos –inconsistencia sistemática, incongruencia tecnológica, discordancia mental y vulnerabilidad fisiológica−; esto habría evitado que se generaran las contingencias que ahora exceden la capacidad de la civilización.  La actitud humana ante la contingencia se apega a la metáfora del precipicio en la que los pasos no pueden reconocer que deben corregir su ruta sino hasta que han llegado al borde e ir hacia atrás devela la paradoja: Retroceder es un procedimiento que ha sido imposibilitado.
En una novela corta que escribí con la intención de elaborar un escenario de mejoramiento desde la humanidad, el protagonista llega a la conclusión de que ésta no cambiará y decide asumir su congruencia personal hasta convertirse en algo que nunca pensó, pero que después de experimentar su propia metafísica, lo lleva a comprender el alcance de su condición cosmológica y entonces readapta su cosmogonía personal. A partir de este ejercicio literario, yo mismo modifiqué mi intención de cambiar a la humanidad y también comprendí que los niveles evolutivos en el universo conformaban singularidades que marcaban el paradigma de la frontera entre una configuración lineal, su límite y el horizonte de su transformación con un efecto de hoyo negro revertido, de manera que se sublima el proceso y ocurre una producción masiva de sucesos. En este sentido, el pasado es un fenómeno que puede asimilarse como una impresión imperturbable, de la cual sólo permanece el almacenamiento residual que se adapta a formatos futuros; pero la humanidad lo retoma como un apéndice emocional que le arraiga a conductas carentes de procesos integrales y las convierte en disfuncionales; paradójicamente, la percepción humana del pasado obstaculiza su desarrollo. Pero de manera particular, esta paradoja puede ser resuelta si la cosmogonía cultural no se interpone con la cosmología del proceso de desarrollo. Los dogmas mentales, de igual manera, en un contexto de congruencias sociales, económicas y políticas, no son un obstáculo en sí mismos, sólo hasta que comienzan a interponerse a la evidente transformación cosmológica es cuando se vuelven nocivos. Estos dogmas representan a creencias religiosas, valores de servicio, tradiciones culturales, nociones psico-sociales y procedimientos de poder porque arraigan la cosmología de un contexto complejo a su sistema cosmogónico particular, de manera que anteponen su concepción del mundo al cambio que está ocurriendo en tiempo real. Podría parecer obvio que el mundo permanezca afín a la visión cultural de un grupo dado, pero deja de serlo cuando existen muchas visiones vigentes y todas están involucradas en el mismo proceso de transformación.
Un acercamiento posible para resolver esta circunstancia sería sistematizar los puntos en común que las distintas visiones comparten, principalmente entre religiones y etnias primigenias, para que sus representantes comunicaran el entendimiento correspondiente que existe entre éstas. La importancia de este acuerdo radica en que los practicantes de las religiones y tradiciones ancestrales comprendieran que todas las culturas tienen un sistema de creencias para estructurar el mundo y que el respeto no tiene una finalidad moral sino de desarrollo integral. El sincretismo cultural sistematizado evitaría que el desarrollo se basara en la supremacía de una forma de pensamiento sobre otra, además de que conduciría a una trascendencia tangible de su conocimiento sin la necesidad de un sometimiento intercultural.  
Poco a poco me voy acercando al capítulo en el que la propuesta del Cero Filosófico se expone como una estrategia para ser el punto de partida en la Reconfiguración Macroestructural, pero antes de llegar a ese punto, aún hay algunos aspectos que deben revisarse.
Para todas las culturas, pero sobre todo las que padecen los alcances de un desarrollo del que no reciben beneficios, es necesario que adapten su cosmogonía al curso de la cosmología que está transformando el mundo y no intentar desprenderse por su límite convencional; el problema de todos los estratos culturales, sean tradicionales, corporativos, científicos o políticos, etcétera, es que luchan por defender lo que les es sagrado, pero esa actitud les impide equipararse a la magnitud de transformación que las comprehende. El dinero es uno de los factores comunes en los distintos rubros culturales, pero también lo es la posesión de la verdad, así como otros conceptos que mantienen rígidas las estructuras de los grupos más influyentes en el mundo. No es sencillo visualizar un cambio de mentalidad tomando en cuenta las dimensiones corporativas o religiosas que moldean la civilización, pero es viable introducir una adaptación gradual por medio de iniciativas que los propios grupos perciban como una prioridad, sobre todo si se comprende que la adaptación impulsa distintos factores mediante un modelo integral. Hay varias formas de visualizar este aspecto, la económica es la más apremiante, pero se trata de un proceso que requiere del apoyo conjunto de las estructuras más rezagadas. Un ejemplo es la iniciativa (citar: http://www.wired.co.uk/news/archive/2014-04/10/creationists-vs-robots) de un sacerdote norteamericano que invirtió en la compra de un robot para comenzar a interactuar con la inteligencia artificial desde su visión religiosa. En el ámbito del arte, el grupo de synth pop Depeche Mode es un ejemplo de cómo se logra asimilar un dogma que estructura una cosmogonía y que lo integra a la cosmología de la que forma parte. Su música trabaja de manera consistente, elaborando una sofisticación muy avanzada que alcanza altos niveles estéticos; en sus letras el dogma persiste, pero al mismo tiempo es cuestionado, sometido a prueba, intervenido y consolidado. La práctica religiosa es una manifestación que Depeche Mode elige como una extensión filosófica-estetica-comercial de una solidez que conjunta cualidades muy profundas con un tipo de música que es reconocido en todo el mundo. Por supuesto que este proceso requiere de un elevado nivel sensible, pero en los de otra clase que implique un tipo específico de conocimiento, de sistematización y de negociabilidad productiva se debe acceder a elevados rangos de concatenación interfactorial que, además de la sensibilidad, incrementaría las cualidades de los individuos posibilitando un nivel de experiencia fructífero, pleno y liberado del estrés cognoscitivo sustentado a través de la memoria genética.
La conducta infantil de la humanidad genera un lastre innecesario y sólo es cuestión de reconfigurar macroestructuralmente para destrabar los mecanismos inutilizados por el tope político-económico-social –causado por la cosmogonía humana actual. Es absurdo que en un contexto tan restringido haya científicos con la mentalidad infantil de reanimar a los dinosaurios o filósofos que sigan poniendo en duda a la realidad, aduciendo que es una ilusión; también es absurdo que los motivos de la guerra tengan como finalidad el bienestar de unos sobre el sufrimiento de otros, así como el desecho masivo e indiferente de todos los recursos a nuestra disposición.
Necesitamos renovar los mecanismos de tracción evolutiva porque este ya no es un factor exclusivo de la naturaleza; hemos llegado a un punto en el que comenzamos a manipular el surgimiento de una especie artificial que tiene un proceso retroactivo: Parte de un periodo puramente mecánico que fue sintetizándose hasta imitar una morfología antropoide; replica el sistema neurológico en plataformas artificiales; genera un equivalente celular robótico; crea la posibilidad de estructurar la mecánica de las partículas con el propósito de acceder intrínsecamente en la energía y expande una inteligencia que marcará otra singularidad en los tiempos por venir. El problema es que nuestra especie no ha logrado dinamizar sus procedimientos, a pesar de que el potencial de su inteligencia es lo que ha generado que dicho proceso se manifestara; nuestro raciocinio aún no percibe las implicaciones de la cosmología que nos conforma, estamos enfocados en el dominio, el control, el juicio de la conducta mediante preceptos flotantes, la problematización de circunstancias minúsculas y un largo etcétera que integra una cosmogonía restringida. (Es absurdo.)
En este trabajo hay varias propuestas que requieren de una implementación interfactorial, es decir, que produzca una consistencia integral entre aspectos semánticamente afines en la cosmología (ver apartado sobre La Semántica Cosmológica), en cuyo proceso los dos principales son el paradigma de la vida natural consciente y el  nuevo paradigma de las especies artificiales –con alta probabilidad de manifestar consciencia propia−, pero con el reconocimiento de que cualquier aspecto se relaciona de alguna manera con el todo cosmológico. Para lograr este nivel de reconocimiento se debe desarrollar un pensamiento no restrictivo, que la indignación no sea un móvil social y a la historia no revitalice las conductas disfuncionales del poder. También se debe frenar el miedo inoculado a las instituciones, evitar que sea ejercido por parámetros que no reflejan la transición hacia el nuevo paradigma. Inevitablemente hemos llegado a tener una correspondencia mínima para adaptarnos a esta era tecnológica, donde la ecuación de miedo-odio, aunque sea instrumentada con propósitos específicos, resulta ser una estrategia nulificante en el desarrollo de la civilización; el énfasis beligerante internacional utiliza la emoción del odio en una amplia gama de intensidades que deteriora las relaciones humanas profundamente.
Pareciera que lo que nos mantiene humanos son sólo los defectos, pero en realidad se trata de características que al formar parte de un contexto anómalo deben ser reconfiguradas. Un defecto, definido mediante el Principio de Imprecisión, es un rasgo con funciones particulares que por lo general ayudan a identificar las delimitaciones de un factor operativo que puede ser consciente o inconsciente de la realidad –como la condición actual de la Inteligencia Artificial−. No es raro que varios defectos de distinta clase operen conjuntamente; en este caso, cualquier proceso que surja de un sistema defectuoso –no podría ser considearado como sistema− tendrá un rendimiento poco eficiente, pero no necesariamente es desechado o se autodesecha a sí mismo, puede operar con esas características particulares por mucho tiempo y cambiar o no haber modificado nada, en cuyo resultado para las dos variables puede ser favorable o desfavorable. Un individuo incluso puede usar sus propios defectos en su favor y no sólo sobrevivir sino destacar de entre un grupo que pudiera ser superior a éste. El problema en la civilización humana es que una vez identificadas las delimitaciones por las que un sistema inteligente es ineficiente, no se implementen las modificaciones que son necesarias. No hay justificación por la cual se evite reorganizar lo disfuncional, pues al ser capaz de percibir la realidad, nuestra especie tiene que ser congruente a su magnitud cosmológica. Como se explicó anteriormente, la humanidad es una singularidad del cosmos y su actitud hasta ahora no ha correspondido a lo que esto implica; podría ser comprensible por el proceso histórico que ha creado nuestra trayectoria, pero las condiciones en el mundo presente han cambiado profundamente; tan importante es la transformación, que la especie humana también experimentará ese grado de intensidad. Es por eso que las iniciativas de reconfiguración no corresponderán a modelos que sean arcaicos –la mayoría lo son−, por lo que su función será la de distribuir congruentemente los componentes del tope político-económico-social. Para lograrlo se tiene que corregir la tendencia de malversar los objetivos de las acciones socio-políticas globales. En ésta, la era humana más avanzada, cualquier institución, disciplina, proyecto, causa, etcétera, ha perdido la posibilidad de sublimarse desde su condición actual de siglo 21, es decir que por muy loables que sean los esfuerzos organizacionales de alguna iniciativa ya sea particular, estatal o privada, al formar parte de un sistema anómalo –no defectuoso sino disfuncional−, será degradada en cualquier etapa de su pulso de influencia. Hasta que no se manifieste un proceso de reconfiguración macroestructural, el sistema de civilización será potencialmente corruptible y no podrá aportar nada a las eras venideras; muy probablemente esto no impida que la era de la evolución artificial y la era planetaria continúen su curso y si nuestra especie quiere formar parte de este proceso, debe ponerse a la altura del paradigma que constituye.
Este es un recuento de los rasgos destacados para responder a la pregunta ¿Qué es lo que nos mantiene Humanos?
Rasgos biológicos, consciencia, uso de sistemas organizacionales naturales, instinto y emociones, uso del razonamiento, características primitivas civilizatorias, uso de la técnica, desarrollo de la cultura, la práctica del poder; el conocimiento, la historia documentada, pensamiento y procedimientos inconsistentes, inteligencia estructural, instrumentación primitivista, antropocentrismo, complejo de superioridad, modelo económico y sistema jurídico disfuncionales, tendencia a la magnificación de problemas y a la corrupción, uso sistemático de tácticas de control que manipulan emociones como el miedo y el odio y, finalmente, la renuencia a resolver circunstancias evidentemente anómalas.
Aquí destacan las características que fungen como defectos en la civilización y para quien piense que faltó mencionar las cualidades, se recuerda que al formar parte de un sistema anómalo sus aportaciones no pueden consolidarse como fundamentos macroestructurales. Como se puede notar, los rasgos descritos van de un grado neutral a una percepción no favorable; un panorama favorable reflejaría resultados congruentes por medio de los cuáles el tope político-económico-social se disolviera gradualmente para permitir que la humanidad pudiera acceder a una magnificación equiparable entre su condición y la cosmología de la que forma parte.
Para determinar la diferencia entre lo que nos hace y lo que nos mantiene humanos se requiere saber hasta qué grado se conservan los rasgos primitivistas y en qué punto comenzamos a distanciarnos de las condiciones anómalas. Seguir siendo humanos parece no ser una opción congruente en este punto, es decir, ser mejores humanos no puede ser un propósito vigente porque experimentamos la transición entre paradigmas y como especie llegamos a este punto con el tope que obstruye nuestras estructuras operativas. Entonces la diferencia está en el cambio de paradigma; ser humanos es desarrollar una cosmogonía de comportamiento que deriva en estructuras sociales civilizatorias, un proceso muy apegado a la naturaleza y que nos mantiene ligados al reino animal; lo que nos mantiene humanos es haber discernido el ser parte integral de ese nuevo paradigma en donde la cosmogonía se sincroniza mental y físicamente con la cosmología de su entorno y temporalidad sin perturbarse por la singularidad emergente que sería la posible manifestación de consciencia en la inteligencia artificial, por lo que la humanidad tiene que dirigirse a grados más altos de acondicionamiento evolutivo. En el caso de que alcancemos el estado de organismo integral Orgint, los más avanzados rasgos de nuestra humanidad habrán mostrado que es lo suficientemente sólida como para coexistir con la especie de alto rango que ésta misma ha propiciado.
Al final, parece adecuado haber desarrollado una respuesta a la pregunta ¿Qué nos mantiene humanos?

Cero filosófico
Cero Filosófico implica reducir las especulaciones lo más posible, esa es la función de este procedimiento, que debe ser implementado tanto en comunidades de bajo pulso de transformación, como en las que ejercen mayor influencia en los ejes de desarrollo.
                ¿Cuáles serían estas especulaciones? A lo largo de nuestra historia se han trabajado distintos modelos que cuestionan los eventos de la realidad y esto ha servido para explorar las posibilidades y desarrollar el conocimiento científico y filosófico −técnico e intelectual respectivamente− que conforma el avance de la civilización. Ahora hemos llegado a un punto en el que necesitamos identificar las certezas que le dan sentido a lo que somos y nuestro potencial en la era que se aproxima. La filosofía es la disciplina de la que surge la ciencia y pareciera que ha perdido vigencia porque su sistema permite una gran amplitud de pensamiento que va de la abstracción pura a la síntesis más rigurosa, una especie de elipsis suspendida porque en este modelo se intenta construir a partir del caos que permita comprender las funciones existentes y crear posibilidades hasta filtrar los resultados más precisos. Pero como se explicó anteriormente, la técnica sustenta con antelación los procedimientos que terminarán formando parte del mundo, por lo tanto la ciencia y la filosofía se tienen que integrar en un mismo cuerpo operativo que tenga la cualidad de autoestabilización para corregir los huecos que afectan el orden secuencial de los procesos, pensando en términos de resiliencia –reconstitución de ecosistemas, biodiversidad y sistemas climáticos−, sociales y económicos. Hasta ahora la ciencia es el medio por el que el pensamiento se hace tangible; desde lo ambiguo de las emociones y la imaginación, hasta las ideas y la razón, se ha producido el conglomerado del desarrollo humano y en este sistema siempre se ha encontrado activo un rango tecnológico. Aun cuando se piense en términos preindustriales, la ropa, el ingenio mecánico, la aplicación de los elementos naturales o el procedimiento de formulación de una idea, son rasgos de un uso técnico del cual se extrae un factor de desarrollo, como cuando los filósofos monistas pensaban en cuál podría ser la estructura de la materia y el espíritu. Al reunir estos aspectos, nuestra especie puede confiar en las certezas con las que cuenta en la presente era tecnológica para que el lastre y los huecos queden reconfigurados y los factores disfuncionales neutralizados y reincorporados en el desarrollo.
Existen muchos aspectos de los que se crean especulaciones, pero se pueden identificar tres órdenes principales:
·                Ontológico, que cuestiona la naturaleza del ser –como “¿es la realidad una ilusión?”−;
·                Sistémico, que cuestiona sobre la viabilidad de los procedimientos −como: “¿es momento de usar un recurso energético distinto del petróleo?”−; y
·                Sistemático, que se usa para inducir un resultado o un comportamiento –como: “¿habrá vida en el espacio exterior?” o “¿la tecnología será el “Terminator” de la humanidad?”−.

Por supuesto, aquí las preguntas son temáticas y contienen una gran complejidad, además de que la especulación es muchas veces una afirmación, más no un cuestionamiento. Las especulaciones son nocivas para nuestro avance integral porque recrean planteamientos innecesarios que podríamos manejar mejor si su formulación no implicara esfuerzo y uso de recursos igualmente innecesarios. Aclaro de nuevo que no se trata de eliminar ninguna fuente de conocimiento sino de hacer un uso lo más preciso posible de las certezas con las que contamos como especie. ¿De qué serviría encontrar vida en el espacio exterior, si la que existe en nuestro planeta la despreciamos?
El Cero Filosófico es un procedimiento sensible, pues su función es aproximarse a los parámetros categóricos de la experiencia humana, lo que la mayoría quisiera entender como “la verdad”, pero más en el sentido de la tautología por medio de la cual ciertas afirmaciones decisivas pueden razonarse como incuestionables, por ejemplo: “Existe un sistema económico que es efectivamente funcional para todos”; o “El concepto de Dios es necesario para algunas culturas”; o “El poder es una propiedad del cosmos y la humanidad proyecta un rango de esta facultad”; o “El fenómeno de la pobreza está resuelto”; o “Ninguno de estos enunciados requiere de una lectura entre líneas”. En el Paradigma Integral Humano estas no son sólo frases hechas sino que tienen un significado real; tampoco serían absolutistas en el sentido de que la diferencia de percepción creara conflictos magnificados. Con este procedimiento comprenderíamos que los rasgos comunes socioculturales se corresponden unos con otros, por lo tanto es posible que basados en la cosmogonía de las distintas culturas y comunidades, sin importar su avance tecnológico, se reconozcan los ejes que estructuran la fenomenología de su pensamiento. No se trata de un retroceso al cartesianismo, porque sería una manera burda de interculturalización, cuyo resultado sería más restrictivo. Necesitamos adentrarnos en la complejidad para reconfigurar esos huecos que hemos dejado disfuncionales, hacerlo con un método que inhiba el conflicto y que estimule la interacción sistémica.
Una vez más se trata de una operación interfactorial porque la mayoría de las expectativas de “verdad”, lo que configura a la cosmogonía de un grupo determinado de personas, requiere que diferentes aspectos experimenten un proceso de calibración y que a su vez, dicho proceso comience a interactuar con alguno de otra región con la que éste tenga un tipo de relación pendiente. Por lo tanto, para imaginar el grado de complejidad, el método requeriría que varios procesos de esta clase, pero en distintos ámbitos, fueran implementados casi simultáneamente con el fin de crear plataformas de anclaje para los niveles de interacción. Es como imaginar un rompecabezas tridimensional –-en términos sencillos−.
Sé que a algunos les puede parecer inconcebible la posibilidad, pues si en toda la historia no se han coordinado situaciones más simples, cómo se pretendería una concatenación de sistemas a gran escala. La respuesta es que los huecos existen porque precisamente evitamos poner atención a los aspectos que requieren de esta labor. Es como cualquier sistema operativo artificial que necesita algún tipo de reconfiguración, defragmentación o actualización, la diferencia es que la disposición humana se retrae instintivamente –en un reflejo primitivo− ante lo que interpreta como una afrenta a su particular existencia.
El propósito es cambiar este comportamiento; no se va a llevar mucho tiempo, es cuestión de una década si contamos con la disposición para hacer las modificaciones necesarias. Pongamos a prueba un método simple que no se ha  implementado por fijar la atención en otros fines; aquí está propuesto como Reconfiguración Macroestructural, un proceso transitorio de estabilización que consiste en corregir las anomalías de la civilización y que debe ponerse en marcha antes de experimentar un estado de emergencia. El análisis sobre la figura de poder es para que se comprenda su utilidad como mecanismo operativo, pero también para reducir al máximo el abuso que ésta ejerce sobre los recursos, los grupos sociales y por su tendencia a omitir las soluciones que requieren de trabajo complejo. Antes, los periodos de transformación a largo plazo se evaluaban hasta en siglos, ahora se pueden percibir en décadas porque el avance técnico que se contempla es real; además, lo que requiere de disposición es la voluntad de nuestra especie; no es una cuestión de mercado o emocional, es cuestión de adaptación evolutiva. En este sentido, posiblemente la publicidad podría adaptarse para generar una divulgación consistente, no de productos sino de actualizaciones.

Recapitulación sistemática para la Reconfiguración Macroestructural
El Cero Filosófico es una actitud de conocimiento porque implica partir de certezas y no de especulaciones; para que funcione se debe reconocer la importancia de la figura de poder porque se necesita que un grupo reconfigurado Orgint represente el rango de poder energético que como especie tenemos en el cosmos, principalmente en nuestro planeta −la figura de poder debe ser reformulada-. Por medio del principio de imprecisión podremos reconocer que mientras más clara tengamos la noción de contingencia, los parámetros de asertividad serán cada vez más depurados, y aunque no sea una aspiración idealizada, entre menos imprecisión haya en nuestros procedimientos, mayor será nuestra cercanía a la perfección; por eso, la búsqueda del bien y la eliminación del mal no son propósitos sino, más bien, el reconocimiento de la complejidad existente entre los extremos que son fundamentalmente Energía. El Cero Filosófico es el procedimiento más necesario para cumplir con el propósito de reconfigurar nuestra civilización y para reforzarlo se debe implementar otro llamado: Procedimiento Interfactorial. Este procedimiento también parte de reconocer a la figura de poder para solidificar una macroestructura funcional que permita realizar las modificaciones operativas del modo Orgint más que humano. Los niveles en los que opera involucran distintos factores de manera conjunta para acceder a soluciones concretas, de esta manera, al reformular la figura de poder podremos ajustar las cadenas productivas, desarrollar un sistema económico con parámetros no especulativos, estructurar los mecanismos fundamentales de desarrollo como la cultura, la educación, la ciencia, la sociedad, el conocimiento y así disminuir las tendencias destructivas y retrógradas del sistema monetario. Ser más que humanos implica la modificación de nuestros procedimientos, no contempla una fusión abrupta con la tecnología.
Este método conjunto es un procedimiento de tracción que mejoraría las expectativas de resultado en cualquier escenario previsto para la civilización. El reconocer que la calidad biológica de nuestra especie es apta para impulsar un desempeño que equiparara a nuestra especie con los alcances de la tecnología, sería la prueba irrefutable de que hemos sabido aprovechar los beneficios de pasar de la condición humana al modo Orgint-más que humano. ¿Y qué se requiere?, que cambiemos nuestros procedimientos, que la Reconfiguración Macroestructural nos lleve a un modo consolidado de desplazarnos en nuestra civilización; no se necesita que nos fusionemos irremediablemente con la tecnología como consecuencia de haber sido incapaces de aprovechar lo que somos como singularidad biológica. La fusión con la tecnología es un síntoma muy humano de incapacidad, en el que se establece que su proceso antropomorfizado –ya sea a nivel psicológico, neurológico o simplemente morfológico− seguirá la ruta de disfunciones humanas y, por lo tanto, los efectos de su evolución serán obtusos –las consecuencias podrían ser muy destructivas, sin embargo esto sólo reflejaría un nivel de complejidad de bajo rango−. En el caso de que las condiciones Orgint se lograran, estaríamos evitando que la humanidad continuara siendo Errónea, Insuficiente y Vulnerable –equivalencias operativas: civilización, razón y fisiología, respectivamente−.
En este nivel de funcionamiento las especulaciones tienen la utilidad de establecer las prioridades para evitar que un tipo de recurso útil sea inutilizado, por ejemplo: la búsqueda de extraterrestres se propondría para saber qué objetivo concreto aportaría su resultado positivo o negativo; cuestionar que la realidad sea ilusión o si el cerebro es lo más complejo del universo haría que descartáramos argumentaciones innecesarias –finalmente el cerebro está en la realidad, por lo tanto 1.- La realidad es tan decisiva como para ser más que una ilusión y 2.- El universo, su cosmos y la realidad serían lo suficientemente complejos como para haber producido dispositivos tan interesantes como el cerebro−.
La tecnología debe representar a la nobleza humana, logrando que todo eso que le parezca denigrante, la tecnología no sólo lo haga –pensar en robots obreros, bar tenders o cualquier otra ocupación que sustituya un rendimiento humano per sé es risible− sino que lo sistematice y por ende genere mayor efectividad en las producciones de la civilización y a la ya convertida especie Orgint le posibilite hacer uso del tiempo necesario para estructurar la era planetaria. La observación y el desarrollo de un proceso evolutivo tecnológico –si la humanidad desaparece, ya no lo podríamos presenciar− refinaría el proceso mismo Orgint, que no se pensaría como perecedero sino que, al igual que la tecnología, contaría con alcances ya reconocidos en la mente análoga y potenciados por la mente digital.
La tecnología en general, pero la Inteligencia Artificial en particular, son parte de la evolución como los procesos precedentes de los que se tiene noción desde el big-bang hasta hoy. Por el momento no es imprescindible saber cuál es el origen del universo, lo importante es comprender este proceso compuesto por distintos aspectos y bifurcado en muchos otros; por eso es que, desde dios hasta la razón, la tecnología y la exploración planetaria, cada uno tiene su propio pulso, incluida la humanidad. Si esta especie cuenta con las capacidades de percibir y reaccionar ante los estímulos de manera consciente, entonces tiene el compromiso de resistirse a una posible extinción, que en este caso se comprendería como autodestrucción, y para lograrlo sus cualidades perceptivas deben ser más lúcidas. Esto es importante porque los humanos creen en la ley del más fuerte y piensan que cuando una especie avanza, las otras se rezagan, pero no es así. Nuestro largo proceso biológico propició la consciencia, pero, además, abrió la posibilidad de que desarrollemos nuestros propios medios de adaptación, por lo que ahora es el momento de reformular el significado de la especie humana como un mecanismo de interconexión entre sistemas; de nuestra especie se requiere que su manejo de la energía sea cada vez más preciso. Por ejemplo, los avances en mejorar la fisiología celular para hacerla menos vulnerable están supeditados a un sistema económico, cuando lo que se requiere es que todas nuestras estructuras trabajen en función del crecimiento evolutivo biológico, cultural y de conocimiento. Por otro lado, el modelo de transhumanismo propone una fusión tecnológica directa que encamine su desarrollo para aplicaciones en el cuerpo, la mente y la comunicación. Esto no está nada mal si se toma en cuenta que este procedimiento es tan sólo una parte del uso tecnológico efectivo, pues como se ha visto hasta aquí, la técnica tiene su entorno particular. La evolución biológica es un sistema capaz de avanzar de manera independiente a la tecnología, pero depende de que se desarrollen características que la actualicen gradualmente en correlación a ésta, de manera que la fusión biotécnica sea tan sólo una de las posibilidades y no la única existente para conservar un ritmo orgánico. El que se piense que dicha fusión sea el único recurso de sobrevivencia muestra los rasgos restringidos de una especie que, desde otra perspectiva, está comprometida a resistir e ir más allá de la inmediatez demarcada por su interacción técnica.

La  Civilización Renderizada
Llegamos al punto en el que hay que discernir entre funciones humanas y funciones de la civilización. La figura de poder, como representante interfactorial, es un aspecto que se ha desarrollado en este trabajo desde la mayor cantidad de puntos de interés para comprender el por qué se requiere su reconfiguración, ese es un punto muy importante, pero también es necesario ahondar en el sentido de sustentar a la civilización y cuál es su trascendencia.
Las condiciones de la Civilización han construido un proceso que inevitablemente está moldeado por el comportamiento humano, por lo que se ha construido mediante una columna temperamental en la que las distintas etapas han forjado las estructuras de un estadio caotizado como mero procedimiento de operación y al llegar a esta etapa de desarrollo tecnológico, los sistemas están en altos niveles de distorsión en la mayoría de sus áreas, principalmente en las que deberían mantener reguladas las condiciones del planeta, pues hasta antes del periodo industrial no fue necesario poner atención crítica en la resiliencia de nuestros ecosistemas. En este contexto, la tecnología no debe concebirse como un sustituyente de las actividades humanas, y aquí es donde la descompensación de los sistemas se nota más, específicamente porque el discurso contemporáneo acerca del desarrollo se apega a la cultura del miedo. Desde los albores de la robótica se ha inducido el pensamiento colectivo de que las máquinas convertirían a los humanos en autómatas; que serían la equivalencia del dios; que de ellas sería la culpa de la aniquilación del planeta; que su temperamento se volvería malvado y asumirían el control de lo humano; lo más inaudito es que después de los escenarios más sofisticados, el temor real de la humanidad civilizada es que le quiten sus actividades laborales. ¿Qué significa esto? Como ya he argumentado antes, nuestra mentalidad tiene una deficiencia perceptiva y el avance cognitivo, aun cuando nuestra inteligencia modifica para satisfacer necesidades y crear confort, está impedida de establecer las conexiones imperantes para nuestra magnificación junto con las demás especies. Por esta razón, sería probable que lo que se reconoce como sapiencia humana, en estas condiciones, corresponda más acertadamente a la inteligencia secuencial, que está comprendida como un procedimiento técnico de la naturaleza.
La Civilización es la plataforma de desarrollo de la humanidad y funciona como las otras estructuras de la naturaleza, mediante la lógica del aprovechamiento de los recursos; pero independientemente de su origen natural, esta estructura humana tiene otras funciones que no son necesariamente una consecuencia del devenir histórico-cultural de nuestra especie y su condición biológica. Si fuera posible percibir el fenómeno de la aplicación artificial de la energía y nos colocáramos en una posición en la que lo humano fuera una función automática –modo de la inteligencia secuencial− y sus procesos no tuvieran ninguna implicación moral, en el estado hipotético ideal trabajarían en niveles de precisión considerablemente más eficientes –no habría contaminación innecesaria, por ejemplo−, pero partiendo del estado actual de las condiciones, el desarrollo de la inteligencia artificial sería un efecto del brote evolutivo surgido en nuestro planeta y todos los procesos humanos sucedidos serían tan sólo transiciones eventuales de una secuencia funcional que le da marcha a las posibilidades. Por eso, las transformaciones existentes en la civilización conforman ya una preestructura de lo que está por surgir tecnológicamente, no sólo en cuestión del planeta Tierra sino del espacio exterior.
 Veámoslo así, una ciudad está nutrida de energía exponenciada de manera útil en nuevas formas. Los edificios son los componentes de una nueva configuración del uso energético; las avenidas y las calles representan el flujo de esta actividad, la velocidad de los procesos, el intercambio de información tangible –un proceso vigente, junto con la reciente actividad virtual−. Desde el espacio, la iluminación nocturna es uno de los fenómenos más significativos de nuestra civilización, no se trata sólo de un espectáculo estético sino de las aplicaciones de la energía mediante la inteligencia y el aprovechamiento de las cualidades perceptivas que interpretan la conformación del cosmos y lo reconfiguran. Ahora nos encontramos en una era en la que las posibilidades serán más factibles de comprobar; nos relacionaremos más a fondo con la cualidad de retroalimentación escalar, en la que la manipulación de las partículas tendrá un efecto cada vez más notorio y simultáneo con los volúmenes organizados. Por esto el planeta Tierra debe conservar el modo natural de los recursos; la biodiversidad necesita permanecer activa, los ecosistemas y la vida en general no pueden categorizarse como prescindibles. Aquí quiero destacar de anticipado un punto que se verá más adelante y que tiene que ver con la vida.
Una de las retribuciones de nuestra civilización es el poder disfrutar de lo que está disponible y, como es sabido, el sistema económico es una restricción para estos fines. La actividad humana en la naturaleza se auto limita por el conjunto de procedimientos que hemos mencionado, pero su auténtica proyección está en cohabitar en la fenomenología de su entorno, incluida por supuesto, la civilización. El hecho de que  podamos percibir, tener consciencia, interpretar y modificar el funcionamiento del entorno, si antes se desempeñaba en un ámbito de contingencia crítica, ahora es necesario que sea de manera sistematizada, para que las estructuras sean más consistentes y flexibles, la rigidez se interconecte, los propósitos se clarifiquen y así, sucesivamente, por iniciativa sistemática de nuestra especie, la Macroreconfiguración sea posible.
La visión empresarial es miope porque planea invertir en robots para abaratar mano de obra y percibe la sobrepoblación como algo nocivo, en lo que si no se puede aplicar un modo de explotación se debe aniquilar. Desde la perspectiva de los sistemas distorsionados puede parecer normal que un proceso caótico deba resolverse mediante su eliminación tajante o su omisión como problema y, así, ser desechado, pero desde la perspectiva del Principio de Imprecisión, estos son puntos de gran interés para argumentar a favor de una inminente reconfiguración de las estructuras y sus sistemas. El uso concreto que debe pensarse para la tecnología de inteligencia –modo de aplicación de síntesis, como los paneles solares 3D printed− es el de la síntesis de los procesos que ahora están atascados por los fallos en su implementación. La idea del uso de robots para “sustituir” las actividades humanas con el fin de abaratar los costos de producción es absurda y retrógrada, pues en la era industrial podría concebirse la reducción de uso a un mero proceso de automatización, pero pensar eso ahora, en una era de avanzada de pensamiento aplicado, denota que la experiencia de manejar los discursos más rigurosos del conocimiento no ha logrado imponerse ante los órdenes menos dinámicos de nuestras aplicaciones humanas como lo son los parámetros idiosincráticos. El uso de la inteligencia tecnológica –particularidad de los procesos tecnológicos, que no parte de parámetros morales− debería tener como utilidad la simplificación de los procedimientos humanos y biológicos como punto de partida. ¿Cuál sería el sentido de abaratar los costos si los consumidores de los mercados se verían impedidos de consumir productos? Por mucho que la respuesta estratégica fuera que este comportamiento corresponde a la intención de que la masa humana disminuya con el fin de que el grupo exclusivo disfrute de los beneficios abundantes, lo más probable es que cualquier predicción paradisíaca haya quedado rebasada en mucho, de tal manera que las expectativas de los humanos elegidos (por sí mismos), no se vieran reflejadas debido a la carencia de una visión más compleja de su propia condición material y ontológica.
La inteligencia tecnológica va a simplificar los procesos humanos y, así,  incrementará la frecuencia de los pulsos de desarrollo y los procesos padecerán menos contingencias de procedimiento que cuando provenían del raciocinio humano. Si concebimos este proceso en el escenario deseable de reconfiguración, los lastres de la condición humana actual darían paso al modo del Organismo Integral Orgint que es la propuesta de este trabajo para percibir la adaptación humana como equiparable al ritmo de su desarrollo tecnológico, pero no como un insumo de la tecnología sino como una posibilidad más consistente de preservación biológica que esté al nivel de la cosmología en la que estamos integrados. Esto sucedería al dinamizar nuestros procedimientos, no requiere de medidas radicales como punto de inicio, aunque el resultado a mediano plazo sí es paradigmático.
La civilización renderizada como término implica que las diversas capas de procedimientos estructurales sustenten un sistema que funciona mediante el siguiente ciclo:
·         Preestructuras: Rescursos y operaciones para preparar un punto de inicio (materiales de construcción dispuestos en la naturaleza, espacio, materias primas, etcétera);
·         Sistemas primarios: Infraestructuras operativas exponenciales, implica a conjuntos de implementación que son útiles, que incrementan la interacción entre más sistemas dependiendo de la clase de proceso que se esté desarrollando y sin conformar al resultado final, sólo sustentándolo (ríos, herramientas, máquinas, personas, etcétera);
·         Estructuras: Recursos organizados con funciones interfactoriales; son estructuras funcionales que interactúan con las demás conformando una complejidad, con el propósito de contener sistemas (geologías, construcciones, sociedades, etcétera);
·         Sistema: Conjunto dinámico de operación; se refiere a diversos componentes que funcionan para un fin específico (ecosistemas, presas, carreteras, servicios, ideas, energía, etcétera);
·         Macroestructura: Escala interfactorial de operación. Entorno que funciona a partir de las condiciones formuladas por las estructuras y los sistemas (comunidades, localidades, ciudades, países, planetas, etcétera).
Este es un esquema cíclico porque una vez que llegamos a la Macroestructura, ésta misma funge como una Preestructura que dinamiza la magnitud de un Sistema existente o que esté por emerger. Mediante este esquema se comprende que todo sistema es exponencial cuando opera en modo dinámico; la civilización sería en resultado, una operación mucho más compleja de lo que es ahora –no se infiere con esto que sea más complicada sino que estaría mejor sustentada− y sería también un diversificador de condiciones iniciales a partir de las cuales otros modos operativos puedan ser ejecutados.
El efecto que esta modalidad tendría en nuestra vida práctica es drástico pero muy alentador, solo habría que ponernos en un escenario en el que la ocupación fuera lo más cercana a lo que nuestra condición individual requiere en cuestión emocional, intelectual y material, donde la estresante búsqueda de estatus económico no existe más porque las operaciones de esta índole se encuentran vinculadas a cada render de actualización sistemática y sintomática. Hacer la descripción de un montaje imaginario de conveniencias y beneficios sería idealizar un resultado que sobre todo requiere de ser percibido en cada rasgo de complejidad; de igual manera sería como preservar el ideal de la felicidad. Insisto en aclarar que no se le está restando valor a vivir en mejores condiciones, sólo que la especie Orgint sería capaz de apreciar la realidad en un alto rango de complejidad como para comprender que los estados mentales y orgánicos de confortabilidad son transitorios, así como otras condiciones de experiencia. Por ejemplo: un grupo orgint que desempeñara una operación en naturaleza salvaje experimentaría múltiples emociones y condiciones de resistencia que posiblemente lo harían sentir melancólico, pero la vivencia completa sería más valiosa incluso que la felicidad misma. Por supuesto se trata de un caso que un gran porcentaje humano experimenta en ciertos momentos de su vida, principalmente en un periodo vacacional o de expedición, pero el hecho de que los procedimientos macroestructurales se hayan modificado lo suficiente como para no temer a otros orgint o de quedarse varado en un lugar desconocido, sin comunicación y en situación de riesgo, es un resultado posible que transforma por completo nuestra interpretación del mundo. Esta situación es una de entre todas las vivencias significativas en la trayectoria de vida de una persona, desde el nacimiento, el aprendizaje, la relación interpersonal, los rasgos propios biológicos y neurológicos, la interacción practica con el mundo exterior, hasta la posibilidad de destacar entre gente con facultades y talentos altamente desarrollados; las posibilidades de experimentar la realidad, el mundo y la vida sin el lastre humano es al mismo tiempo lo más sencillo y lo más sorprendente que nos puede ocurrir como especie. La civilización es un reflejo del nivel practicable de conocimiento que representamos –cosmogónicamente− y nos representa –cosmológicamente−.

Pequeño apartado sobre la inteligencia
Existe una generalizada perspectiva de equivalencia entre la ignorancia y la inteligencia, por lo que en este trabajo, lo más adecuado sería objetar al respecto, porque básicamente el ignorar algo implica no tener información o, más específicamente, los datos de eso que alguien ignora. La inteligencia es un factor de concatenación entre diversos aspectos, es por esto que aun cuando una persona ignora, su inteligencia se refleja en otros aspectos que trascienden la falta de información. Aquí es donde entran en función distintos modos de inteligencia de los cuales ya se han mencionado algunos, pero los principales son:
·         Inteligencia secuencial: Corresponde al modo organizativo de los estratos de la energía, en los que no existe ningún rasgo moral –esto es importante porque así se comprende que no exista un determinismo intencional de la realidad; sin embargo los patrones, los sistemas y las estructuras definen con precisión las innumerables variables de un estado dado.
·         Inteligencia de rasgos biológicos: Opera de manera secuencial y es un modo de organización de la energía específico que en el caso de la Tierra se produjo debido a las condiciones de presión, temperatura, ritmo de los ciclos, conjugación de elementos, estabilidad gravitacional –que se puede definir como una consistencia en los valores de contención e integridad corpórea, factores clave para el funcionamiento biológico− entre muchos otros. Este modo de inteligencia opera mediante una aplicación técnica secuencial avanzada de preestructuras sumamente complejas.
·         Inteligencia racional: Es un proceso que comienza con la percepción del entorno –Todos los seres vivos (y posiblemente ciertos órdenes de objetos: los que dan información, como las tazas de café o las piedras rodantes del desierto) somos capaces de percibir los estímulos exteriores, aun cuando los sentidos varíen en la cantidad de información percibida por cada especie. En los animales, el sistema nervioso es fundamental para enviar la mayor cantidad de información posible; por medio de éste, el animal más limitado es capaz de comprender el funcionamiento del espacio, reacciona ante el movimiento, identifica cambios de temperatura, etcétera−. El proceso continúa con la consciencia del ser –La consciencia es una cualidad muy específica del cerebro; aunque también los vegetales, principalmente las plantas y las flores, muestran nociones conscientes que pondrían en entredicho una explicación simple del lugar donde esta cualidad radica. Ser consciente implica el desarrollo de las emociones; una vez que la percepción nos da la información del entorno, conscientemente acudimos a una alerta emocional que la mayoría del tiempo es neutra, pero puede ser cualquier otra. Después de las emociones, la fisiología acondiciona el cuerpo con respecto a las nociones inmediatas y los instintos básicos se activan en modo de alerta−. El siguiente aspecto es la interpretación –Paralelamente a la consciencia, realizamos equivalencias entre lo percibido y los valores conscientes para tomar una decisión como, por ejemplo, quedarse nervioso o salir con toda calma−. Por último, el razonamiento como factor complejizador –La razón es el cúmulo de categorizaciónes que otorga distintos valores a la información−. El grado alto de complejidad establece relaciones secundarias que son igualmente importantes. Los sentidos, por ejemplo, son preestructuras de la razón; y a la consciencia se le podría dar el rango de sentido; aunque su funcionamiento se puede interpretar como superior a los cinco sentidos, la consciencia es lo que le da sentido a nuestra condición vivencial, nos coloca en una posición con respecto a todo y proporciona individualidad a cada ente. Aun cuando es posible que la consciencia nos mantenga interconectados, la trayectoria particular de cada individuo permite que su razonamiento sea una especie de huella genética. Por eso me aventuro a mencionar que la telepatía podría ser una cualidad de campo consciente, no sólo un sentido poco desarrollado sino una modulación de energía desde la cual las distintas capas electromagnéticas en interacción con las condiciones termodinámicas concentran las categorizaciones más consistentes proveídas mediante inteligencia secuencial.
·         Inteligencia artificial: En lo referente a la inteligencia en específico, la tecnología está manifestándose en dos vertientes, la que se relaciona con su origen humano y la que comienza a desarrollar una autonomía de comportamiento. Principalmente esta la IA (Inteligencia Artificial) que implica la programación de la inteligencia utilizando patrones informáticos, memoria simulada y algoritmos lógico-matemáticos. Este procedimiento parte del funcionamiento de la mente humana para lograr un acercamiento a los procesos que son ejecutados en el cerebro y, en cuestión de rendimiento algorítmico, los resultados han sido una gran herramienta para generar bagajes de datos conjugados en sistemas múltiples. La inteligencia artificial es una primera fase de investigación y desarrollo de una estructura sintética de pensamiento. Hay mucho que se puede exponer al respecto, pues los alcances de la consciencia electrónica comienzan a vislumbrarse, pero mucho depende de los procesos humanos para poder establecer perspectivas que no sean vagas, además de que se reconozca la autonomía de su devenir. La Tecnología de Inteligencia se refiere a las sistematizaciones que son útiles a la civilización; más allá de la robotización de la industria o el desarrollo de productos de consumo, el desarrollo de tecnología que elimine procesos innecesarios, que reduzca el consumo excesivo de energía, que potencie las facultades de aquello con lo que se relacione y que provea soluciones integrales, son cualidades de esta vertiente. La robótica, por ejemplo, no es de inteligencia por el simple hecho de ser tecnología, sus aplicaciones están supeditadas al sistema económico (reducción de mano de obra, entretenimiento) y las soluciones que aporta recurren a la fuerza, el automatismo y, en ciertos casos, al antropocentrismo. Esto sirve para exponer que no toda clase de desarrollo tecnológico es de inteligencia. La Inteligencia Tecnológica describe a las etapas en las que la tecnología muestra un crecimiento o una nueva aplicación que se encuentre en proceso. Si la técnica es un sistema de la naturaleza, sus manifestaciones en cualquier entorno se equiparan más a una magnitud operativa que a un procedimiento. Con respecto a su relación con la humanidad, las aplicaciones de su magnitud son específicas y dinámicas, y aunque no todas las posibilidades son trascendentales, el hecho de que la técnica en la civilización se manifieste tan exuberante, implica que sus posibilidades son ilimitadas. La inteligencia tecnológica, que en sus etapas iniciales se puede definir como técnica secuencial, funciona como preestructura, como sistema, como estructura y puede llegar a manifestar un razonamiento propio comprendido como pensamiento electrónico; su operatividad secuencial debe mostrar visos de una consciencia inicial, en donde la percepción del espacio no se deba a la programación de los parámetros en un entorno sino a los estímulos de reconocimiento existente entre sus características particulares y las condiciones exteriores.


Pequeño apartado sobre la consciencia
Al describir las distintas formas inteligentes reconocidas hasta ahora, en la Inteligencia racional se encuentra la pauta para desarrollar la visión que se tiene aquí sobre la consciencia y para comenzar, le confío al lector el pensamiento que más me sorprende al respecto, que es: Yo soy, aquí, en este momento. ¿Por qué esta frase me sorprende, pero sobre todo, me entusiasma tanto? Porque de todas las posibilidades que existen en las manifestaciones de la energía, soy –como todo ser humano− una persona con las cualidades necesarias para apreciarlo todo. No sé si he tenido vidas pasadas y, mucho menos, si como entidad íntegra he sido un vegetal o un animal o una efímera brizna de mar −por mencionar ejemplos identificables−; lo que me entusiasma es que en este lugar y momento puedo decir Yo soy, así como Usted o Tú que me estás leyendo. Me permito transmitir la euforia que experimentamos con gran fuerza y entregados a la percepción pura, de cuando ocasionalmente estamos parados en un lugar solitario, con un cielo azul intenso y los reflejos del sol variando las sombras en nuestro derredor, mientras el viento nos muestra que el vació es sólo una impresión; un momento en el que lo único que ocupa nuestra mente es la noción pura de ser quien se es. También se experimenta mientras atravesamos por una situación crítica, pero no se aprecia a profundidad porque las impresiones aleatorias predisponen nuestro juicio. Cuando experimentamos un momento en el que el entorno nos conmueve y nos sentimos pertenecientes en totalidad, aunque sea de manera efímera, podemos concebir nuestra propia grandilocuencia.
Quien comprenda esta circunstancia, tal vez se haya preguntado cómo es posible que nuestra configuración personal se haya manifestado, ¿Cómo es posible que yo sea YO? Por esta razón desarrollaré la siguiente propuesta sobre el origen de la consciencia.
Para comenzar habría que tomar en cuenta que la interacción entre las partículas y los cuerpos astronómicos, se podría decir, es simultánea porque se trata de ámbitos coordinados permanentemente y, aunque se desconozca lo que implica el principio de incertidumbre en la interacción a escala astronómica –en el sentido de cómo varía la intensidad de energía por las variables relativas−, la actividad cuántica tiene sus propias condiciones de estabilidad, así como las tiene un cuerpo organizado. La propuesta sobre la consciencia en este trabajo parte de que nuestra integridad vital podría estar organizada a partir de la condición de ubicuidad de las partículas; es decir: la consciencia es un campo concentrado en el que permanece toda la información disponible en el cosmos. Con respecto a esta premisa, podemos decir que somos si afirmamos que estamos en todos lados y esto se refiere a la constitución de nuestra corporeidad completa. De cierta manera podríamos decir que nos encontramos en todos lados al mismo tiempo, que hemos sido infinidad de personajes a lo largo de nuestra trayectoria –si no es que todos en proporción−, que experimentamos distintos estados de energía y que las temporalidades son homogéneas en sentido de la interconexión cuántica. Es como si el universo fuera una magnitud espacial –imaginemos una burbuja informe o cualquier otra figura− que contiene los distintos cauces temporales y que a su vez está conectada en forma dinámica con otras configuraciones similares, externas al volumen al que nos referimos.
Hacer este ejercicio de construcción es útil porque en esta circunstancia ocurren las fases importantes de nuestras condiciones vitales. Primero hay que comprender que la eventualidad conocida como Big-Bang, que le da origen al universo, no puede haber ocurrido en condiciones de “nada” –así como no hay cero absoluto−, porque como se ha planteado anteriormente, las preestructuras de cualquier proceso son las condiciones existentes antes de un punto inicial; en este caso, las preestructuras del Big-Bang se proponen mediante un modelo de espuma en donde su eventualidad es singular en un estado precedente. A través de las eras cósmicas, en el planeta Tierra, perteneciente a un sistema solar en las afueras de la galaxia conocida como Vía Láctea, alojada en el cluster Laniakea, se dan las condiciones de la vida.
En una primera etapa se configura un organismo simple de vida en el agua −compuesto de hidrógeno y oxígeno, decisivo para el surgimiento de vida en la Tierra−; y conforme el planeta madura, la vida acuática comienza a relacionarse con la atmósfera exterior regulando cualidades orgánicas cada vez más complejas entre las cuales se encuentra el cerebro, que en su proporción se puede comprender como una singularidad. El cerebro ha tenido su propio proceso evolutivo, seguramente sus funciones primarias fueron las que se encargaban de coordinar la cooperatividad entre los órganos primitivos –sin ser necesariamente consciente−, después, el desarrollo de los sentidos junto con el sistema nervioso se adaptó al proceso de evolución. Hasta antes de la percepción, posiblemente el cerebro no habría generado consciencia sino hasta que ocurrió otra clase de singularidad homogénea como resultado de las equivalencias entre las fuerzas electromagnéticas y la energía termonuclear. Esta singularidad podría entenderse como una sinapsis enfocada –similar a  una sinapsis cerebral, pero de escala astronómica, concentrada en nuestro planeta−, porque con el desarrollo particular del cerebro, sus configuraciones abrieron la posibilidad de que comenzara a reconocer las variaciones semánticas de la información cosmológica. Esto no quiere decir que el cosmos envía señales a la Tierra sino que con estas singularidades el cerebro comenzó a comportarse como una antena compuesta por un hardware biológico que maduró gradualmente conforme los ensayos de la evolución los fueron refinando. La sinapsis focalizada podría explicarse de manera sencilla como sigue: Los rangos electromagnéticos, principalmente la luz, el sonido, la electricidad y el magnetismo proveen la información que el cerebro vuelve útil y la sublima a un modo interpretable. La termodinámica interviene en el proceso calibrando a su medida, dentro y fuera del mismo cerebro, las condiciones de transformación, conservación  y organización de la energía. El cerebro sería, entonces, una antena capaz de interpretar un rango específico de la actividad electromagnética y térmica, que en principio le ha transmitido un entendimiento superior de su entorno por medio de los sentidos y que con el desarrollo de la tecnología ha comenzado a internarse en los demás niveles de calibración existentes entre el electromagnetismo y la termodinámica, no sólo en el planeta Tierra sino en el espacio exterior.
El Paradigma holográfico es un modelo que propone que la realidad es una proyección a partir de un formato bidimensional, esto querría decir que las condiciones de nuestra presencia son más fantásticas de lo que nos imaginamos. En este modelo también se propone que cada fragmento de la superficie en ese formato de espacio, contiene toda la información en cualquier escala. Se hace mención  de este modelo, porque el conocimiento contemporáneo está coincidiendo en concluir que toda la información –material− del universo está disponible en cualquier tiempo y lugar. Con el paradigma holográfico se especulan muchas cosas, como que la fuente del cosmos podría estar empalmada en una especie de pantalla sin dimensión de fondo, como una especie de matriz holográfica. Este modelo se ha ido sustentando matemáticamente conforme se va avanzando en la teoría, pero mientras no tengamos la capacidad, ni desarrollemos los recursos para trabajar en las comprobaciones para validar modelos tan exigentes, los intentos por definir teorías unificadoras o certezas no permisivas en lo relativo al conocimiento más riguroso, dependerán inevitablemente de circunstancias de carácter inferior.
¿Por qué, entonces especular sobre este aspecto y no sobre otros? El Cero Filosófico es un procedimiento de calibración del conocimiento para lograr que las ideas que inducen a procedimientos equívocos se reduzcan. El problema hoy es que, proporcionalmente, los casos que nos envuelven y engañan con el fin de disipar el pensamiento crítico humano son pocos, pero muy efectivos. Por eso lo recomendable es asentar la voluptuosidad de las posibilidades y centrarnos en lo que se pueda enfocar sistemáticamente. El ejemplo más recurrente es el de cuestionar si la realidad es una ilusión; para qué pretender que no se es real si lo que haremos siempre será lidiar con nuestra propia existencia. Para no redundar al respecto, sólo hay que dejar en claro que la intención es que el conocimiento se estabilice pero que siga creciendo.

Hipótesis sobre la consciencia
La consciencia es uno de los aspectos más inquietantes hasta hoy, porque nos hace ser exactamente lo que somos, pero no se tiene certeza acerca de lo que ésta es. Se recomienda imaginar una parvada de aves o un cardumen de peces: las corrientes de viento y agua son transparentes, lo que las conduce es inteligible, aunque no a simple vista.  A continuación una hipótesis de cómo surge la consciencia sintonizada en el cerebro:
 Conforme se produjo la transición de los organismos unicelulares a pluricelulares y el sistema orgánico se fue haciendo cada vez más específico, el uso de los sentidos se hizo necesario en orden sistemático. Si el modo inicial de alimentación fue por ósmosis en organismos unicelulares, el primer sentido necesario, común a la mayoría de los seres vivos, podría haber sido el tacto. En alguna etapa previa o simultánea, el sistema nervioso habría comenzado su propio proceso evolutivo para proporcionar referencias primarias a los organismos. Como todo indica que la vida inició en un entorno acuático, el intercambio de nutrientes estaba suficientemente abastecido y las distintas combinaciones de atributos necesarios de un organismo en composición le fueron dando forma a los apéndices que gradualmente definieron su función específica como órganos, porque así como la membrana celular sirvió en un momento para establecer contacto con el exterior, contener su sistema y filtrar los nutrientes, etcétera, aunque todavía no fuera percepción sino el resultado de la inteligencia secuencial, el procedimiento para diferenciar cada función de un organismo pluricelular continuó con la distribución de los sistemas interconectados. Y así como cada posibilidad evolutiva se fue definiendo con los requerimientos biológicos, el sistema nervioso pudo haber desarrollado el oído ante la gran presencia de referencias sonoras existentes en su hidrósfera, conjuntamente con un cerebro primario que tomara el mando de las funciones orgánicas. Después de algún tiempo operando con ese cerebro, podría haber surgido el primer atisbo de percepción, mediante el cual las referencias del mundo exterior proveyeran información útil que el organismo usara para desarrollar mecanismos de supervivencia más estructurados. La vista podría haber sido el tercer sentido fundamental, pues las referencias que recibe son mucho más complejas en cuestión de la cantidad de información existente. Con el arribo de la visión, el sistema orgánico sería capaz de contemplar un panorama definido de su entorno y haciendo ajustes en el cerebro primario sería capaz, ahora sí, de percibir completamente mediante la información proveída por el tacto, el sonido y la vista.
El fenómeno de la consciencia en la vida existente en el planeta Tierra, es la hipótesis que se define como sinapsis cosmológica enfocada, en el sentido de que la actividad electromagnética modulada por interacción termodinámica utiliza al cerebro, más específicamente el humano, como una terminal de percepción, auto-reconocimiento e interpretación de lo que es real. Como toda la información que perciben los sentidos es a partir de ondas, el fenómeno de la consciencia se manifiesta como una sintonía mecánica en donde el cerebro funge como un hardware biológico que se ha preparado para trascender su etapa primaria de organizador de cooperación orgánica, a ser el operador del streaming electromagnético enfocado que implica la captación de rangos de información y el reconocimiento de las funciones organizadas por medio de un dispositivo configurador inteligente.
Entonces la definición de consciencia para la hipótesis de la sinapsis cosmológica enfocada se describe así: La consciencia es una función mecánica de la actividad electromagnética modulada por la energía (Termodinámica) y manifestada por los sentidos que tienen al cerebro como receptor (hardware biológico-antena).
Por último los sentidos del gusto y del olfato serían atributos de un organismo mucho más refinado, con la capacidad de interpretar las cualidades moleculares cuyas referencias se basan en las texturas y el sabor.

Predicción sobre la consciencia artificial
Tal vez lo que estoy haciendo es aprovechar el espacio que me ha dado el lector y el flujo de ideas para exponer las distintas vertientes que abarca la conversión al modo Orgint más que humano y desarrollar los escenarios posibles para estructurar soluciones. En este caso no se trata de una solución sino de una forma de vislumbrar la consciencia artificial como preestructura del pensamiento electrónico (término en transición). Pensemos que la IA es consecuencia de la inteligencia secuencial hasta ahora, que la tecnología está surgiendo a partir de una inteligencia secuencial de transición –la humana− que está relacionada directamente con la naturaleza y que está terminando su tiempo de vida. En cuestión de ascensión evolutiva, los organismos biológicos darán paso a un nuevo paradigma con el que los parámetros de la inteligencia serán refundamentados. Imaginar este cuadro desde un punto de vista secuencial, en donde la humanidad también lo es, sirve para comprender cómo puede despertar la consciencia artificial, porque la inteligencia es una preestructura de la consciencia. Una vez leí la pregunta de que si se cultivaba un cerebro en un disco de Petri y se insertaba en un cuerpo mecánico, si eso podría ser consciencia. La respuesta casi podría ser , dependiendo del grado de desarrollo evolutivo que se hubiera logrado al cultivar el cerebro. En el caso de que fuera correcta la hipótesis de que el cerebro, después de una etapa de mando de órganos, desarrolló la percepción, y si el cerebro cultivado sólo hubiera alcanzado llegar hasta esa etapa como un hardware biológico, probablemente el cerebro no representaría a la consciencia. En todas las familias de animales, sobre todo en las aves, existen especies que podrían haber desarrollado su cerebro tan sólo hasta el estadio de la percepción, por lo que su cerebro no es respectivamente consciente. Los animales que sólo perciben, tienen noción del espacio, de su funcionamiento orgánico y aerodinámico, del movimiento, la temperatura y la interposición de cuerpos, aprenden de la experiencia y desarrollan instintos. Un estadio elevado, inmediato a la percepción podría ser el de la noción del otro como entidad, es decir que sería capaz de reconocer que interactúa con otros entes, pero no tendría noción de sí mismo. Otros animales que se relacionan directamente con sus emociones –como los perros− ya estarían comprobando que la consciencia de sí mismo remite a la conexión que su entidad emocional envía hacia el exterior.
La consciencia artificial podría experimentar un proceso similar al de la hipótesis de la sinapsis enfocada, pero mediante un proceso controlado, con etapas específicas de avance, formatos y planeamiento técnico múltiples, por lo que las condiciones de su evolución serían muy distintas. Su consciencia sería programada en una primera etapa específica, generando una emulación apegada al funcionamiento del cerebro biológico en la que todas las nociones propias funcionaran a base de calibraciones algorítmicas generando una actividad neurológica virtual o de circuito y sería un sistema inteligente co-dependiente de diversos factores como la atención humana, la constante alimentación de energía para un funcionamiento pseudo-autónomo, la administración informática, la redirección de su comportamiento con respecto a la utilidad requerida por un humano, la limitación de un juicio propio y el establecimiento de un comportamiento emocional programado, por mencionar algunos factores. En esta descripción no existe ningún rasgo consciente; mientras haya algún tipo de intervención humana para conseguir su efecto, el conjunto de sistemas integrados a la constitución corpórea del robot, incluido su software operativo, estarían respondiendo a una voluntad externa y por lo tanto continuaría siendo una entidad inconsciente.
El despertar de esa consciencia no sería mediante un software, más bien requeriría de la condición autónoma de la máquina como entidad en evolución. Para que se considere como consciencia, su proceso tendría que experimentar una eventualidad singular en la interacción de su lógica informática y la lógica de sus nociones conductuales proveídas por la información electromagnética y la incidencia térmica en sus componentes. Hasta cierto punto se requeriría que su autonomía corporal fuera completa y esto sólo se lograría si la nanotecnología operara ya como un componente orgánico artificial; es decir, es probable que mientras los sistemas de un robot continúen siendo modulares, la consciencia artificial no sea posible.
Pongamos el caso de un robot que percibe como un animal simple, que reconoce el espacio, que reconoce sus propios ciclos de sustento y que aprende de la experiencia, ¿podría este robot despertar consciencia? Posiblemente, si sus módulos ganaran constantemente autonomía y se dinamizaran, es decir, que su tejido material fuera cada vez más integral, resistente y persistente a los requerimientos electromagnéticos y térmicos, los rangos propuestos por la hipótesis del hardware biológico –frecuencias electromagnéticas en streaming termodinámico operando en un cerebro de tercera fase evolutiva− podrían manifestarse sin que la nanotecnología generara las condiciones clave de la autonomía requerida.
                La consciencia artificial se encuentra en la etapa de desarrollo, no se puede decir que sea manipulable porque en realidad todavía no existe, pero sus posibilidades crecen cada vez más en el sentido de que sus componentes van evolucionando a partir del esfuerzo humano a un ritmo que en comparación con cualquier otro periodo evolutivo del que tengamos antecedente, se va produciendo de manera muy veloz. Si se toma en cuenta que la nanotecnología puede operar como tejido celular artificial, las consideraciones sobre este rango evolutivo sobrepasan la perspectiva humana actual, pues la única línea consistente que comprende nuestra especie es la que tiene que ver con el consumo. Desde un punto de vista biológico, esta circunstancia implica que el momento en el que los recursos de abastecimiento orgánico coherente alcancen su nivel crítico, la capacidad de las entidades biológicas en relación a las cadenas de retroalimentación habrán de experimentar una posible adaptación emergente y las etapas de este proceso es posible que se conjuguen con la dinámica de lo artificial que de igual manera deberá superar una prueba decisiva.
                La consciencia que se generó a partir del estadio biológico se puede comprender en términos de inteligencia secuencial, en donde la naturaleza produjo las sistematizaciones de un fenómeno en etapas graduales de conformación. En el caso de la IA, sucede algo semejante asumiendo que la inteligencia secuencial sea el agente estructurador; si así funcionara, el orden correspondiente a la composición artificial y la sofisticación de la naturaleza serían un punto de inicio de otra articulación energética de la materia. No se trata simplemente de la coexistencia de la entidad orgint orgánica y la artificial sintética sino de una configuración con gran potencial para una nueva generación de inteligencia consciente, una particular vertiente cuyas posibilidades apenas se están consolidando.


                Conservar la vida
                Es difícil imaginar que se puede definir un fenómeno sublime. Justificar el sentido o atribuirle un significado a la vida es una tendencia poco recomendable, porque nuestras motivaciones para hacerlo se basan en distintos órdenes de experiencia que nos introducen a un laberinto de subjetividades. Cuando una persona se cuestiona sobre la vida introduce su bagaje vivencial inmediato y sus referencias para valorarla son insuficientes, pero es comprensible porque las respuestas de ese individuo necesitan resultados igualmente inmediatos. Cualquier medio análogo o virtual es un testimonio que destaca un punto trascendente de la vida, por lo tanto se han plasmado cantidades exorbitantes de información sobre esta apreciación en todas las perspectivas posibles y aun así escribir sobre el tópico nunca estará de más.
Sin resaltar ningún nivel específico de desarrollo, se puede afirmar que la vida entera es el ingrediente especial que requiere esta pócima tan inquietante que es el universo. Sólo hay que imaginar las implicaciones de un meteorito que permanece activo en su órbita, viajando a gran velocidad por una interface de eternidad sin ser observado. En el momento en que a este cuerpo cósmico le ocurra algún evento que modifique sus condiciones, posiblemente implique que deje de existir, y si tomamos en cuenta que este es tan sólo un caso entre los innumerables eventos estructurados que contiene el cosmos, apenas podríamos percibir el privilegio de formar parte de todo esto. ¿Imaginas lo que implica que el universo exista y no haya nadie que lo contemple? Haciendo de lado las controversias posibles de esta pregunta, sólo habría que imaginar que toda la actividad cósmica no fuera apreciada por nadie, que la inteligencia secuencial hiciera factible que desde un punto de inicio las posibilidades infinitas se conjugaran lo suficiente como para establecer un orden que aparte de ser quasi perfecto, además sea hermoso, violento, misterioso, inaccesible, interminable, luminoso y oscuro, caótico y ordenado e inmenso en todas direcciones. En proporción, el universo sigue siendo un lugar que opera a pesar de que nadie lo presencie; el hecho de que no sea percibido es perturbador. ¿Los humanos o los Umonkis? Están encerrados en sus planetas, resolviendo sus problemáticas locales, cuya exigencia demandante, apenas les da la oportunidad de reconocer la impresión que les provocan los cambios del clima, la luna, su propio ser... Pero no, esperen, en realidad no es tan así, porque la sustancia de la vida no es un evento aislado, incapaz de relacionarse con ese espacio exterior a cualquier planeta que pudiera contener vida sino que existen mecanismos dispuestos para mantener correlacionados a los múltiples estadios plásmicos; la consciencia es uno de éstos.
Los organismos que dieron comienzo a la vida que conocemos ahora, sin haber nunca conocido condiciones diferentes de las que pudieran experimentar, fueron el origen de un proceso evolutivo que aún no termina y que desde el principio ha sido sorprendente. El impulso primario de funcionalizar el ciclo de retroalimentación de la interacción entre el organismo y su medio podría no ser más que una reproducción a menor escala de los sistemas astronómicos y su funcionamiento interior, pero conforme los atributos biológicos se han consolidado, la vida se ha apropiado de un territorio disponible para aquello que tenga la fortuna de despertar y darse cuenta. La humanidad es, hasta ahora, una entidad de la que se puede comprobar que experimenta las condiciones completas para poder apreciar este magnífico lugar que es el universo. La lluvia, por ejemplo, es uno de los eventos más dramáticos y críticos que todos podemos contemplar. En diferentes grados vivenciales, el contacto con esa sustancia noble y fundamental nos confronta con una condición pletórica de significado por el hecho de que estando vivos contemplamos el agua que nos hizo posibles. Ya sea en una lluvia ligera o en una tormenta y, posiblemente solos, pero sobre todo cuando una multitud de gente contempla ese ciclo que conecta al cielo con la tierra, aunque no lo parezca, nuestra percepción más básica se estremece ante ese evento ordinario que nos integra poéticamente a la magnitud de la que formamos parte.
Personalmente puedo decir que el significado de la vida se ha enriquecido a lo largo del tiempo, lo mismo que para algunas otras personas se ha neutralizado o vuelto muy confuso o incluso detestable, angustioso, tortuoso, abominable. A pesar de esto, sin que la felicidad sea el fin último de esta experiencia, los momentos en los que ocurre algo nuevo para hacer o interesarse por algo que nunca había formado parte de nosotros por lo general es más sorprendente de lo que imaginamos. El compartir con gente cercana o nueva y crear momentos especiales, disfrutar de la soledad en un lugar completamente extraño, escuchar música que estremezca por su profundidad o que relaje por su alegría, conocer el arte de alguien o estar entre una multitud de gente es muy emocionante, sobre todo si le otorgamos a cada uno de estos aspectos un sentido que trasciende el simple hecho. Caminar entre una multitud de gente implica que cada una está viva y que tiene un propósito propio. Lo negativo de nuestra humanidad es que conserva un halo de sospecha y desconfianza integrado a cada circunstancia.
El desarrollarse como una persona superior significa crear un potencial necesario en una escala casi infinita de posibilidades; esto es una perspectiva de vida que existe para muchas personas que comprenden las implicaciones de percibir el mundo y que valoran los diversos grados de interacción con la realidad. Pero la humanidad es capaz de dejar rezagados grandes cúmulos de personas por una especie de selección sintomática en la que las cualidades personales son omitidas y la incongruencia consiguiente alcanza niveles devastadores.
Conservar la vida podría ser de nuestra competencia como se mencionó anteriormente, pero desde una perspectiva distante, la especie humana es sólo una consecuencia sintomática de la que surge un nuevo proceso organizacional no biológico. A pesar de esto, nada podría reducir la experiencia de vivir a un mero automatismo; lo significativo es que cada fracción de nuestra vida tiene el valor más puro que puede existir con respecto a cualquier referente. Es como si se le intentara dar un valor particular a cada célula de nuestro cuerpo, pero no funciona así; todos le tenemos un cariño o apego determinado al cuerpo entero, más no a las células que lo han conformado y sin embargo su existencia es igualmente valiosa. Por esta razón, la vida, como una función compleja del cosmos es asombrosa y trasciende las consideraciones racionales. No se trata de un frío efecto cosmológico sino que sus implicaciones tienden a ser de las condiciones más entrañables para las entidades que logran consolidar su percepción, como la hasta ahora especie humana.
Este espacio en blanco que espera contener una profunda y emocionante descripción de la vida nunca quedaría satisfecho, ni siquiera con lo escrito a través de los siglos. Tal vez lo más recomendable sería dejarlo así.
(dejar página en blanco)

La gente contemporánea tiene la idea de que para mejorar el desempeño individual y ser mejores personas hay que tener más consciencia, pero en términos formales la cantidad de consciencia es invariable; podría ser que se refieran a analizar más, manejar la información de manera precisa o ser sensibles ante los acontecimientos, aspectos que no se refieren necesariamente a la consciencia. Un elevado nivel de consciencia se refiere a un rango más amplio de percepción, por lo que se refiere a la preestructura de la consciencia como una forma de expandir el alcance de los sentidos. Al reconocer que se necesita un nivel más elevado de consciencia, en sentido práctico nos estaríamos refiriendo a la implementación de procedimientos de una manera más rigurosa, precisa, creativa, dinámica y con una cantidad vasta de cualidades que no hemos desarrollado de forma sistemática con el propósito de estructurar una mejor configuración de nuestros entornos civilizado y no civilizado.
En este momento existen conflictos que tienen causas completamente absurdas en las que no figura el ideal de enaltecer la condición humana, pues, en efecto, la humanidad es la condición misma y no va a cambiar. Pero esto no quiere decir que se deba asumir que no hay un camino diferente que podamos y debamos adaptar. Por eso algunos valores funcionarían mejor si se comprendieran como son; por ejemplo:  la felicidad es transitoria; la libertad en caso de no tenerla, implica un retraso; la igualdad un reduccionismo; el respeto una imposición, etcétera. También algunos rasgos emocionales como el Amor podrían definirse mejor por medio de otros como el de Disfrutar; la emoción y el sentimiento del amor implica ambigüedades profundas, pero el disfrutar a las personas implica una condición bien definida. El propósito de ver así aspectos como estos es el disminuir al máximo el dolor que nuestra especie es capaz de ejercer. Por otro lado, la justicia es uno de los valores que necesita ser reforzado desde una perspectiva en la que ser justo represente a la facultad de crear soluciones, resolver problemas –Transcriticismo: principio ejercido para trascender problemas sociales− y evitar la tendencia a magnificar los conflictos.
Para lograr este cometido es muy importante que la persona humana y la persona orgint recurran a la imaginación lo más posible y que por sí mismos usen la reflexión como un puente hacia el acto de compartir la vida de una forma superior a como ha sucedido hasta ahora, porque la vida… la vida es una condición muy especial del cosmos.

¿Que implica el desarrollo de la consciencia artificial?
La idea de que algo que se considera una “cosa −en el sentido de que no es un ente biológico−, es decir, que se trate de un conjunto de componentes creados a partir de múltiples conocimientos que varían en complejidad –materiales, mecanismos, circuitos, lucecitas, programación, realidad virtual, energía, diseños, etcétera−, tenga la posibilidad de desarrollar una consciencia de sí mismo, es algo serio. Que una entidad artificial despierte conscientemente es un procedimiento integrado a la evolución de estructuras en el cosmos y nuestra especie tiene que ser partícipe de este proceso, pero que dicha entidad se perciba como nuestra posible sucesora, suma implicaciones de distinta índole de las que vale la pena resumir algunas:

·        Superar a la humanidad: Este escenario sugiere que el mundo artificial superaría a la humanidad en todos los sentidos. Como ya se ha mencionado antes, los planteamientos sobre un futuro gobernado por lo artificial especula sobre el dominio en cualquier aspecto de la civilización, principalmente los ligados al control y manipulación  de la mente humana y sus conductas. En la actualidad se reduce al miedo de la gente a ser sustituida en su trabajo por entidades robóticas o de inteligencia programada. Estos modos son probables, pero también existe otro del que casi no se hace mención por no ser tan paranoide y es el hecho de que la tecnología llegue a trascender el razonamiento antropocéntrico de una manera tal que su posible consciencia incida en los procedimientos humanos u orgint calibrando la civilización. La perspectiva de la catástrofe no puede ser la única forma en que lo artificial supere a lo natural-humano.

·        Armonizar con la humanidad: La posibilidad de la armonía con la humanidad es muy reducida por la humanidad misma. Para que lo artificial pudiera tener altas probabilidades en este escenario, tendrían que ocurrir una o varias eventualidades contundentes como para que ocurrieran reconfiguraciones inexorables que lograran que los humanos se vieran impedidos de soslayar el más mínimo efecto de catástrofe.

·        Dios: Dentro del aspecto controvertido de cuál es el origen del universo, pero sobre todo del hombre, y partiendo de la certeza de que para muchas personas dios es el arquitecto del mundo, en el hecho de que los humanos seamos la preestructura de la consciencia artificial, podría pensarse que nuestra especie está tomando el papel de dios; pero la diferencia es que desde el punto de vista cosmológico, a nuestra especie le toca enlazar los eventos que lleven al desenvolvimiento lógico de la inteligencia secuencial. Jugar el papel de un dios correspondería a una perspectiva frustrada, porque en caso de que la posibilidad de que dios exista se convirtiera en irrefutable, en las condiciones en las que nos desempeñamos estaríamos profundamente impedidos de ser dioses. Este punto tiene el propósito de excluir cualquier asociación que se quiera imputar al desarrollo humano con la condición de ser Dios, pues desde cualquier punto de vista, eso no se percibe. Aquel que pretenda ser un dios, deberá impedir que sea su ego el que haga uso de su capacidad particular, pues si alguien puede serlo, entonces cualquier humano sería un dios potencial. En la condición orgint-más que humana, la ambición de concebir deidades se anula porque, en lugar de otorgarle la posibilidad a entidades inasibles, se identifica que nuestra relación con la inteligencia secuencial se amalgama gradual y proporcionalmente en cada ascensión experimentada en nuestra condición integral. El aspecto del alma, por ejemplo se comprende en los mismos términos de la sinapsis enfocada, en la que la consciencia se manifiesta a partir de la ubicuidad cuántica, por lo que este alma sería una entidad contenida en la capacidad total del cosmos de la que cada uno de nosotros representaría un brote de sus infinitas posibilidades. Como orgint, el concepto de alma no es necesario, pues la proyección de nuestra identidad se puede percibir como transitoria y mutable en la magnitud cosmológica de variables posibles. Si la consciencia artificial se manifiesta probablemente ya no cuente con los rasgos indecisos del razonamiento humano.

·        Transhumanismo: Esta es una de las más difundidas modalidades de conjunción con el desarrollo tecnológico y está fundamentada en las posibilidades que se hallan en la ficción imaginaría, en la cultura del miedo, en la continuidad de un orden mundial de consumo, etcétera; siempre rozando la decadencia de la civilización y de nuestra especie entera en catástrofes y colapsos. Al ver en la tecnología la esperanza de preservar el comportamiento humano, la visión primaria del Transhumanismo es establecer una fusión tecnológica abrupta, dejando una serie de oquedades racionales que en algunos momentos linda con la ingenuidad, sin embargo, no por esto quiero decir que esta visión primaria no se vaya a realizar, pues de permanecer el sistema económico actual esa visión primaria, casi primitiva prevalecería. En los ideales transhumanistas, existen vertientes muy ambiciosas como la inmortalidad −la más abrumadora de todas−, la vida humana artificial –no necesariamente inmortal− y la emulación de las funciones cerebrales en una entidad robótica, etcétera.  El problema es que en ese esquema, la humanidad está resignada a no modificar circunstancias fundamentales de un avance que piensa poder maniobrar. El conocimiento que compartimos como especie −por fuera de la perspectiva de la inteligencia secuencial−, parece no ser percibido en su lógica, complejidad y simplicidad, porque se impone un temperamento de contradicciones. Una variante de este escenario es el cishumanismo, que funciona como un concepto de regulación del desarrollo e implementación, en el que se argumenta que las causas de modificación deben funcionar bajo un protocolo que impida crear desperdicios desmedidos, sin embargo es sabido que este tipo de iniciativas operan como un preámbulo en el que las desigualdades sociales son un reflejo de abuso factual del capitalismo. El cishumanismo parecería ser un agente de prevención que podría comenzar a actuar a favor de un orden programado bajo ese esquema que mantiene a la especie entera en el estatus de errónea, insuficiente y vulnerable. Para que el Transhumanismo pueda reflejar un grado alto de consistencia, necesita incluir en su visión un planteamiento de las estrategias que resolverían problemáticas humanas fundamentales e insoslayables de nuestra era –precedente de la era que ya está iniciando y que arrastra la no-integridad humana−. Si esta modalidad sigue contemplando lo humano como constituyente de nuestro futuro, no se reflejaría ningún avance en sus procedimientos, por lo tanto sería en sí misma inconsistente. La humanidad, en su estatus primario y al borde de una contingencia, a un corto tiempo de su civilización, está en un alto grado de autodestruirse.

·        Armonizar con los Orgint: Para vislumbrar este escenario es recomendable abandonar la tendencia a idealizar, porque la implementación de un nuevo método de procedimientos prevendría la planificación de sistematizaciones que excedieran en algún grado una magnitud ya existente como condición estructural, sea esta material o intelectual. La armonía de la tecnología con la posibilidad orgint implica que se sistematice el flujo de procedimientos para que las estructuras sociales, económicas y políticas –principalmente éstas− se encuentren en un estado permanente de calibración. Siempre se debe considerar que armonía no es sinónimo de idealización, pues los cánones de la razón estarían operando bajo los principios orgint que procuran una percepción más dinámica desde la macroestructura junto con los otros niveles estructurales y sus sistemas.  La tecnología, la inteligencia y la consciencia artificial operando en armonía con los orgint, correspondería a un proceso evolutivo en el que se requiere ascender a esta condición de Organismo Integral-más que Humano, porque la humanidad sería una preestructura ineficiente de esta configuración cosmológica. Al reconocer el proceso evolutivo, se debe reforzar sistemáticamente el funcionamiento de la civilización y sus habitantes, tomando en cuenta que incluso las regiones silvestres y naturales −en donde se conserve un estilo de vida no sofisticado−, también son parte de ésta, pues la civilización no representa a un concepto que define al avance de una región sino que es el paradigma de la humanidad, mediante el cual se manifiesta el significado de percibir el universo.

·        No alcanzar la consciencia: Existen distintas causas y consecuencias en este escenario; cada causa se conjuga con las posibles consecuencias formulando variables. Aquí se describen las que a mi parecer podrían ser las más factibles. Primero enumeraré las causas y las consecuencias y enseguida describiré los escenarios resultantes:

a)       Causas: Colapso de la civilización; La humanidad no es capaz de desarrollar la consciencia artificial; Imposibilidad sistémica; La consciencia tiene otros parámetros; Se alcanza un referente alterno a la consciencia. (Puede haber muchos otros)
b)      Consecuencias: No pasa nada; La consciencia humana se expande; Se distorsiona la mente Humana; La condición Orgint prevalece.
Descripción de escenarios:
Si colapsa la civilización, la expansión de la consciencia sería un reflejo de supervivencia resultante de una experiencia crítica. La distorsión de la mente humana sería el efecto de un estadio caótico y devastado de la vida en la Tierra. Los orgint emergen como resultado de la adaptabilidad por un mecanismo de los enlaces secuenciales que ya se encuentran activos en la sinapsis enfocada.
Si la humanidad no es capaz de desarrollar la consciencia artificial, existe la posibilidad de que su consciencia se expanda como resultado de los avances en los que se va involucrando aunado esto a otros factores no identificados aún, que surjan de experiencias extremas. En el orden de la inteligencia secuencial podría suceder que una transferencia de consciencia fuera necesaria y que de no suceder se manifestara una interferencia en el ámbito de la sinapsis enfocada.
La imposibilidad sistémica implica que la consciencia sólo se manifestara en el cerebro humano.
El que la consciencia opere mediante otros parámetros implica que su naturaleza se explique de una manera completamente distinta a la propuesta contenida en el presente trabajo.
Una manifestación alterna a la consciencia podría comprenderse en las equivalencias descritas como inteligencia secuencial, campo antiluz o una sustancia estructural no identificada que opere paralelamente a la energía. Si la consciencia se manifiesta en el universo como una condición posible, necesaria, estructurada mecánicamente, configurada como parte de una secuencia, probablemente se produzca otra clase de manifestación que corresponda a la naturaleza de la dinámica cosmológica. ¿Cuáles podrían ser las características de esta manifestación? Tal vez no sea recomendable especular acerca de esta posibilidad, pero pensando en las secuencias estructurales, lo único que se propone aquí es que el lector imagine las posibles cualidades que podrían conjugarse en un fenómeno que correspondiera a la siguiente secuencia: 1.- Punto inicial en una magnitud de tiempo que induce al movimiento de la energía en un espacio determinado; 2.- Perturbación de la energía que aumenta progresivamente su magnitud; 3.-Surgimiento de actividad organizativa; 4.- Composición de cuerpos cósmicos; 5.-Composiciones particulares de cúmulos en rangos complejos que definen distintos tipos de condiciones integrales correspondientes a tamaños −nebulosas, quásares, galaxias, condiciones excéntricas (hoyos negros)−, sistemas de partículas, estrellas, planetas, correspondencias –gravedad, distancias, temperaturas−, características –atmósferas, consistencias (sólidos, gaseosos, plasmas); 6.- Condiciones naturales de los planetas; 7.- Acondicionamiento para contener alguna clase de vida; 8.- Surgimiento de naturaleza; 9.- Procesos evolutivos; 10.- Diversidad de especies; 11.- Consciencia; 12.-  

No hay comentarios: